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El musolari errante

Happy endings

Hoy robo. Magnífico texto de Boyero sobre los finales de algunas películas:

 Connery cantando su himno antes de ser despeñado del puente, ante la conmovida y orgullosa mirada de Caine en El hombre que pudo reinar. El jocoso e irrebatible "nadie es perfecto" de Con faldas y a lo loco. La despedida entre el Gordo y Eddie Felson, la negativa suicida de éste a pagar la lacerante deuda a su socio capitalista, la seguridad de que ya no es un perdedor aunque le espere el destierro y la ruina en El buscavidas. La puerta que se va cerrando y que deja sin causa y en definitiva soledad a Wayne en Centauros del desierto. Bacall despidiéndose del pianista, del brazo de Bogart y con Brennan llevándoles las maletas en Tener o no tener. La enloquecida Gloria Swanson bajando por las escaleras mientras que Stroheim grita "acción" en El crepúsculo de los dioses. El desolado Nino Manfredi diciéndole a José Isbert que nunca volverá a matar a un reo y éste respondiéndole con escepticismo: "Eso dije yo la primera vez" en El verdugo. Viridiana, su primo y la criada jugando a las cartas en Viridiana. Paco Rabal aceptando la manzana mientras que empiezan a sonar los tambores de Calanda en Nazarín. Diane Keaton observando el tributo de los soldados al marido que le ha mentido, al nuevo rey, en El Padrino. La mirada rota de Pacino, sentado en un jardín invernal, recordando con dolor, en la segunda parte de El Padrino. Cable Hogue, el superviviente a ese desierto en el que encontró agua milagrosa, aplastado por el primer coche que ha visto en su vida en La balada de Cable Hogue. El dolorido relato que le hace a su estupefacto marido Anjelica Huston, en una noche nevada, sobre el perdido y verdadero amor de su vida en Dublineses. El paseo de Pike Bishop y su banda hacia el baño de sangre propia y ajena, reclamando a su amigo y sabiendo que van a morir en Grupo salvaje. La transformación de la llorosa cara de Mia Farrow viendo bailar en la pantalla a Fred Astaire y Gingers Rogers en La rosa púrpura de El Cairo. El desesperado Brando persiguiendo por la calle a su último y asustado tren vital en Último tango en París. Romy Schneider pronunciando el temido "te amo" al apaleado Fabio Testi en Lo importante es amar. Y el más grandioso y lírico que se ha inventado el cine. Ocurre en un aeropuerto con niebla, en una ciudad llamada Casablanca.

Inolvidable

Inolvidable

Anoche terminamos los Soprano. Está al nivel del Padrino, con lo que queda dicho todo.

Corriendo en el filo

Corriendo en el filo

Para excitar la curiosidad de algún profano que encontré el sábado por la noche, y para que los iniciados se refocilen en el recuerdo, dejo aquí el famoso test Voight-Kampff de Blade Runner. Para los primeros, recordar que se trata de una prueba para ver si el que contesta es un hombre o un robot (replicante, en el argot de la pinícula). Deckard es el testador, Rachel la testada, y Tyrrell el constructor de los replicantes.

 

[ Deckard ajusta la máquina de Voight Kampff ]

Deckard: Eso no afectará al test. Bien, le voy a hacer una serie de preguntas. Relájese y contéstelas lo más sencillamente que pueda. Es su cumpleaños y le regalan una cartera de piel...

Rachael: No la aceptaría. Y, además, denunciaría a la policía a la persona que me la regalara.

Deckard: Tiene un hijo. Éste le enseña su colección de mariposas y un frasco de arsénico.

Rachael: Le llevaría al médico.

Deckard: Está viendo la televisión. De repente, se da cuenta de que una avispa le sube por el brazo.

Rachael: La mataría.

Deckard: Está leyendo una revista y se encuentra con la fotografía de una mujer desnuda.

Rachael: ¿Este test es para saber si soy una replicante o una lesbiana?

Deckard: Conteste a las preguntas, por favor. Se la enseña usted a su marido y a éste le gusta tanto que la pone en la pared de su dormitorio. ¿Se enfadaría?

Rachael: No le dejaría.

Deckard: No le dejaría. ¿Por qué no?

Rachael: Debo ser suficiente para él.

[ El tiempo discurre en el despacho de Tyrell ]

Deckard: Una pregunta más. Está viendo una obra de teatro. Tiene lugar un banquete en el que los invitados se deleitan con un aperitivo de ostras vivas. El primer plato consiste en perro cocido.

[ La máquina de Voight Kampff emite una señal visual que sólo Deckard parece advertir ]

Tyrell: ¿Quiere usted salir un momento, Rachael? Gracias.

[ Rachael sale del despacho ]

Deckard: Ella es una replicante, ¿no es así?

Tyrell: Estoy impresionado. ¿Cuántas preguntas son las normales para detectar a uno?

Deckard: No le comprendo, Tyrell.

Tyrell: ¿Cuántas... preguntas?

Deckard: Veinte, treinta..., según el tipo.

Tyrell: Le ha costado más de cien con Rachael, ¿no es así?

Deckard: ¿Ella no lo sabe?

Tyrell: Está empezando a sospechar, creo.

Deckard: ¿Sospechar? ¿Cómo puede no saber lo que es?

Tyrell: El comercio es nuestro objetivo aquí, en la Tyrell. Y nuestro lema, «más humanos que los humanos». Rachael es un experimento, nada más. Empezamos a percibir en ellos extrañas obsesiones; después de todo, son inexpertos emocionalmente, con unos años para almacenar las experiencias que usted y yo damos por supuesto. Si les obsequiamos con un pasado, creamos un apoyo para sus emociones y, consecuentemente, podemos controlarlos mejor.

Deckard: Recuerdos, usted habla de recuerdos.

El A-nillo

Me da a mí que a más de uno le va a gustar mucho este video.

 

 :

Brillabas como una ametralladora

Si alguien sabe de dónde he sacado esto, gallifante para el caballero o señorita. Rosa, tú no cuentas.

Cuando te despertaste esta mañana se había ido todo a la mierda. A eso de las diez y media ya tenías la cabeza a punto de estallar, como si el ruido de un teléfono te atravesase de arriba abajo, diciéndote cosas que ya deberías saber. Anoche habitabas el séptimo cielo, pero hoy estás hundido, uno de esos días en que te preguntas como serán las cosas para los demás: para las esposas, la madres, los padres, los hermanos. ¿No deseas dejar de funcionar, no pensar nada más que en la siguiente nómina o en la siguiente copa? Al final eso es lo que haces y consigues disimular, a pesar de que sabes que todo se ha ido al carajo.

Una de catorce (II)

Bueno, pues vamos allá a por los siete últimos. 

8. Manaslu. Parece ser que la palabreja es nepalí, y proviene, como alguna que ya hemos visto anteriormente, del sánscrito: su precedente es “Manasa”, que quiere decir “Monte del Espíritu.” También se la llama Kutang. 

9. Nanga Parbat. Asesina donde las haya a pesar de su nombre algo divertido, que es una expresión urdu que significa “La montaña desnuda”. “Parvat” también viene directamente del sánscrito, y es la palabra en esta antigua lengua para montaña. 

10. Annapurna. Seguramente es la más famosa de esta segunda lista, y se designa por esta palabra tanto en sánscrito como en nepalí. Significa “Diosa de las cosechas”, y realmente es el nombre de una divinidad agrícola hindú. No es una montaña, sino un macizo, y con precisión el ochomil es el Annapurna I. 

11. Gasherbrum I. El macizo de Gasherbrum contiene bastantes montes, entre los que destacan las cinco K’s de las que ya hemos hablado más arriba, y de las cuales el K2 es la única que conserva el nombre que le puso Montgomery. Esta que nos ocupa ahora es el K5, y “Gasherbrum” es una palabra en lengua Balti, que quiere decir “Montaña hermosa”. Al macizo también se le conoce como “La muralla brillante”, y a este pico en particular como “el Pico Escondido”, Hidden Peak en inglés. 

12. Broad Peak. La traducción directa es la “Montaña amplia”, y se la llama así porque la cumbre mide la friolera de un kilómetro y medio. El nombre local Balti, que tiene el mismo significado que la expresión inglesa, es Faichan Kangri, y es el K3 del Gasherbrum. 

13. Gasherbrum II.  No hay mucho más que decir del nombre; es el K4 en notación Montgomery. Para los amantes de la completitud, el K1 es el Masherbrum –Reina de los picos, a pesar de ser la benjamina de los cinco- que se queda a escasos 200 metros del ocho mil. 

14. Shishapangma. Este nombre típicamente tibetano –cuya transcripción china es similar- designa a nuestra última montaña, y parece significar “cresta sobre llanuras cubiertas de hierba”; otra interpretación, más prosaica, alude a mujer sherpa. Quizá es más común, y sin duda sonora, la denominación sánscrita  Gosainthan, “El lugar del santo”. 

Bueno, y hasta aquí hemos llegado. Si alguien quiere seguir, le cedo el testigo con los 34 sietemiles entre 7500 y 8000. La lista empieza por Gyachung Kan, Gasherbrum III, Annapurna II, Gasherbrum IV, Himalchuli, Distaghil Sar… todos tienen su historia.  

Una de catorce (I)

Una de catorce (I)

Siempre me ha fascinado el montañismo para mirarlo desde la barrera, supongo que con un tipo de fascinación parecida a la de los intelectuales por la violencia. Me impresiona esa gente que se juega la vida sólo por llegar más alto, en el sentido más concreto y, en cierto modo, también más abstracto del término. Hace poco, cuando murió Hillary, me emocioné con la grandiosa historia de Mallory, y sobre todo el misterio que rodea al hecho de si llegó o no llegó, y las investigaciones que se están llevando a cabo sobre ese asunto. Por tanto, yo que en mi importante vertiente Robgordonesca tan aficionado soy a las listas, me avergüenzo de confesar que no me sé los ochomiles que en el mundo son (fundamental darse una vuelta por Wikipedia para ver las fotos de los catorce, creo que no es casualidad que fuera éste el número que eligiese Tolkien para los Valar –Melkor excluido). Tras flagelarme un poco y reflexionar, he llegado a la conclusión de que nunca me acuerdo de ellos porque los nombres son muy extraños y no se me quedan en la cabeza. Por tanto, voy a listarlos aquí y poner, para cada uno, el significado de su nombre. Seguramente así sea más fácil que se me queden en la cabeza, y quizá en la de alguno más a quien también fascinen estos colosos.

 

1. Everest. Como América, tiene el nombre de quien menos se merecía, un geógrafo inglés, George Everest, que ni siquiera fue el que cartografió la montaña; lo hizo un discípulo suyo. Mucho más hermoso es su nombre tibetano:  Chomolungma o Qomolangma, que respectivamente quieren decir “Madre del Universo” o “Diosa Madre de la Tierra” (femenino en ambos casos). En un dialecto local se usa Deodungha, “Montaña Santa”, y en nepalí, inventada la palabra curiosamente el siglo pasado, Sagarmatha, “Diosa del cielo”. Todo va por el mismo lado.

 

2. K2. Esta denominación tan peculiar viene de que es la segunda montaña del Karakorum que fue indizada por un equipo de investigación europeo en el siglo XIX. Es la “gran montaña” (Qogir en chino) o la “montaña alta” (Lamba Pahar en urdu). También se le llama monte Godwin-Austen, por otro investigador británico –vaya plaga- aunque el nombre se refiere concretamente a un glaciar cercano. Por este nombre lo conocí yo cuando era niño.

 

3. Kanchenjunga. Este nombre tan sonoro es nepalí, y su significado es insuperable en poesía: “los cinco Tesoros de nieve” (en alusión a los cinco picos consecutivos de la montaña). También se llama SewaLungma, en lengua Limbu.

 

4. Lhotse. El caso de esta montaña es curioso. Parece ser que originalmente no tenía nombre ni en nepalí ni en tibetano, así que fue un europeo, Howard Bury quien le puso este nombre en la segunda de estas lenguas. Significa “Pico Sur”, porque se halla unido al Everest por la cara sureña de la gran montaña.

 

5. Makalu. Existen dos teorías sobre el origen de este nombre. Una dice que en la lengua local significa “El gran Negro”, en alusión al aspecto oscuro y aislado de la montaña. La otra propone que es una deformación del sánscrito “Maha-Kala”, que quiere decir “Dios muerto”, y que alude a la creencia de que el monte fuera el trono de Shiva, el destructor.

 

6. Cho Oyu. Este es de origen tibetano, que se transcribe en nepalí como Qowowuyag. Su significado es “Diosa Turquesa.” Más hermoso, imposible.

 

7. Dhaulagiri. Este nombre proviene del sánscrito, y quiere decir “Montaña blanca”.

 

Bueno, tengo que dejarlo aquí por ahora, mañana pongo los otros siete.

   

 

Papichulo

Papichulo

Uno de los acontecimientos relevantes del año en la cara interna de mi vida ha sido la aparición de un papiloma en ese maravilloso lugar del pie en el que convergen el lateral y la planta. Para quien no lo sepa –lo cual era mi situación hasta el 26 de Diciembre- un papiloma es un puto virus, bastante contagioso, que produce una verruga que, con el tiempo, va creciendo hacia dentro. Cuanto más crece, lógicamente, más duele al andar. Bueno, a veces duele y a veces es simplemente una molestia. La cuestión es que yo pensaba que era un simple callo causado por unas sandalias guarripelas que me compré al principio del verano –una de las cuales ya está rota y se ha convertido en chancla-, pero la embarazadísma podóloga a la que visité en Badajoz me sacó de mi error. Además, me contó que era algo que requería un tratamiento prolongado, razón por la cual decidí posponerlo hasta después de las vacaciones. Tras algunas vacilaciones, decidí tratarme con un podólogo que vive muy cerca de mi casa, y más que su pinta de asistente habitual a juergas flamencas, su aire de putero experto y su acento navarro, m convenció para tratarme con él su seguridad y también, por qué no decirlo, la situación de su clínica.

 

Abreviando: el tratamiento consiste en que me inyecta en el papiloma, previa anestesia vía spray, unos productos cáusticos que irán reduciendo al cabrón, y después un líquido muy frío cuyo objetivo es similar. Tras esto, me venda el pie y hasta la semana que viene, y así durante aproximadamente un mes y medio o dos meses.

 

Así dicho parece fácil, pero el motivo que me ha llevado a contar aquí tan aburrida historia es que me es difícil concebir un dolor tan intenso y poderoso, tan desarmante y brutal, como el que uno siente cuando le entra la aguja y la sustancia demoniaca penetra en los tejidos. Una habla siempre de dolor en sentido figurado, la pérdida de alguien, el desamor, incluso algún unamunesco “me duele España!”. Sin embargo, cuando uno se ve ahí, frente a frente con las terminaciones libres de la piel en todo su apogeo, ese es el momento en el que uno se da cuenta de la palidez de todas esas comparaciones. No hay nada como eso, nada te aclara tanto, no hay momento en que el ser de uno esté más pendiente de una sola cosa. La cuestión es que el tema del dolor me inspiró tres reflexiones, que van a ser cortitas porque en quince minutos salgo zumbando de aquí, y que suelto ahora:

 

 

 

  1. En la hora anterior a la consulta, y mientras esperaba primero en la óptica y después a Rosa, estuve viendo el segundo capítulo de Dexter en mi iPod (seguramente ambas cosas tendrán post propio en un futuro). Como le dije a un amigo mío, después el médico hizo de Dexter conmigo. Quien no sepa quién es el amigo Morgan, que se lea el blog de Casciari, aunque para mí que se pasa de elogios.
  2. Dentro del panorama serieforme que me caracteriza últimamente, Rosa y yo estamos terriblemente viciados de los Soprano –hoy viajará conmigo el sexto capítulo de la tercera temporada, con lo cual ya casi habremos llegado al ecuador; también tendrán entrada-. En la serie, dicen una frase que se me quedó grabada, porque es algo en lo que yo he pensado con frecuencia: “en la vida hay que elegir entre el aburrimiento y el sufrimiento”. Pues bien, un tratamiento antipapilomero es lo menos aburrido que hay; es difícil vivir medio minuto con tanta intensidad.
  3. Enlazando con lo anterior, quien me conoce sabe cómo me gusta vivir la vida intensamente. Y aunque ahora mismo pagaría mucho dinero porque una bruja Lola de postín me eliminase mi problemita epidérmico con un suplicio indoloro a base de velas negras, cuando pienso en la locura casi indescifrable del Dolor, con mayúscula, puedo llegar a comprender que haya gente que disfrute con ello; no es para mí el masoquismo, pero al menos ya no es algo que me resulta intrínsecamente incomprensible. Y comprendo que haya gente adicta a esa intensidad, aunque la sensación, en el momento, sea horrible.

 

El próximo miércoles llevaré un palo para morder, en cualquier caso.

Quiere ser su mujer

Cantemos, pues otra canción; ésta, con el paso de los años, ha envejecido a la vez que se volvía violentamente amarga.

 

Ella. Sus uñas rotas, sus naves ardiendo. A la dulce niñita, la hija del prestamista que siempre veíamos, anciano y perverso, a esa que nos miraba con unos ojos azules en los que sólo podía habitar la inocencia, se la come el deseo. La devora cuando, torpemente escondida tras los trastos de la tienda, lo ve pasar. Y cuando no lo soporta más, lo llama, con ese viejo micrófono que algún vagabundo -tal como yo- le dejó. Él la mira, y entonces ella comienza a sonar su clarinete, en una melodía que transforma en oscura tentación la inicial curiosidad. Y se acerca, y la niña ya mujer enloquece, y se ve apuntándole de pronto con una daga nazi, pero sólo quiere decirle que le quiere, que le necesita, que muere por ser su mujer, no importa su edad, no importa quién sea, todo es igual.  Cuando sus labios se abren, prestos para besar, las palabras brotan como una promesa sangrante: “Puedo irme a dormir ahora, pero por favor, respeta el futuro, es nuestra esperanza.”

 

La niña se marcha, pero él no puede evitar seguirla; también la siente como la primera, la auténtica, la original. Y al desabrocharse el cinturón, siente la hebilla como la rueda de un transatlántico que cruzase el Mississippi, desbocado como ellos. Pero vacila, porque él sabe cómo aprendió a tocarse ella mientras veía a los marineros ardiendo como tizones: sólo en medio de un infierno pudo aprender –y aprehender- tanto placer. Únicamente consigue reunir el valor, ante su cuerpo tibio y desnudo, de darle llama al cigarrillo que sostienen esos labios en éxtasis.

 

Nunca alcanzarán la Luna, o al menos, la Luna que desean; porque está flotando en pedazos, pálida y miserable, y no hay supervivientes. Así que dejemos a estos amantes preguntándose, una vez más, por qué no pueden poseerse, y vamos a cantar otra canción; ésta ha envejecido demasiado amarga.

 (Adaptación de Leonard Cohen)

Definición de demoledor

Esta réplica es quizá lo mejor que he leído en mucho tiempo en un periódico. (Gracias Miguel)

 

La abuelita
de Rosa Montero

Ayer apareció, en la contraportada de El País, un texto de Rosa Montero en el que la escritora arremete contra la serie Dexter. ¡Blasfema!
HERNAN CASCIARI - 12 de diciembre, 2007
Comentarios - 172

Ayer apareció, en la contraportada de este periódico, un texto de Rosa Montero llamado "Sadismo", en el que la escritora arremete contra la serie de televisión Dexter, culpándola, entre otras cosas, de provocar la agresividad y el sadismo gratuito entre los grandes y los chicos.

La escritora escribe con soltura sobre una obra de ficción de la que, confiesa, sólo ha visto unos minutos porque le resultó "repugnante". Pero no quiero seguir explicando sus palabras, es imprescindible la lectura completa del texto, que no tiene desperdicio:

Sadismo

por Rosa Montero
(El País, 11 de diciembre de 2007)

Llega una nueva serie de televisión que ya estaba en el cable. Rizando el rizo de la venta al por mayor de la violencia, el protagonista es un psicópata encantador, un sádico simpático que busca la complicidad del espectador.

Para endulzar la despampanante orgía de sangre, atrocidades perversas y refinada saña, este agradable asesino en serie sólo mata a los malos, es decir, a aquellos que a su vez son asesinos. Por cierto que no acaba con ellos por hacer justicia, sino porque disfruta haciendo sufrir. Ya digo que es un sádico. No pude terminar de ver ni siquiera un capítulo, así de repugnante es el producto.

Según un informe del Centro Reina Sofía para el Estudio de la Violencia, los niños españoles pasan frente al televisor 930 horas al año, por 900 que están en el colegio. Cada hora ven entre cinco y diez actos violentos, y está demostrado que cuanta más violencia televisiva han visto, más agresivos son a los dieciocho. Se me ocurre que este nuevo carnicero dejará su huella en grandes y chicos.

En los años setenta, las películas que ofrecían dosis masivas de violencia bajo la tenue justificación de un justiciero solitario que mataba malos, como Harry el Sucio, eran consideradas reaccionarias. Hoy, en cambio, se diría que el sadismo está de moda, con el agravante de que ahora las carnicerías son infinitamente más perversas y realistas. Hoy Quentin Tarantino saca en primer plano cómo torturan a un tipo rebanándole la oreja lentamente y a todos los modernos les parece la bomba. Y lo mismo sucede con este nuevo héroe televisivo cruel y morboso: qué guay, un matarife psicopático. Diversión a tope.

Explotar el sadismo para obtener más share se considera de lo más normal, forma parte de ese fofo "vale todo" en el que vivimos. A mí, sin embargo, me repele: debo ser una antigua.

Mi idea inicial fue debatir, en estas páginas, la enorme cantidad de boludeces que escribe Rosa Montero en su columna, pero sin embargo me llegó, a tiempo, un documento que la exonera de toda culpa. El problema de Rosa Montero no es su incapacidad de comprender la ficción televisiva.

Ella no es, como el resto de los intelectuales quisquillosos, una especie culta que desprecia toda la tele sin excepción. No es de las que pueden hacer una crítica certera viendo sólo cinco minutos de una obra. No. Lo que tiene Rosa (casi igual que Dexter Morgan) es un problema con su pasado.

Publico aquí, en exclusiva, una columna aparecida el 11 de diciembre de 1917 en el periódico La Vanguardia. La escribe Rosa Montero, la abuelita de la actual Rosa Montero.

Sadismo

por Rosa Montero
(La Vanguardia, 11 de diciembre de 1917)

Llega un nuevo folletín a mi biblioteca, que fue publicado en doce episodios por la revista rusa El Mensajero, hace ya cuarenta años, con el nombre de Преступление и наказание (aquí, creo, la llamarán Crimen y Castigo y aparecerá en forma de libro a principios de marzo de 1918). Rizando el rizo de la venta al por mayor de la violencia, el protagonista es un muchacho encantador, un asesino sádico la mar de simpático, llamado Raskolnikov, que busca la complicidad del lector. Una complicidad inaceptable.

Para endulzar la orgía de muertes, atrocidades perversas y refinada saña, este agradable asesino sólo mata ancianas, es decir, seres desvalidos que no le hacen mal a nadie. Por cierto que no acaba con ellas para hacer justicia, sino porque desea saber si es posible matar sin razón, sin dejar huella, y cometer de este modo el crimen perfecto. ¡Ya digo, es un sádico! No pude terminar de leer ni siquiera las primeras páginas, así de repugnante es el libro.

Según un informe del Centro Reina Victoria para el Estudio de la Violencia, los niños y jóvenes españoles consumen esta mal llamada 'nueva literatura' unas 930 horas al año, por 900 que están en el colegio. Cada hora son cómplices de entre cinco y diez escenas literarias violentas, y está demostrado que cuanta más violencia han leído, más agresivos son a los veintidós años. Se me ocurre que este nuevo asesino ruso dejará su huella en grandes y pequeños.

En 1840 apareció un libro que ofrecía dosis masivas de violencia bajo la tenue justificación de un gorila solitario que mataba gente. La novelita se llamó Los Crímenes de la calle Morgue, del ya olvidado escritorcito borracho Allan Poe, y fue considerada por mi madre (columnista de opinión también) una obra espantosa. Hoy, en cambio, se diría que el sadismo está de moda, con el agravante de que ahora los asesinatos no son ejecutados por primates, ni por chimpancés, sino por supuestos hombres decentes como el impresentable Raskolnikov.

En la actualidad de este flamante siglo XX, Howard P. Lovecraft ha escrito sin escrúpulos el asqueroso libro El caso de Charles Dexter Ward, la historia de un hombre degradado física y psicológicamente por su familia, que acaba (¡cómo no!) provocando un baño de sangre. Y lo mismo sucede con este flamante héroe ruso del tal Dostoyevski, este funcionario cruel y morboso llamado Raskolnikov: qué alegría, un soviético psicopáta. Diversión a troche y moche.

Explotar el sadismo para obtener más ventas literarias se considera de lo más normal, forma parte de ese fofo vale todo en el que vivimos en este nuevo siglo XX tan extraño. A mí, sin embargo, me repele: debo ser demasiado moderna.

Ojalá un día llegue la famosa televisión y se acaben todas estas porquerías literarias.

Two faces

Two faces

Era hermoso, fuerte, inteligente; le encantaban la música y la literatura, aristócrata, rico… parecía que el joven Edward Mordrake tenía todo lo que la juventud y la divinidad podrían conceder a un hombre. Sin embargo, su peripecia vital fue de las más terribles y perturbadoras que haya vivido persona alguna.

 

El pobre Edward había nacido con un gemelo, que poseía como él un bello rostro y un cerebro afilado; pero a diferencia de su hermano, era malvado, siniestro y cruel, y nada le hacía más feliz que la desgracia del otro. No podía hablar, pero su risa malévola llenaba su rostro en una mueca inhumana cada vez que su hermano se desmoronaba, preso de una infelicidad y una amargura cada vez más insoportables. Parece ser que este mellizo diabólico, cuyo nombre se ha llevado la Historia, envenenaba cada noche del dulce Edward, impidiéndole dormir mientras le susurraba maldades que parecían reveladas en el mismo infierno. Al final, cuando nuestro joven protagonista no resistió más, dio muerte a su hermano y a sí mismo, no sin antes rogar en una misiva postrera que los restos del otro fueran destruidos, pues en caso contrario le perseguirían hasta en la tumba.

 

Nada tendría de especial esta historia si no fuera por un detalle: Edward y su hermano compartían el mismo cuerpo, que manejaba el primero, pero cada uno poseía su propia cara, una a cada lado de la cabeza. El horror que se desprende de la situación es descomunal, máxime teniendo en cuenta que su base real parece establecida. A quienes les parezca inverosímil, que echen un vistazo a este video. Es del tipo de cosas que está bien saber para no sorprenderse, pero en las que también es conveniente no pensar demasiado.

En la muerte del comediante

Un hombre va al doctor. Dice que está deprimido, dice la que la vida le parece cruel. Y dice que se siente solo en un mundo amenazador, al que tanto da y del que nada recibe. El doctor le contesta: "El tratamiento es simple. El gran payaso Pagliaccio está en la ciudad. Esta noche vaya a verle. Eso le animará".
De repente, el hombre estalla en lágrimas.
"¿Qué le pasa?", le pregunta el doctor.
A lo que el hombre contesta: "Pero doctor, yo soy Pagliaccio".

Eating together

Una frase que leí el otro día y que se me clavó: "El hombre que come solo acaba siendo peligroso". Yo comía solo a veces cuando vivía en Francia, y la verdad, hay pocas sensaciones de aislamiento más potentes. Del aislamiento al peligro hay tres o cuatro pasos, no más...

Metamorfosis consejeiras

Esta mañana he asistido a un Consejo de Departamento en Getafe. Sentado allí y escuchando las alocuciones de mis compañeros, y dado que lo que contaban era tan sencillo de comprender que me quedaba espacio en la cabeza para ensoñaciones varias, me he sentido varias cosas diferentes durante la hora escasa que ha durado –Deo gratias- la reunión. Me he sentido así como…

- Perjuro. Cuando llegué a la UAB asistí en calidad de becario a mi primer Consell de Departament. Recuerdo con total nitidez que fue uno de los mayores coñazos que me haya visto obligado a sufrir, y también que salí tarifando de la sala donde se celebraba cuando la enésima discusión entre equipo de gobierno y críticos –había gente realmente pesada- alcanzaba proporciones homéricas. Me juré, cual Escarlata O’Hara de las mates, que nunca volvería a asistir a uno a menos que me tocara de cerca algún tema de los que se trataran. Hoy lo he dejado de cumplir vergonzosamente, escudándome en la mísera excusa de que aquí es obligatorio para los ayudantes doctores. Tampoco me pegan fuego si no voy, la verdad.

- Extraterrestre. Esto ha sido por partida doble. Primero, porque como yo trabajo en Colmenarejo, a mucha gente de Getafe no la conozco, y aunque así sea, me siento extraño allí, todo lo a gusto que estoy en este pequeño, lejano y tranquilo virreinato. Aunque la verdad, ya casi todas las caras me suenan, y a bastantes ya también les sueno yo. Pero aún así. Y lo segundo, que a pesar de llevar ya dos años y algo en el Departamento, y pese también a que tengo ya casi terminados dos artículos sobre Economía del Deporte donde me he ocupado de la parte estadística, sigo pensando que coño hago yo, topólogo algebraico, entre tanto estadístico. A veces es como vivir un sueño, del que me he despertado un poco más tarde hablando del mapping class group con Chiqui, a quien he visitado.

- Nostálgico de lo imposible. Esto va en línea con la anterior, y se me ha venido a la cabeza observando al jefe de mi departamento hablar. El tipo en cuestión es del tipo tímido, y parece una de las mejores personas que uno se podría echar a la cara; además, más allá de sus cualidades humanas, es de este tipo de gente que a primera vista uno se da cuenta de que si no es un genio, está cerca de serlo. ¿Venía de Princeton o Stanford? No lo recuerdo. Total, que lo que pensé es lo bueno que sería que una persona como ésta se hubiera dedicado a Matemáticas de las que me interesan a mí, lo que hubieran salido ganando éstas, y lo genial que hubiera sido compartir conocimientos con él de ello, más aún teniendo en cuenta que se aloja en mi despacho cuando viene por Colme. Aclaro a los que le tiemble en la boca la palabra pelotillero para aclararles que él no lee el blog, que yo sepa.

Alguna cosa más me quedaba, pero el autobús sale ya mismo, así que chao. Rumbo a descubrir el Mercado de la Reina, restaurante recientemente abierto con críticas poco mejorables.

A medio plazo...

 

Se sentir quelque peu romain
Mais au temps de la décadence
Gratter sa mémoire à deux mains
Ne plus parler qu'à son silence
Et
Ne plus vouloir se faire aimer
Pour cause de trop peu d'importance
Etre désespéré
Mais avec élégance

Sentir la pente plus glissante
Qu'au temps où le corps étais mince
Lire dans les yeus de ravissantes
Que cinquante ans c'est la province
Et
Brûler sa jeunesse mourante
Mais faire celui qui s'en dispense
Etre désespéré
Mais avec élégance

Sortir pour traverser des bars
Où l'on est chaque
fois le plus vieux
Y éclabousser de pourboires
Quelques barmans silencieux
Et
Grignoter des banalités
Avec des vieilles en puissance
Etre désespéré
Mais avec élégance

Savoir qu'on a toujours eu peur
Savoir son poids de lâcheté
Pouvoir se passer de bonheur
Savoir ne plus se pardonner
Et
N'avoir plus grand chose á rêver
Mais écouter son coeur qui danse
Etre désespéré
Mais avec espérance.

 

Jacques Brel 

Cuántica literaria

Cada vez estoy más convencido de que el porcentaje de realidad y ficción que hay en un libro de Vila-Matas es constante en todas sus obras, pero a la vez completamente desconocido, y colindante con fifty fifty y 80%-20%. Tuve esa sensación tan incómoda como estimulante cuando leí Doctor Pasavento (medio libro creyendo que Robert Walser era una invención del autor hasta que encontré en Google su foto –que he sabido después que era famosa, al menos en ciertos círculos – muerto sobre la nieve) y se me ha repetido con Bartleby y compañía. Querría pasarme una tarde con wikipedia para examinar uno a uno los nombres que aparecen en su excéntrica lista de autores que dejaron de escribir más o menos voluntariamente y motivos por los que lo hicieron, y aproximarme a la cifra. Por cierto, hasta hace poco no me he dado cuenta del valor de wikipedia para diferenciar lo real de lo imaginario; es una especie de bonafide de lo auténtico, siempre sin movernos del reino de lo relevante, claro. Lo he vuelto a comprobar hace poco para saber la existencia o no en los territorios de lo tangible de Frank Kalman, protagonista de una escalofriante historia inserta en esa caja de cajas de música (Noches Árticas à Nacho Vegas) que es la novela de los crímenes de Oxford. Afortunadamente para él, la respuesta salió negativa, sólo ha habido algún waterpolista llamativo que tuviera ese nombre. Mejor, mejor.

This is hardcore

Qué brutal canción de Pulp...

You are hardcore, you make me hard.
You name the drama and I'll play the part.
It seems I saw you in some teenage wet dream.
I like your get up if you know what I mean.
I want it bad. I want it now.
Oh can't you see I'm ready now.
I've seen all the pictures,
I've studied them forever.
I wanna make a movie so let's star in it
together.
Don't make a move 'til I say, "Action."
Oh, here comes the Hardcore life.
Put your money where your mouth is tonight.
Leave your make-up on & I'll leave on the light.
Come over here babe & talk in the mic. Oh yeah I hear you now.
It's gonna be one hell of a night.
You can't be a spectator. Oh no.
You got to take these dreams & make them whole.
Oh this is Hardcore -
there is no way back for you.
Oh this is Hardcore -
this is me on top of you &
I can't believe that it took me this long. That it took me this long.

This is the eye of the storm.
It's what men in stained raincoats pay for but in here it is pure.
Yeah. This is the end of the line.
I've seen the storyline played out so many times before.
Oh that goes in there.
Then that goes in there.
Then that goes in there.
Then that goes in there. & then it's over. Oh, what a hell of a show
but what I want to know:
what exactly do you do for an encore? 'Cos this is Hardcore.

Búsqueda solitaria

No me gusta encontrar gente conocida en el autobús. Quizá me estoy volviendo (más) autista, o simplemente que siempre lo he sido, pero a veces estoy sentado esperando a que salga y sepulto la cabeza detrás del periódico (ADN suele ser el gratuito) o sencillamente me hago el dormido e incluso muchas veces ya estoy dormido, la cuestión es que casi siempre pasa un rato y casi nunca me doy cuenta de lo que he hecho, queda en el recuerdo. Pero no me sienta mal si quien sea me descubre, cruzamos la mirada o simplemente encuentro a alguien en la parada, se me ve demasiado y es un páramo plano, sin escondites siquiera casuales. Entonces me siento con quien sea y hablo, charlo, a veces pontifico o frecuentemente sólo sonrío, el arte de la conversación que quizá esté olvidando –o nunca se olvida como montar en bicicleta [¿recordaría cómo se monta en bicicleta después de tantos años?]- y que me conviene recordar porque es de los pocos bagajes que siempre son útiles y habitualmente se disfruta ejercitándolos. Me conviene hablar más, la verdad, últimamente con mi nueva obsesión matemática hablo demasiado poco y tampoco me mata el interés por ir a ningún lado o ver a nadie, no soy feliz en este mundo de localizaciones y suspensiones y espacios de Eilenberg-macLane pero sé que lo seré más que nadie cuando resuelva el problema y entonces haré cosas que estoy aplazando y que son más etéreas cuanto más las aplazo. Pero esto empezó en Junio y estamos en Octubre y es como si entras en un palacio con cientos de habitaciones buscando una corona de oro; y he visitado decenas de ellas, y he encontrado cajas cerradas con pinta de contenerla, pero no he sido capaz de abrirlas; y otras cajas más fáciles de abrir que también contenían coronas, pero cuando corría feliz de vuelta buscando la salida siempre encontraba que no eran la que yo quería, eran de latón, estaño o cobre, o no tenían encima la cruz o eran ducales, de príncipe o rey pero no la imperial que estamos buscando. Ya hay veces que visito cuartos en los que he estado, y abro cajas que he abierto pero no sé que he abierto hasta que miro dentro y veo los cadáveres de las ratas sacándome la lengua y entonces recuerdo que esa rata la vi corretear y la maté yo mismo para meterla en esa caja y darme cuenta cuando la abriera de que esa caja ya la había visto, de que esa habitación ya la había visitado, que tenía que volver sobre mis pasos. Varias alas tiene este enorme palacio más sombrío que luminoso; ahora estoy en el ala Bousfield, diseñada hace treinta años por un viejo hechicero americano, uno de los grandes. Ayer mismo, mientras el autobús bajaba por fin después de una puta hora la cuesta del Intercambiador de Moncloa, yo intentaba entrar por primera vez en las estancias prohibidas de este ala. Conseguí entornar puertas, y veo un brillo de fondo que podría ser el de la corona –también podría no serlo, es una de las partes más ricas del palacio- pero aún no tengo el poder suficiente para hacer saltar los enormes candados de acero y acercarme al fulgor que se vislumbra. Buscándolo estoy, pues, intentando llenarme de él. Y dejándome las uñas, sangrantes, contra la puerta.

Desde la orilla de Salamis

Desde la orilla de Salamis

Quería hacer una crítica de Soldados de Salamina, que me terminé anoche. Una novela en la que entré con la indiferencia del que va a hacer la declaración de la renta, y de la que salí como una supongo que saldrá de su propia boda, emocionado y con la sensación de haber vivido algo irrepetible. Juego de fronteras, metanovela que a la vez se mueve en los bordes mismos de la forma novela, o quizá mejor, los lleva a sus propios límites, realidad y ficción mezcladas con enormes zonas translúcidas, personajes reales que viven vidas ficticias, o reales que viven su propia vida en un mundo ficticio, o ficticios inmersos en una peripecia real. Y todo eso sin hablar del tema, que en un juego de espejos, como infinitos blow-ups, comienza con una leve anécdota cotidiana que se desarrolla en historia real que a su vez crece hasta una visión lúcida y desabrida de la Guerra Civil para terminar en los terrenos de la filosofía (de la moral o de la historia). Y quizá no lo más importante, pero sí lo más inolvidable: como un despliegue tan cerebral logra un cenit emocional en el lector que lleva a leer las últimas páginas -Cita en Stockton- con el corazón un puño y un nudo en la garganta.

Decía que quería hablar del libro, pero he encontrado este artículo de Vargas Llosa donde el peruano dice lo que yo quisiera decir, y mejor, o sea que ahí va.

 

El sueño de los héroes

Por Mario Vargas Llosa. El País


MADRID.- Mi amigo Fernando Iwasaki me conminó a que leyera Soldados de Salamina , de Javier Cercas, y, como me fío de su gusto literario, le hice caso. He quedado feliz con su recomendación: el libro es magnífico, en efecto, uno de los mejores que he leído en mucho tiempo y merecería tener innumerables lectores, en esta época en que se ha puesto de moda la literatura ligera, llamada de entretenimiento, porque así aquellos comprobarían que la literatura seria, la que se atreve a encarar los grandes temas y rehúye la facilidad, no tiene nada de aburrida y, al contrario, es capaz también de encandilar a sus lectores, además de afectarlos de otras maneras.

El narrador de Soldados de Salamina insiste mucho en que lo que cuenta no es una novela sino "una historia real", y seguramente se lo cree, igual que muchos que han celebrado el libro como una rigurosa reconstrucción de un hecho fidedigno, ocurrido en las postrimerías de la Guerra Civil Española, cuyo protagonista fue Rafael Sánchez Mazas, escritor y fascista, fundador de la Falange Española, íntimo amigo de José Antonio Primo de Rivera y futuro ministro en el primer gobierno de Franco. Pero esto no es cierto; si lo fuera, el libro no valdría más que por los datos que contiene, y su existencia, su valor, como en el caso de un reportaje periodístico, dependería por completo de una realidad ajena y exterior a él, que la investigación de que da cuenta el texto habría contribuido a esclarecer. La verdad es otra: Soldados de Salamina es más importante que Rafael Sánchez Mazas y el fusilamiento del que escapó por milagro (cráter de la historia), porque en sus páginas lo literario termina prevaleciendo sobre lo histórico: la invención y la palabra manipulan la memoria de lo vivido para construir otra historia, de estirpe esencialmente literaria, es decir, ficticia.

La fantasía de un escritor no se vuelca siempre en lo anecdótico; a veces, como en este caso, se centra en la disposición de los materiales que constituyen el relato, en la manera de organizar el tiempo, el espacio, la revelación y la ocultación de los datos, las entradas y las salidas de los personajes. Aun cuando todo lo que Soldados de Salamina cuenta fuera verdad, y los protagonistas que en la historia aparecen hubieran sido en la realidad tal como allí se los describe, el libro no sería menos novelesco, fantasioso y creativo, debido a la astuta manera como está edificado, al sutil artificio de su construcción. Y también, claro, a la fuerza persuasiva de su palabra, a la eficacia de su estilo, una realidad más consistente e imperecedera que la realidad histórica que finge evocar. Aunque sean muy distintos de contenido, a mí me ha recordado un libro que leí hace siglos, The Quest for Corvo , de A. J. A. Symons, en apariencia una biografía del ininteresante novelista británico autor de Adriano VII pero, en verdad, una detectivesca descripción de las mil y una aventuras que vivió el propio Symons para escribir esa biografía. Como en aquella historia, en la de Javier Cercas la estrategia del narrador es más inusitada y fascinante que lo que aparenta narrar.

Intrusión exhibicionista

Los personajes de Soldados de Salamina y sus peripecias tienen una vida relevante por la destreza con que son evocados y comentados por el inteligente narrador, un narrador que se las arregla (a la vez que nos cuenta cómo Rafael Sánchez Mazas escapó dos veces de la muerte, primero del pelotón de fusilamiento y luego de un compasivo soldado republicano que le perdonó la vida, y cómo sobrevivió en los bosques de Cataluña gracias a la conmiseración de una familia campesina y a dos desertores) para contarnos cómo consiguió él contarnos esta historia, cómo nació la idea, qué problemas enfrentó mientras la escribía, qué ayudas tuvo, las depresiones que debió vencer, y la misteriosa manera en que la tumultuosa vida real compareció para ayudarlo a llenar los blancos e inyectarle confianza cada vez que su empresa literaria parecía hacer agua.

Siento mucho tener que afirmar que esta otra historia -la de las oscuras frustraciones, ambiciones y empeños de un joven escritor que, escribiendo estas páginas, luchaba a muerte contra la amenaza del fracaso de su vocación- es más rica y conmovedora que la del polígrafo falangista y sus desventuras en la Guerra Civil, y la que ha contagiado a esta última su vitalidad y poderío. Sin esta intrusión exhibicionista del propio narrador, relatando la desesperada apuesta que hace con este libro para resucitar una vocación que hasta ahora siente frustrada, los percances que hace sesenta años padeció Sánchez Mazas en el santuario del Collell y la comarca circundante tendrían escaso interés, no mayor que el de los miles y miles de episodios que atosigan las bibliotecas, ilustrando el caos, la crueldad, la estupidez, y a veces también la generosidad y el heroísmo -todo mezclado- que caracterizan todas las guerras. Lo que les imprime un carácter singular y apasionante es la obsesión que ellos inspiran al narrador y su voluntad de investigarlos y contarlos hasta su último resquicio, con un encarnizamiento de fanático. En verdad, lo que sin proponérselo nos cuenta Soldados de Salamina es la naturaleza de la vocación de un escritor, y cómo nace, deshaciendo y rehaciendo la realidad de lo vivido, la buena literatura.

Este libro, que se jacta tanto de no fantasear, de ceñirse a lo estrictamente comprobado, en verdad transpira literatura por todos sus poros. Los literatos ocupan en él un puesto clave, aunque no figuren en el libro como literatos, sino en forma de circunstanciales peones que, de manera casual, disparan en la mente del narrador la idea de contar esta historia, de hacerla avanzar, o la manera de cerrarla. La inicia Sánchez Ferlosio, revelándole el episodio del fusilamiento de su padre, y, cuando está detenida y a punto de naufragar, la relanza Roberto Bolaño, hablando a Javier Cercas del fabuloso Antoni Miralles, en el que aquel cree identificar, por un pálpito que todo su talento narrativo está a punto de convertir en verdad fehaciente en las últimas páginas del libro, al miliciano anónimo que perdonó la vida a Sánchez Mazas. Este dato escondido queda allí, flotando en el vacío, a ver si el lector se atreve a ir más allá de lo que fue el narrador, y decide que, efectivamente, la milagrosa coincidencia tuvo lugar y fue Miralles, combatiente de mil batallas, miliciano republicano en España, héroe anónimo de la columna Leclerc en los desiertos africanos y compañero de la Liberación en Francia, el oscuro soldadito que, en un gesto de humanidad, salvó la vida al señorito escribidor falangista convencido de que, a lo largo de la historia, siempre un pelotón de soldados "había salvado la civilización".

Pobres diablos

Javier Cercas maneja con soltura los diálogos y sabe aligerar con chispazos de humor, atribuidos casi siempre a la deliciosa malhablada que se llama Conchi, las páginas excesivamente densas del relato. Pero no incurre nunca en la pirotecnia, en el mero efectismo. Y es capaz de reflexionar sobre asuntos peligrosamente truculentos, como el heroísmo, la moral de la historia, el bien y el mal en el contexto de una guerra civil, sin caer en el estereotipo ni la sensiblería, con una transparente claridad de ideas y una refrescante limpieza moral. Por eso, aunque las historias que nos cuenta su libro deban más a la invención y a la magia verbal de que está hecha la buena literatura que a un rastreo de testimonios y datos verdaderos, Soldados de Salamina tiene sus raíces muy hundidas en una realidad histórica sin la cual esta hermosa ficción no hubiera sido posible.

La realidad que el libro saca a la luz y pone en primer plano, modelándola con formas de gran nitidez y emocionante autenticidad, es la de los pobres diablos que, a diferencia de los Rafael Sánchez Mazas de que está plagada la historia, no glorifican la guerra ni la proponen como panacea de las miserias sociales, ni creen que la verdad de la filosofía está en la boca de un fusil o en el ejercicio del terror, sino que padecen en carne propia estos apocalipsis que otros, más cultos, más inteligentes y más poderosos que ellos, conciben, planifican y desatan, para materializar un sueño que, a la postre, resulta siempre un sueño infernal.

El gran personaje del libro de Cercas, el más novelesco y el más logrado, no es el inteligente y culto Sánchez Mazas: es el pobre Miralles, guerrero de las buenas causas por pura casualidad, héroe sin quererlo ni saberlo, que, desfigurado por una mina después de pasarse media vida batallando, sobrevive como un discreto, invisible desgraciado, sin parientes, sin amigos, recluido en una residencia de ancianos de mala muerte a donde va a sacudirlo de su inercia y su aburrida espera del fin un novelista empeñado en ver épicas grandezas, gestos caballerescos -pura literatura- donde el viejo guerrero sólo recuerda rutina, hambre, inseguridad y la imbécil vecindad de la muerte.

Luego de entrevistar a Miralles, en Dijon, el narrador regresa a Barcelona y en el tren se siente primero eufórico porque esa entrevista le permitirá terminar su libro. Luego, recordando lo que acaba de oír y de ver, fantasea y llora, condolido hasta los huesos por la maldad, la estupidez y el absurdo que delata, en la vida de los humanos, la vida del pobre Miralles. Esta escena peligrosísima, donde el libro se acerca a las orillas mismas de la sensiblería, es en verdad el gran triunfo de Soldados de Salamina : una conclusión a la que da fuerza y legitimidad todo lo que hasta ahora el libro ha contado.

Quienes creían que la llamada literatura comprometida había muerto deben leerlo para saber qué viva está, qué original y enriquecedora es en manos de un novelista como Javier Cercas.

 

Gracias, cracks

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