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El musolari errante

Vivencias

El adiós del violín

 

Seguía con mi libro de Chandler cuando venía aquí en el bus, y tuve la mala suerte de que se sentaron detrás de mí dos chavales demasiado despiertos para las ocho de la mañana. Como yo lo que quería era leer y cada vez me resulta más difícil hacerlo con charla de fondo, decidí combatir el fuego con fuego y busqué algo instrumental en mi iPod que eliminase el ruido y me permitiera sumergirme de nuevo en ese Los Ángeles negro y brillante de los años 40.

Salió, como otras veces, el concierto para violín de Tchaikovsky, y en un momento dado, cuando se acerca el primer clímax, no pude evitar levantar los ojos del libro y disfrutar por unos minutos de la música con toda la atención y dedicación que me permitían los sentidos. Pensé qué maravillosos acordes que me han acompañado desde los doce años y no me canso de oír, que conforme pasa el tiempo vas apreciando partes en las que antes no reparaste sin aburrirte nunca de las que sí te marcaron, y una cosa más: que seguramente, en el limbo donde viven los personajes literarios que tanto me gustaría conocer, y entre los que cuento con más amigos de los que podría citar, un tal Marlowe dejaría caer una media sonrisa de aprobación y comprendería por qué, momentáneamente, le había abandonado. Quizá sabe que ya irá siempre conmigo, y no necesariamente con la cara de Humphrey Bogart.

Gold

 

Esta mañana me ha ocurrido una pequeña anécdota –no llega quizá ni a eso- que habla un poco de una característica mía que se va agudizando con el paso de los años, según la muerte (aritméticamente) se acerca: la necesidad de aprovechar el tiempo.

Últimamente he descubierto que hay un autobús que viene directamente a la Uni desde Moncloa sin hacer ninguna parada intermedia. El ahorro de tiempo puede llegar a ser de unos veinte minutos, y considerando que la hora de salida es bastante buena (las 8:10 de la mañana), si me levanto a tiempo intento organizarme para llegar a esa hora.

Hoy ha sido uno de tales días. En realidad, me he levantado a las 6:48 –he mirado el reloj- pero entre afeitados, ducha, pitos y flautas he acabado llegando a metro Moncloa a las 7:55. Iba embebido leyendo “El largo adiós”, gran libro, cuando me he quedado parado enfrente de los tornos y me he dicho, en un pensamiento que formulado puede haber durado menos de medio segundo: “son las 8 y tengo diez minutos para llegar a un sitio que está a cuatro de distancia. ¿Qué hago en esos seis minutos que quedan? Es principio de mes, así que a comprar el Fotogramas”. Sobra decir que llegué clavado a coger mi bus, y esos minutos que iban a ser basura sirvieron para algo.

Me alegra que mi cabeza funcione así sin pedirlo, el tiempo es oro.

Echándole rostro al tema

Echándole rostro al tema

Una historia tonta y verídica que escuché y que me hizo bastante gracia. A la salida de Madrid por la carretera de la Coruña (y supongo que en muchos otros lugares) hay un carril que se llama BUS-VAO, y que está reservado para autobuses y para vehículos que lleven al menos a dos personas –Alta Ocupación, de ahí las siglas-. En realidad, el carril es un monumento a la envidia, porque si ya es chungo verse metido dentro de un atasco, mucho más lo es ver como la gente te adelanta por ahí como quien lava. Uno siempre se los imagina sacándote la lengua, y cómo duele eso.

 

Resulta pues comprensible que la gente intente colarse y meterse por él aunque vaya sola en el utilitario; sin embargo, hay que andarse con ojo, porque al final están esperando los picoletos y te pueden meter un puro considerable. En cualquier caso, llama la atención la solución que están empleando algunos tipos ingeniosos y atrevidos: ¡sentar una muñeca al lado! Parece ser que ya han trincado a más de uno, pero desde luego, yo guardia civil, le doy una palmadita al tipo, un beso a la Dolly, y les abro la barrera al grito de ole vuestros cojonazos.

 

Cositas de Niuyol

Cositas de Niuyol

Es muy grande nueva York, y pasan muchas cosas, como…

 

…estar parado enfrente del Madison Square Garden, que lleguen un montón de tipos, raperos hasta los ojos, en coches del más rancio sabor americano, y que los pongan a dos ruedas sobre un lateral entre el estrépito de las cajas de ritmo a toda pastilla, los gestos chulescos de los artífices y el entusiasmo anonadado de la concurrencia.

 

…que único taxista de la ciudad nacido a más de mil kilómetros de Nueva Delhi sea cubano, te cuente su vida en veinte minutos, establezca la hipótesis de que Nueva Yol=Manhattan y el resto no existe, o te relate con en su calmado y tranquilo español cómo en el Bronx le partieron la noche anterior la cara a su hijo. Literalmente.

 

 …que salgas de la ciudad, camino de Brooklyn, en busca de un filete concreto, que no puedas comértelo porque la lista de espera llegaba hasta 2030, y que te veas de pronto de noche, andando bajo un puente infinito en un lugar tan miserable como aterrador, sintiéndote desgraciado protagonista de todas las pelis de guerra de bandas que en el mundo han sido.

 

 … andar y andar, horas y horas por Central Park, parecerte sucesivamente que estás en Versalles, en una selva o en los bosques de Sherwood, seguir hasta que se te rompen las piernas, encontrar un estanque que aquí y se llamaría pantano, una boda con toda la gente de luto y hasta el camino a un zoo, para acabar mirando el mapa y no dar crédito: no recorrimos ni la mitad del parque.

 

...caminar por Broadway y creer por un momento que has llegado a donde no se puede pasar, pues una muralla de rascacielos y luces bloquea el horizonte hasta donde la vista alcanza, y detrás. Y desear a la vez, sintiéndote tan pequeño, una Biblia, un piolet y unas alas, sin tener claro qué te será más útil para ir más allá. 

 

…en otra esquina, sumergirte en el típico remolino de personal –cien tipos mínimo- al son de una música embriagadora, para ver a un tipo idéntico a House pero en negro, vestido con el traje brucelero de Uma Thurman en Kill Bill, tocando el saxo como los ángeles y acompañado por un bajista con expresión de estar en el salón de su casa. ¡Y no pedían dinero!

 

La punta del iceberg.

 

 

Una vida

Una vida

La rosa,
la inmarcesible rosa que no canto,
la que es peso y fragancia,
la del negro jardín de la alta noche,
la de cualquier jardín y cualquier tarde,
la rosa que resurge de la tenue
ceniza por el arte de la alquimia,
la rosa de los persas y de Ariosto,
la que siempre está sola,
la que siempre es la rosa de las rosas,
la joven flor platónica,
la ardiente y ciega rosa que no canto,
la rosa inalcanzable.

Jorge Luis Borges (Gracias Palimp)

To the other side of the world

 

Bueno, pues mañana me voy a Nueva Yol. Realmente, es la primera vez en mi vida que voy a viajar a un sitio en el cual no me imagino estar. Sencillamente, se me hace inconcebible que este despreciable cuerpo mío sobrevuele el océano y de repente me vea entre tales colosos, a mí, el hombre que más pesadillas ha tenido con rascacielos en el Barrio del Pilar y zonas adyacentes. Y pesadillas desde abajo, nada de caerse, desde el día que teniendo escasos once años, vi por primera vez el edificio del BBVA en el Paseo de la Castellana. No me veo, y el viaje me impone, la amenaza de overbooking –que Rosa suffered hace poco-, nunca ocho horas en un avión, ¿llegarán las maletas?, y el hecho de ir a un país que mantiene un campo a medio camino entre la concentración y la tortura, y donde te pueden meter el dedo en el culo si tu cara o tu nombre se parecen a la de un traficante.

Pero bueno, a pesar de todo, ¡qué ganas tengo de ir!

La Pregunta

Una pregunta de enorme importancia, que me ha tenido dos días seguidos cavilando sin parar, y sin conseguir llegar a otra conclusión que la de partida:

 

¿De verdad es asqueroso comerse las patatas peladas, lavadas, cortadas y con sal?

 

A mí siempre me ha parecido lo más normal del mundo, pero tres personas cuyo criterio aprecio prácticamente me han lanzado un anatema por verme hacer esto. Y no me han dado razón alguna para ello. ¿Tan chungo es?

Viene el verano

Bueno, termino dentro de unos veinte minutos oficialmente el curso 2007/08, que ha sido bastante enriquecedor, y cuyo segundo semestre se me ha hecho demasiado largo. Enfrente se presenta un mes de bastante movimiento, que si no ocurre nada anormal, y tras el periplo bonneano-barcelonés-gaditano ya cubierto, me llevará por Sevilla, Tomares, Badajoz, Nueva York, de nuevo Madrid y final y hopefully Sagres, para cerrar la fiesta. Seguiremos apareciendo por aquí, seguramente con frecuencia mayor que en los pasados meses, pero me apetecía decir: ¡¡¡estoy de vacaciones!!!

Días acelerados

 

No hay mucho tiempo para escribir, sólo cuatro días en Madrid y otra vez a Sevilla, después a Badajoz no sé cuándo y más tarde a ¡Nueva York! Ya he ido hoy por las oblicuas historias de la ciudad que escribió Enric y yo leí en su momento y volveré a releer a muchos miles de kilómetros lejos y encima, mientras nos esperan el Herald Hotel, el Empire State, Tribeca, la isla de Bedloe y el recuerdo de la Manzana del Infierno. También se ha venido conmigo uno de Muñoz Molina sobre el particular, al parecer aburridísimo en persona pero como disfruté en su momento con el tan denostado Biralbo real y falso, recorriendo Lisboa en funicular por lugares solitarios, subiendo y subiendo a Graça donde el jazz embriaga y la decadencia impone tanto respeto como libra del peso d de la soledad al corazón, también estuvo bien Carlota Fainberg aunque apenas recuerdo del minilibro más que una habitación sucia en la que el protagonista miraba al techo y algo de un aeropuerto… quizá la confundo con La hija del caníbal que, por cierto no he leído.

 

Estos días me han llenado a ratos tanto… sólo el solo de saxo del Big Man en el Bernabéu vale por bastantes minutos de vida, para empezar los ochenta que valían por mil en una fría tarde de los noventa, cuando descubrí la música de esa tierra de la jungla que ya ha aparecido por el blog y que quizá –no estoy seguro- me descubrió Stephen King en esos versos fascinantes pero oscuros (residir con honestidad???) que prologan, o quizá prorrogan, la danza de la muerte. Llegó también el vodka tonic y mi momento de sacar al personaje que hay detrás de la persona, sigo sin saber qué significa eso pero decía Y. que era bueno, lo cual me tranquiliza, seguro que con un ramalazo patético pero siempre con cosas que aportar, eso es más de lo que puede decir mucha gente.

 

He de dejarlo porque I’m in a rush, pero siempre acabaré volviendo, siempro acabo estando, porque sigo siendo un musolari aunque ya no juegue al mus, y bastante errante, más por momentos y como actitud quizá que con intención de mover un campamento base en el que me siento a gusto, y mientras lo sea nada esencial debe cambiar por aquí, excepto que nos vamos marchitando aunque sigamos tenaces engañando al tiempo. El único argumento de la obra.

Lernen

Últimamente estoy algo preocupado, porque entre clases y tal, me da la impresión de que aprendo más fuera del despacho, en comidas, cafés y similares, que dentro. Como muestra, un botón de cosas que he escuchado últimamente, nuevas para mí, en dichos eventos:

 

-Móstoles está en guerra con Francia. Al parecer, cuando la insurrección del 2 de Mayo, el alcalde de Móstoles le declaró la guerra a Francia, y como no ha habido paz o armisticio oficial desde entonces, pues eso.

 

-Solamente nos dan madera de teca falseada. La madera de teca es, según quien lo contó, un bien muy preciado dentro del mundo inmobiliario, y la las exportaciones indonesias, que dan gato por liebre, están echando por tierra el prestigio de este material, que se está convirtiendo en extraño y artículo de lujo. A esto siguió una larga disquisición sobre la industria maderera de canadá y los bosques de arces.

 

- La característica principal del hombre es la capacidad de explotación del prójimo. Frase lapidaria, que tumba de un plumazo las teorías de Rousseau, sacraliza a Hobbes y da una visión terriblemente pesimista de la condición humana. A la sentencia siguió una lúcida aunque discutible crítica del marxismo, y un animado debate sobre la posibilidad de que la característica en cuestión no fuera la explotación, sino la masturbación.

 

-Existe una disciplina llamada “estereología”, en principio relacionada con la descripción de los cristales, pero que ha llevado al descubrimiento de técnicas de conteo que pueden aplicarse en el estudio de las neuronas.

 

-Oficios muy poco conocidos y seguramente duros, pero reales: puta de obra y pajillera de cine porno. El primero fue descrito al parecer en un programa de radio por una perteneciente al gremio, que iba por las mañanas con una furgoneta a edificios en construcción buscando –y encontrando- honrados albañiles con necesidad de desfogar. Esto llevó a plantear una curiosa relación entre el poco futuro de las mujeres como comerciales y los negocios que se cierran en puticlubs. El segundo trabajo se halla actualmente en desuso por la escasez de salas X y su uso reciente, y casi exclusivo, para el cruising homosexual.

 

- Discutiendo sobre las historias que han ocurrido hace tiempo y están tan cubiertas por las nieblas de la memoria que dudamos si son reales o no, surge una frase de Gramsci, filósofo italiano que se enfrentó a Mussolini y cuya existencia conocía sólo vagamente: “El sentido común es una construcción de las clases dominantes”. O sea, no procede del acervo comunal, sino que está ideado o impuesto para el control de la plebe. Muy agudo.

 

Hay verdades tan incuestionables e inesperadas en el Corán que hacen creer que el islamismo puede ser la única fe verdadera. No sólo una demostración racional de la existencia de Dios (que no sé si correrá paralela al argumento ontológico) sino que un feto de pocas semanas es como un chicle, o que se explica la teoría de la deriva de las placas tectónicas. Ahí yo ya no pude más y dije que si en el Corán aparecía la palabra tectónica, me convertía al momento a la fe de Allah.

 

Demasié pal body, todo esto.

Deshousándome

Bueno, parece que mi podólogo curroromeriforme ha conseguido arreglarme el pie, y tanto la cojera como el dolor van remitiendo poco a poco. Por eso es ahora el mejor momento para recordar la cantidad de comparaciones que he recibido en los últimos tiempos con el amigo House, y constatar lo lógicas que resultaban.

 

- Cojera. Pues ya lo conté por aquí, un puto papiloma en el pie, y los líquidos cáusticos utilizados por el matasanos para acabar con él que me impedián apoyarlo. A veces parecía más Long John Silver por la incapacidad para apoyar. Al menos he resistido sin el bastón de fuego.

 

Zapatillas de deporte. Debido a la maldita molestia no podía utilizar otro calzado que ese, aparte de unas alpargatas que habrán provocado el consiguiente despelote en el alumnado. Zapatas que por otra parte se veía bien, pues como Greg, disfruto/sufro ser un larguirucho.

 

- Barba guarripela. Esto no es consecuencia directa del poblemita, pero sí de segundo orden. Primero, porque las zapatillas ya no dan un aspecto muy elegante –especialmente si son blancas y no pueden lavarse porque no te puedes mojar el pie- y segundo porque cuando te duele te importa un carajo la pinta que tengas, la cuestión es que uno acaba dejándose, y ni mira la ropa, ni se afeita, ni casi se peina, ni ná.

 

- Abuso de los calmantes. Sin llegar a los extremos de nuestro colega, me he paseado por los Madriles durante dos meses con una tableta entera de Nolotiles en el bolsillo de la camisa. Y vive Dios que más de una vez, ante el latigazo, no he tenido más remedio que tirarlos para dentro. Qué buenos son.

 

- Mala hostia. Tras el trance, me creo a pie juntillas el lugar común de que los cojos tienen mala leche. Vas andando a impulsos, trastabillado, doliéndote cada paso, y lo único que piensas es en cagarte en los muertos de todo lo que te molesta. Y la verdad, es difícil encontrar algo que no lo haga.

 

- Equipo. Un poco traído por los pelos, pero la semana pasada vinieron a visitarme a Madrid tres amiguetes y una amiga. Visto el panorama, estuvimos un rato con la bromita de su papel de Wilson, Chase, Foreman y Cameron respectivamente.

 

- Genialidad. Lo único que no venía de serie con lo todo lo de más arriba. Hay que joderse.

Brillabas como una ametralladora

Si alguien sabe de dónde he sacado esto, gallifante para el caballero o señorita. Rosa, tú no cuentas.

Cuando te despertaste esta mañana se había ido todo a la mierda. A eso de las diez y media ya tenías la cabeza a punto de estallar, como si el ruido de un teléfono te atravesase de arriba abajo, diciéndote cosas que ya deberías saber. Anoche habitabas el séptimo cielo, pero hoy estás hundido, uno de esos días en que te preguntas como serán las cosas para los demás: para las esposas, la madres, los padres, los hermanos. ¿No deseas dejar de funcionar, no pensar nada más que en la siguiente nómina o en la siguiente copa? Al final eso es lo que haces y consigues disimular, a pesar de que sabes que todo se ha ido al carajo.

Papichulo

Papichulo

Uno de los acontecimientos relevantes del año en la cara interna de mi vida ha sido la aparición de un papiloma en ese maravilloso lugar del pie en el que convergen el lateral y la planta. Para quien no lo sepa –lo cual era mi situación hasta el 26 de Diciembre- un papiloma es un puto virus, bastante contagioso, que produce una verruga que, con el tiempo, va creciendo hacia dentro. Cuanto más crece, lógicamente, más duele al andar. Bueno, a veces duele y a veces es simplemente una molestia. La cuestión es que yo pensaba que era un simple callo causado por unas sandalias guarripelas que me compré al principio del verano –una de las cuales ya está rota y se ha convertido en chancla-, pero la embarazadísma podóloga a la que visité en Badajoz me sacó de mi error. Además, me contó que era algo que requería un tratamiento prolongado, razón por la cual decidí posponerlo hasta después de las vacaciones. Tras algunas vacilaciones, decidí tratarme con un podólogo que vive muy cerca de mi casa, y más que su pinta de asistente habitual a juergas flamencas, su aire de putero experto y su acento navarro, m convenció para tratarme con él su seguridad y también, por qué no decirlo, la situación de su clínica.

 

Abreviando: el tratamiento consiste en que me inyecta en el papiloma, previa anestesia vía spray, unos productos cáusticos que irán reduciendo al cabrón, y después un líquido muy frío cuyo objetivo es similar. Tras esto, me venda el pie y hasta la semana que viene, y así durante aproximadamente un mes y medio o dos meses.

 

Así dicho parece fácil, pero el motivo que me ha llevado a contar aquí tan aburrida historia es que me es difícil concebir un dolor tan intenso y poderoso, tan desarmante y brutal, como el que uno siente cuando le entra la aguja y la sustancia demoniaca penetra en los tejidos. Una habla siempre de dolor en sentido figurado, la pérdida de alguien, el desamor, incluso algún unamunesco “me duele España!”. Sin embargo, cuando uno se ve ahí, frente a frente con las terminaciones libres de la piel en todo su apogeo, ese es el momento en el que uno se da cuenta de la palidez de todas esas comparaciones. No hay nada como eso, nada te aclara tanto, no hay momento en que el ser de uno esté más pendiente de una sola cosa. La cuestión es que el tema del dolor me inspiró tres reflexiones, que van a ser cortitas porque en quince minutos salgo zumbando de aquí, y que suelto ahora:

 

 

 

  1. En la hora anterior a la consulta, y mientras esperaba primero en la óptica y después a Rosa, estuve viendo el segundo capítulo de Dexter en mi iPod (seguramente ambas cosas tendrán post propio en un futuro). Como le dije a un amigo mío, después el médico hizo de Dexter conmigo. Quien no sepa quién es el amigo Morgan, que se lea el blog de Casciari, aunque para mí que se pasa de elogios.
  2. Dentro del panorama serieforme que me caracteriza últimamente, Rosa y yo estamos terriblemente viciados de los Soprano –hoy viajará conmigo el sexto capítulo de la tercera temporada, con lo cual ya casi habremos llegado al ecuador; también tendrán entrada-. En la serie, dicen una frase que se me quedó grabada, porque es algo en lo que yo he pensado con frecuencia: “en la vida hay que elegir entre el aburrimiento y el sufrimiento”. Pues bien, un tratamiento antipapilomero es lo menos aburrido que hay; es difícil vivir medio minuto con tanta intensidad.
  3. Enlazando con lo anterior, quien me conoce sabe cómo me gusta vivir la vida intensamente. Y aunque ahora mismo pagaría mucho dinero porque una bruja Lola de postín me eliminase mi problemita epidérmico con un suplicio indoloro a base de velas negras, cuando pienso en la locura casi indescifrable del Dolor, con mayúscula, puedo llegar a comprender que haya gente que disfrute con ello; no es para mí el masoquismo, pero al menos ya no es algo que me resulta intrínsecamente incomprensible. Y comprendo que haya gente adicta a esa intensidad, aunque la sensación, en el momento, sea horrible.

 

El próximo miércoles llevaré un palo para morder, en cualquier caso.

En la muerte del comediante

Un hombre va al doctor. Dice que está deprimido, dice la que la vida le parece cruel. Y dice que se siente solo en un mundo amenazador, al que tanto da y del que nada recibe. El doctor le contesta: "El tratamiento es simple. El gran payaso Pagliaccio está en la ciudad. Esta noche vaya a verle. Eso le animará".
De repente, el hombre estalla en lágrimas.
"¿Qué le pasa?", le pregunta el doctor.
A lo que el hombre contesta: "Pero doctor, yo soy Pagliaccio".

Metamorfosis consejeiras

Esta mañana he asistido a un Consejo de Departamento en Getafe. Sentado allí y escuchando las alocuciones de mis compañeros, y dado que lo que contaban era tan sencillo de comprender que me quedaba espacio en la cabeza para ensoñaciones varias, me he sentido varias cosas diferentes durante la hora escasa que ha durado –Deo gratias- la reunión. Me he sentido así como…

- Perjuro. Cuando llegué a la UAB asistí en calidad de becario a mi primer Consell de Departament. Recuerdo con total nitidez que fue uno de los mayores coñazos que me haya visto obligado a sufrir, y también que salí tarifando de la sala donde se celebraba cuando la enésima discusión entre equipo de gobierno y críticos –había gente realmente pesada- alcanzaba proporciones homéricas. Me juré, cual Escarlata O’Hara de las mates, que nunca volvería a asistir a uno a menos que me tocara de cerca algún tema de los que se trataran. Hoy lo he dejado de cumplir vergonzosamente, escudándome en la mísera excusa de que aquí es obligatorio para los ayudantes doctores. Tampoco me pegan fuego si no voy, la verdad.

- Extraterrestre. Esto ha sido por partida doble. Primero, porque como yo trabajo en Colmenarejo, a mucha gente de Getafe no la conozco, y aunque así sea, me siento extraño allí, todo lo a gusto que estoy en este pequeño, lejano y tranquilo virreinato. Aunque la verdad, ya casi todas las caras me suenan, y a bastantes ya también les sueno yo. Pero aún así. Y lo segundo, que a pesar de llevar ya dos años y algo en el Departamento, y pese también a que tengo ya casi terminados dos artículos sobre Economía del Deporte donde me he ocupado de la parte estadística, sigo pensando que coño hago yo, topólogo algebraico, entre tanto estadístico. A veces es como vivir un sueño, del que me he despertado un poco más tarde hablando del mapping class group con Chiqui, a quien he visitado.

- Nostálgico de lo imposible. Esto va en línea con la anterior, y se me ha venido a la cabeza observando al jefe de mi departamento hablar. El tipo en cuestión es del tipo tímido, y parece una de las mejores personas que uno se podría echar a la cara; además, más allá de sus cualidades humanas, es de este tipo de gente que a primera vista uno se da cuenta de que si no es un genio, está cerca de serlo. ¿Venía de Princeton o Stanford? No lo recuerdo. Total, que lo que pensé es lo bueno que sería que una persona como ésta se hubiera dedicado a Matemáticas de las que me interesan a mí, lo que hubieran salido ganando éstas, y lo genial que hubiera sido compartir conocimientos con él de ello, más aún teniendo en cuenta que se aloja en mi despacho cuando viene por Colme. Aclaro a los que le tiemble en la boca la palabra pelotillero para aclararles que él no lee el blog, que yo sepa.

Alguna cosa más me quedaba, pero el autobús sale ya mismo, así que chao. Rumbo a descubrir el Mercado de la Reina, restaurante recientemente abierto con críticas poco mejorables.

Búsqueda solitaria

No me gusta encontrar gente conocida en el autobús. Quizá me estoy volviendo (más) autista, o simplemente que siempre lo he sido, pero a veces estoy sentado esperando a que salga y sepulto la cabeza detrás del periódico (ADN suele ser el gratuito) o sencillamente me hago el dormido e incluso muchas veces ya estoy dormido, la cuestión es que casi siempre pasa un rato y casi nunca me doy cuenta de lo que he hecho, queda en el recuerdo. Pero no me sienta mal si quien sea me descubre, cruzamos la mirada o simplemente encuentro a alguien en la parada, se me ve demasiado y es un páramo plano, sin escondites siquiera casuales. Entonces me siento con quien sea y hablo, charlo, a veces pontifico o frecuentemente sólo sonrío, el arte de la conversación que quizá esté olvidando –o nunca se olvida como montar en bicicleta [¿recordaría cómo se monta en bicicleta después de tantos años?]- y que me conviene recordar porque es de los pocos bagajes que siempre son útiles y habitualmente se disfruta ejercitándolos. Me conviene hablar más, la verdad, últimamente con mi nueva obsesión matemática hablo demasiado poco y tampoco me mata el interés por ir a ningún lado o ver a nadie, no soy feliz en este mundo de localizaciones y suspensiones y espacios de Eilenberg-macLane pero sé que lo seré más que nadie cuando resuelva el problema y entonces haré cosas que estoy aplazando y que son más etéreas cuanto más las aplazo. Pero esto empezó en Junio y estamos en Octubre y es como si entras en un palacio con cientos de habitaciones buscando una corona de oro; y he visitado decenas de ellas, y he encontrado cajas cerradas con pinta de contenerla, pero no he sido capaz de abrirlas; y otras cajas más fáciles de abrir que también contenían coronas, pero cuando corría feliz de vuelta buscando la salida siempre encontraba que no eran la que yo quería, eran de latón, estaño o cobre, o no tenían encima la cruz o eran ducales, de príncipe o rey pero no la imperial que estamos buscando. Ya hay veces que visito cuartos en los que he estado, y abro cajas que he abierto pero no sé que he abierto hasta que miro dentro y veo los cadáveres de las ratas sacándome la lengua y entonces recuerdo que esa rata la vi corretear y la maté yo mismo para meterla en esa caja y darme cuenta cuando la abriera de que esa caja ya la había visto, de que esa habitación ya la había visitado, que tenía que volver sobre mis pasos. Varias alas tiene este enorme palacio más sombrío que luminoso; ahora estoy en el ala Bousfield, diseñada hace treinta años por un viejo hechicero americano, uno de los grandes. Ayer mismo, mientras el autobús bajaba por fin después de una puta hora la cuesta del Intercambiador de Moncloa, yo intentaba entrar por primera vez en las estancias prohibidas de este ala. Conseguí entornar puertas, y veo un brillo de fondo que podría ser el de la corona –también podría no serlo, es una de las partes más ricas del palacio- pero aún no tengo el poder suficiente para hacer saltar los enormes candados de acero y acercarme al fulgor que se vislumbra. Buscándolo estoy, pues, intentando llenarme de él. Y dejándome las uñas, sangrantes, contra la puerta.

Muerte y sólo muerte

Vuelvo a esta minitribuna después del descanso estival, donde mis ratos libres mentales se han concentrado en la resolución de un problema de mates que aún sigue aguantando tras dos meses de asedio. Por cierto, si algún lector tiene alguna idea de por qué los espacios f-locales, para f la proyección natural de la circunferencia en BZ/p, son K(G,1)’s, que la comparta conmigo. Ofrezco un tonel de Lacasitos si la cosa marcha.

 

La cuestión es que vamos a comenzar la temporada con un tema alegre de cojones, que es el siguiente. Cuando me muera, QUIERO QUE ME INCINEREN. Y si no, que me saquen los órganos que estén en condiciones –los pocos que queden- y los repartan por ahí. O que me inyecten medio litro de pentotal una vez que alguien haya certificado mi muerte. Cualquier cosa con tal de evitar la eventualidad de que me entierren vivo.

 

El principal motivo práctico por el que escribo esto aquí es el siguiente. Hasta hace poco, yo pensaba que para que te incinerasen tenías que dejárselo dicho a un notario o a alguien con algún tipo de poder legal. Mi pereza por buscar una notaría –aunque bien es cierto que debería, porque no tengo hecho testamento- sólo es comparable a la sensación de ridículo que sería decirle al tipo algo así como “Quiero dejar constancia legal de que quiero que me incineren”. Afortunadamente, hablando el otro día del tema, Rosa me dijo que basta con que hayas dejado bien clara tu voluntad cuando estabas vivo para que se haga. Así que lo proclamo bien alto aquí, porque sé de buena tinta que tengo lectores más jóvenes que yo que además llevan una vida más sana que la mía. Si os sobrevivo, dedicad un rato de vuestro tiempo a aseguraros de que me entierran muerto. Si por lo que sea estáis en el tanatorio hablad de este post, y si no os hacen caso, aprovechad el momento en que nadie mire para darme un buen tajo en la garganta, o ponerme una almohada contra la boca un par de minutos. Con eso sería suficiente.

 

Y es que mi miedo a la Muerte es cerval. No es miedo al dolor, ni mucho menos, ni al castigo, ni nada parecido. Es el hecho de que se acaba todo y no hay NADA. Todo lo que has sabido, todo lo que conoces, todo lo que vives, adiós. En su lugar, el cero. El cerebro se desintegra, deja de funcionar. La gente me dice “bueno, no hay nada, no vas a sentir nada”. Eso no me consuela en absoluto. Envidio a la gente que cree en algo después, pero ya estoy un poco mayor para el autoengaño: todas las pruebas apuntan a a que se acabó y basta. La verdad es que, ahora que lo pienso y reflexiono sobre ello, el sentimiento que tengo ante la Muerte no es de miedo, es de, cómo llamarlo, pena previa. Una pena inmensa, devoradora, desesperanzada. Con toda la dureza que da la finitud. Será por eso que siempre que me han hablado de qué pedirle a un genio de la lámpara (que no conceda metadeseos) haya pensado en la eterna juventud.

 

Sin embargo, si fallecer no me da miedo sensu strictu, me horroriza la idea de esperar la Muerte. Y en ese sentido, ser enterrado vivo, que a la claustrofobia une la imposibilidad de pensar en otra cosa, es para mí la más terrible de las pesadillas. Ninguna escena jamás me ha aterrorizado tanto, al menos en mi vida adulta, como esa de Kill Bill en que meten a Uma Thurman en la caja. Sólo me recuerdo a mí mismo en el cine de Zürich donde la vi, y la simple rememoración de la sensación me provoca temblores. Y las historias que corren por ahí de ataúdes arañados… No, por favor.

 

Así que ya sabéis, si no os caía mal, hacedme el mejor regalo semipóstumo y rematadme. Thanks in advance.

    

Suaves encuentros, últimas palabras

A nadie le importa cómo pasa la vida, a nadie le importa como su vida pasa…

 

Comencemos esta noche con el verso de los Suaves, de esta canción Pardao que fue la última de mi mp3 durante quizá demasiado tiempo, antes de que la relevase otra canción –también lenta- de Yosi y compañía, Si pudiera. Aquélla, por cierto y para los cantautorianos que por el mundo pululan, tiene un tema muy similar a la Balada de Tolito de Sabina, la mitificación de un personaje popular, un feriante, casi un vagabundo trascendido a la condición de héroe urbano. Por cierto, está bien remarcar que en la primera de las dos frases de arriba, el sujeto no es “la vida”, sino él; no es melancolía generalizada, sino la descripción de alguien. Un sentimiento muy desagradable, por cierto, que pase el tiempo de uno y ese uno tenga la impresión de que poco le importa a nadie. Aunque también tenga su parte buena, para qué vamos a negarlo.

 

En general la música de los Suaves siempre me trae recuerdos de un compañero de primero de carrera, Antonio, que hubiera llegado a ser amigo mío, quizá –en un tiempo preInternet, premóviles y, en cierto sentido, pretodo- si no fuera porque el choque de las matemáticas universitarias fue demasiado fuerte para él, y en febrero ya decidió y consumó que su camino no llevaba por ese modesto aulario donde yo pasé tres años de mi vida. No me han quedado muchos recuerdos de él, pero los pocos que hay son agradables, casi entrañables cuando vuelven a mí. Por ejemplo, creo recordar que tocaba el bombo en la banda de Hornachos, y este poderoso contacto con la música le servía como inobjetable justificación para criticar sin piedad mi modo de cantar un verso de “Así estoy yo sin ti”, el que dice “Febril, como la carta de amor de un preso.” Siempre insistía en que yo no modulaba la voz lo debido (probablemente tenía razón) y mi interpretación resultaba demasiado plana. Lo cierto es que él cantaba mucho mejor que yo.

 

Los recuerdos de canciones me han llevado, vía una ruta que ha pasado por botellones músicos en las noches del 94, a una curiosa experiencia vivida el otro día cuando me encaminaba a mi despacho, por los usualmente desiertos caminos de mi facultad. Uno lleva ya tiempo robando y está acostumbrado a todo tipo de cosas en el trayecto: griterío, porros, lágrimas, histeria, perros, amigos… Pero lo que nunca me había ocurrido hasta ahora era encontrarme ¡un arpa! Como si llevara toda la vida haciéndolo y fuera lo más normal del mundo, allí había una jicha tañendo ese instrumento que yo no había visto desde mi última revisión de las obras de los Marx. Yo tiré de toda la veteranía que tengo acopiada para situaciones como esa, pero algo debí traslucir a pesar de todo, porque la muchacha me dirigió una mirada de medio lado como diciendo “Así está el tema.” Considerando que un rato más tarde vi a Milikito y a Saramago mano a mano a través de la ventana del comedor de la facultad, a menos de cinco metros de mí (lo juro por Déu que nunca muere y si muere resucita), no creo que me hubiera resultado nada extraño ver a Jesucristo entrar en mi despacho vestido como el hombre de hojalata del mago de Oz y agitando una ikurriña al grito de “Viva Zapata.”

 

Por cierto, hablando del México de la época, me ha hecho gracia una anécdota recién leída en un Semanal que acabo de mandar a reciclar, y que cuenta que Pancho Villa, recién acribillado a balazos y sólo unos segundos antes de morir, le dijo a un periodista que estaba con él que se inventara alguna frase célebre y la pusiera en sus labios. Menudo fil de putas el periodista. Aunque bien pensado, peor sería que Villa hubiera dicho una frase impresionante (tipo “Luz, más luz!”) o simplemente turbadora (como “Se está alzando la niebla”, Dickinson dixit) y el periodista, que se considerase muy gracioso, hubiera puesto en su boca la frase de la anécdota.

 

Por cierto, lo de la luz fueron al parecer las últimas palabras de Goethe, personaje que por demás me resulta bastante antipático. Y eso que hace poco han caído en mis manos “Las afinidades electivas” y he de reconocer que a veces lleva a maravillosas profundidades de sutileza en el análisis del alma humana; eso aparte de que ya destacar el concepto de afinidad electiva resulta en sí de una brillantez y exactitud muy remarcables. Pero eso de que el tipo aceptara con toda la naturalidad del mundo que era un genio y viviera de acuerdo con tal concepto es algo que sin duda repele. Y la verdad, tras pasar por Werther y Fausto reconozco que es un gran escritor, pero antes salvaría en un hipotético cuádruple apocalipsis nuclear los cantos de la Eneida que hablan del infierno y de la caída de Troya, que todas las páginas del payaso de Weimar. O sea que menos lobos, CaperuWolf.

 

Eso de Wolf, por cierto, entronca de modo algo misterioso con la película que está puesta ahora mismo y que no estoy siguiendo pero que de vez en cuando miro al soslayo: el pacto de los lobos. Creo recordar haber escuchado opiniones bastante poco piadosas sobre ella, y aunque no la he visto nunca, sí que me trae a la memoria mi primera estancia en Francia, cuando el metro estaba sembrado de carteles que la promocionaban. Por cierto que en aquellos viajes desde Ciudad Universitaria a Villetaneuse adquirí una bonita costumbre que he vuelto a retomar aquí en Madrid, aunque sin la regularidad de aquellos tiempos: comprar un croissant en el medio del camino. Aunque allí el sitio era lo menos glamouroso del mundo (La estación del norte, que a partir de cierta hora parece la reunión de los bandidos en Nuestra señora de París), sí que tenía cierto encanto enfocar el siguiente día envuelto en esa dulzura.

 

Momentos en que, realmente, poco me importaba si a alguien le importaba que mi vida pasara. De hecho, it sweated it to me.

Divagaciones

De rodillas y a la pared, me dicen desde los balcones que me deje de ilusiones....

 

Tomemos este punto de partida, esta canción de Luis Ramiro, “porque te vas” que me gusta tanto con ese ritmo juguetón que lleva cosas muy tristes dentro. La primera evocación surgida de ahí e independiente ha sido la de Paco Paredes. Paco era un tipo que conocí en Burguillos en los lejanos 80, al que he visto raramente en los últimos 15 años, y del cual no sé siquiera si ahora conocería su rostro. Era una persona agradable, lo cual ya era bastante en la pandilla que me movía, conocida como “los clásicos” y muy abundante en gilipollas de ciudad. Nunca habé demasiado con él, y cuando lo hice tampoco dijimos nada que quedara grabado. Sin embargo, sí recuerdo a la perfección que Paredes era un mote, de estos típicos de los pueblos, y su apellido real lo supe alguna vez, pero lo he olvidado.

 

Hilamos con rostro, escrito un poco más arriba. Se han lanzado dos flechas en mi cabeza. La primera ha sido hacia los Rostra, un par de columnas dispuestas para los oradores en el Foro Romano, si no recuerda mal justo enfrente de lo que queda del edificio del Senado (que es bastante, pero nada hermoso). El día que visitamos el Foro hacía un calor comparable al de hoy, por cierto, me he despertado casi desnudo y sudando, la primera vez que sucede este verano –aunque quizá tenga también que ver con el buffet demencialmente completo y bueno que degustamos anoche en el Casino de Torrelodones). Se me ha quedado del Foro, entre otras cosas, una imagen de mí mismo con las dos piernas a diferente altura con uno de los grandes arcos justo detrás, creo que el de Septimio Severo.

 

La segunda flecha es un verso del Blues del amo de Gamoneda, un lamento continuo y sombrío de un esclavo –se supone por el contexto que en la América del siglo XIX, o quizá esto sólo me lo figuro yo- por lo terrible de su vida y sobre todo por no poder ver el rostro de su amo. “Hace 25 años que trabajo para mi amo y todavía no he visto su rostro”. Supe por primera vez de este poema a través de uno de los discos que sacó Loquillo versionando a diferentes poetas; por supuesto la música asociada, gentileza creo de Gabriel Sopeña, era un blues. He tardado muchos años en descubrir realmente quién es Gamoneda y el puesto que ocupa en las Letras españolas; afortunadamente, fue unos meses antes del boom debido al Príncipe de Asturias, y algo después de darme cuenta de que Internet, que en el tema novelas se muestra incapaz (una impresión no te resuelve nada) es un vergel interminable para la poesía. Nunca olvidaré muchos versos de “Descripción de la mentira”, lo primero suyo que leí tras haberlo buscado, ese tipo de cosas que se te agarra a la piel como una enfermedad o una garrapata con ganas de festín. “Qué demonios has encontrado tú en la reserva del olvido…”

 

Retomamos ahora con “lamentos” que está al principio del párrafo. Siendo bastante niño –puedo estar hablando de diez o doce años, quizá menos- yo era devoto de los librillos SM. Eran estos unos cuadernillos tamaño folio, dedicados habitualmenta un tema específico, de 32 páginas si no recuerdo mal, y estructurados mediante pequeñas viñetas cuadradas, más o menos bien ordenadas, con un breve texto explicativo debajo de cada una. Normalmente venían en series de tres, y yo acabé teniendo bastantes de ellos –gracias, familia.

 

La cuestión es que una de mis series favoritas, si no la que más, y que después ha vuelto reiteradamente a mi memoria, era una cuyos volúmenes eran “Monstruos”, “Fantasmas” y “Ovnis”, títulos muy concisos que describían a la perfección su contenido. Gracias a ellos descubrí nombres y conceptos que todavía me resultan fascinantes, como los de Nasnas, Kraken, Grendel –el nombre de uno de mis primeros gatos- Beowulf, Roc, proyecto Libro Azul, etc. La verdad es que no eran libros muy recomendables para un chaval de esa edad, porque algunas de las historias de fantasmas que contaban, y especialmente una, se me ha quedado agarrada a las entrañas y aún en las noches de oscuridad sigue hauntándome (perdón por la burrada, no encuentro verbo apropiado en castellano) impidiéndome dormir hasta que con toda la fuerza de la voluntad, que no es mucha, tuerzo el cerebro hacia algún pensamiento mecánico. Si a alguien le interesa puedo contarla, por aquí o en petit comité, aunque no buscaré más información sobre ella para no alterarme más. Tendréis que fiaros de los recuerdos de un niño que se acojonaba como un perro.

 

La cuestión es que, en otro lugar del libro de fantasmas, había dos páginas (los temas siempre eran tratados dos páginas a dos) que daban las especificaciones que debía cumplir una casa para estar encantada. Recuerdo perfectamente que eran doce, aunque no creo que me acuerde de todas, y ni tengo el Google a mano ni creo que sea algo que pueda encontrarse en él. Es fuertemente pre-Internet, aunque nunca sabe uno, también pensaba que no podría encontrar los nueve movimientos malos y cómo evitarlos del ajedrez, que leí en un viejísimo libro de I.A. Horowitz y F. Reinfeld, y los encontré en varios sitios. Claro que esto es información más útil y en una referencia más “encontrable.” En fin, ahí van las características de la casa encantada:

 

1. Se oyen lamentos en un pasadizo secreto que va del salón al piso de arriba. (Este “lamentos” es el que ha provocado la divagación).

 

2. Una mancha de sangre en el suelo no se puede quitar (Este recuerdo que era el 9 o el 10 en la lista, pero bueno, yo aquí la doy salvo permutaciones del simétrico S_12, sabréis perdonarme).

 

3. El retrato de un antiguo caballero se hace realidad a la vez que desaparece en el cuadro (Las demás citas son literales, como la anterior, o casi, como la primera; esta es el significado, no me acuerdo exactamente de lo que se decía, sólo del dibujo y del concepto).

 

4. Aparece un esqueleto en el hueco de la pared (Esta sí es literal, me encantan los mecanismos de reconocimiento de la memoria, a veces actúan con una falta de medios enorme).

 

5. Se empiezan a mover las cortinas tras una ventana cerrada, como si les diera el viento.

 

6. En la biblioteca se sientes temblores y los libros caen al suelo con estrépito.

 

7. Se empieza a mover la lámpara-araña (De ésta no estoy completamente seguro de que fuera así, porque tengo algo difuso el recuerdo del dibujo de la lámpara. Aquí he tenido que reconstruir un poco).

 

8. Aparecen unas manos sobre el piano y comienza a sonar una marcha fúnebre (Ya andando el tiempo, acabé relacionando esto con el tema de Las manos de Orlac, sobre un tipo al que le amputan las manos y le injertan las de un asesino, que se dedican a cometer crímenes por su cuenta. O algo así).

 

9. Van apareciendo huellas de un pie que sube por una escalera.

 

10. Un fantasma atraviesa la pared (Ésta es la primera para la que he tenido que hacer un esfuerzo de concentración. Siendo la décima, no está mal).

 

11. El reloj da trece campanadas en vez de doce.

 

Pues el doce no sé si tendrá algo que ver con el frío o algún poltergeist, pero no me acuerdo de él. Bueno, voy a ver en diferido la primera parte del Brasil-México, que es donde cayeron los goles, y luego sigo. Me gusta esto!!!

 

Ciudad adoptiva

Un test que he leído esta mañana en el 20 Minutos que me ha gustado: 

 1.- ¿Cuál es el primer recuerdo que tiene de Madrid?

El Paseo de Extremadura, visto desde el coche de mis padres.

2.- La mejor banda sonora para disfrutar de la ciudad es...

Aunque sea tópico, Sabina. Tampoco está mal Luis Ramiro, en este sentido.

3.- Cuando cierra los ojos y piensa en la capital, ve...

Una ciudad donde ocurren un millón de cosas a la vez. El lugar donde quiero vivir.

4.- ¿Qué época del año le sienta mejor a la ciudad?

Los escasos días que median entre que se va el frío y llega el calor agobiante.

5.- ¿A qué huele Madrid?

A mí no me huele especialmente a nada.

6.- Más vale no dejarse caer por...

Algunos descampados, pasadas ciertas horas.

7.- Las mejores vistas de toda la región están en...

Recuerdo el paisaje desde la silla de Felipe II. La vista desde la ventana de mi despacho, con toda la sierra y el Escorial al fondo, también es bastante espectacular.

8.- Ama Madrid...

Sin duda alguna, desde antes de vivir en ella. Antes como mito, ahora como realidad.

9.- Pero le desquicia...

Que no está preparada para la cantidad de gente que hay, las obras y que es una ciudad más pensada para los coches que para los peatones.

10.- ¿Cuál fue su último viaje en metro?

Esta mañana, como cada día, de Peñagrande a Guzmán el Bueno y de Guzmán el Bueno a Moncloa.

11.- ¿Qué edificio madrileño no se cansa de admirar?

El Bernabéu (aunque no por su valor arquitectónico, claro ;D). Desde un punto de vista artístico, la Biblioteca Nacional.

12.- Súbete al carro de los tópicos. ¿Cómo son los madrileños?

La inmensa mayoría no son de Madrid.

13.- Tómese un desayuno castizo, ¿con churros o porras?

Siempre he sido más de churros. De todos modos, en Madrid se desayuna mal.

14.- ¿En qué lugar de la comunidad le gustaría que se esparcieran sus cenizas?

Me es indiferente.