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El musolari errante

Desde la orilla de Salamis

Desde la orilla de Salamis

Quería hacer una crítica de Soldados de Salamina, que me terminé anoche. Una novela en la que entré con la indiferencia del que va a hacer la declaración de la renta, y de la que salí como una supongo que saldrá de su propia boda, emocionado y con la sensación de haber vivido algo irrepetible. Juego de fronteras, metanovela que a la vez se mueve en los bordes mismos de la forma novela, o quizá mejor, los lleva a sus propios límites, realidad y ficción mezcladas con enormes zonas translúcidas, personajes reales que viven vidas ficticias, o reales que viven su propia vida en un mundo ficticio, o ficticios inmersos en una peripecia real. Y todo eso sin hablar del tema, que en un juego de espejos, como infinitos blow-ups, comienza con una leve anécdota cotidiana que se desarrolla en historia real que a su vez crece hasta una visión lúcida y desabrida de la Guerra Civil para terminar en los terrenos de la filosofía (de la moral o de la historia). Y quizá no lo más importante, pero sí lo más inolvidable: como un despliegue tan cerebral logra un cenit emocional en el lector que lleva a leer las últimas páginas -Cita en Stockton- con el corazón un puño y un nudo en la garganta.

Decía que quería hablar del libro, pero he encontrado este artículo de Vargas Llosa donde el peruano dice lo que yo quisiera decir, y mejor, o sea que ahí va.

 

El sueño de los héroes

Por Mario Vargas Llosa. El País


MADRID.- Mi amigo Fernando Iwasaki me conminó a que leyera Soldados de Salamina , de Javier Cercas, y, como me fío de su gusto literario, le hice caso. He quedado feliz con su recomendación: el libro es magnífico, en efecto, uno de los mejores que he leído en mucho tiempo y merecería tener innumerables lectores, en esta época en que se ha puesto de moda la literatura ligera, llamada de entretenimiento, porque así aquellos comprobarían que la literatura seria, la que se atreve a encarar los grandes temas y rehúye la facilidad, no tiene nada de aburrida y, al contrario, es capaz también de encandilar a sus lectores, además de afectarlos de otras maneras.

El narrador de Soldados de Salamina insiste mucho en que lo que cuenta no es una novela sino "una historia real", y seguramente se lo cree, igual que muchos que han celebrado el libro como una rigurosa reconstrucción de un hecho fidedigno, ocurrido en las postrimerías de la Guerra Civil Española, cuyo protagonista fue Rafael Sánchez Mazas, escritor y fascista, fundador de la Falange Española, íntimo amigo de José Antonio Primo de Rivera y futuro ministro en el primer gobierno de Franco. Pero esto no es cierto; si lo fuera, el libro no valdría más que por los datos que contiene, y su existencia, su valor, como en el caso de un reportaje periodístico, dependería por completo de una realidad ajena y exterior a él, que la investigación de que da cuenta el texto habría contribuido a esclarecer. La verdad es otra: Soldados de Salamina es más importante que Rafael Sánchez Mazas y el fusilamiento del que escapó por milagro (cráter de la historia), porque en sus páginas lo literario termina prevaleciendo sobre lo histórico: la invención y la palabra manipulan la memoria de lo vivido para construir otra historia, de estirpe esencialmente literaria, es decir, ficticia.

La fantasía de un escritor no se vuelca siempre en lo anecdótico; a veces, como en este caso, se centra en la disposición de los materiales que constituyen el relato, en la manera de organizar el tiempo, el espacio, la revelación y la ocultación de los datos, las entradas y las salidas de los personajes. Aun cuando todo lo que Soldados de Salamina cuenta fuera verdad, y los protagonistas que en la historia aparecen hubieran sido en la realidad tal como allí se los describe, el libro no sería menos novelesco, fantasioso y creativo, debido a la astuta manera como está edificado, al sutil artificio de su construcción. Y también, claro, a la fuerza persuasiva de su palabra, a la eficacia de su estilo, una realidad más consistente e imperecedera que la realidad histórica que finge evocar. Aunque sean muy distintos de contenido, a mí me ha recordado un libro que leí hace siglos, The Quest for Corvo , de A. J. A. Symons, en apariencia una biografía del ininteresante novelista británico autor de Adriano VII pero, en verdad, una detectivesca descripción de las mil y una aventuras que vivió el propio Symons para escribir esa biografía. Como en aquella historia, en la de Javier Cercas la estrategia del narrador es más inusitada y fascinante que lo que aparenta narrar.

Intrusión exhibicionista

Los personajes de Soldados de Salamina y sus peripecias tienen una vida relevante por la destreza con que son evocados y comentados por el inteligente narrador, un narrador que se las arregla (a la vez que nos cuenta cómo Rafael Sánchez Mazas escapó dos veces de la muerte, primero del pelotón de fusilamiento y luego de un compasivo soldado republicano que le perdonó la vida, y cómo sobrevivió en los bosques de Cataluña gracias a la conmiseración de una familia campesina y a dos desertores) para contarnos cómo consiguió él contarnos esta historia, cómo nació la idea, qué problemas enfrentó mientras la escribía, qué ayudas tuvo, las depresiones que debió vencer, y la misteriosa manera en que la tumultuosa vida real compareció para ayudarlo a llenar los blancos e inyectarle confianza cada vez que su empresa literaria parecía hacer agua.

Siento mucho tener que afirmar que esta otra historia -la de las oscuras frustraciones, ambiciones y empeños de un joven escritor que, escribiendo estas páginas, luchaba a muerte contra la amenaza del fracaso de su vocación- es más rica y conmovedora que la del polígrafo falangista y sus desventuras en la Guerra Civil, y la que ha contagiado a esta última su vitalidad y poderío. Sin esta intrusión exhibicionista del propio narrador, relatando la desesperada apuesta que hace con este libro para resucitar una vocación que hasta ahora siente frustrada, los percances que hace sesenta años padeció Sánchez Mazas en el santuario del Collell y la comarca circundante tendrían escaso interés, no mayor que el de los miles y miles de episodios que atosigan las bibliotecas, ilustrando el caos, la crueldad, la estupidez, y a veces también la generosidad y el heroísmo -todo mezclado- que caracterizan todas las guerras. Lo que les imprime un carácter singular y apasionante es la obsesión que ellos inspiran al narrador y su voluntad de investigarlos y contarlos hasta su último resquicio, con un encarnizamiento de fanático. En verdad, lo que sin proponérselo nos cuenta Soldados de Salamina es la naturaleza de la vocación de un escritor, y cómo nace, deshaciendo y rehaciendo la realidad de lo vivido, la buena literatura.

Este libro, que se jacta tanto de no fantasear, de ceñirse a lo estrictamente comprobado, en verdad transpira literatura por todos sus poros. Los literatos ocupan en él un puesto clave, aunque no figuren en el libro como literatos, sino en forma de circunstanciales peones que, de manera casual, disparan en la mente del narrador la idea de contar esta historia, de hacerla avanzar, o la manera de cerrarla. La inicia Sánchez Ferlosio, revelándole el episodio del fusilamiento de su padre, y, cuando está detenida y a punto de naufragar, la relanza Roberto Bolaño, hablando a Javier Cercas del fabuloso Antoni Miralles, en el que aquel cree identificar, por un pálpito que todo su talento narrativo está a punto de convertir en verdad fehaciente en las últimas páginas del libro, al miliciano anónimo que perdonó la vida a Sánchez Mazas. Este dato escondido queda allí, flotando en el vacío, a ver si el lector se atreve a ir más allá de lo que fue el narrador, y decide que, efectivamente, la milagrosa coincidencia tuvo lugar y fue Miralles, combatiente de mil batallas, miliciano republicano en España, héroe anónimo de la columna Leclerc en los desiertos africanos y compañero de la Liberación en Francia, el oscuro soldadito que, en un gesto de humanidad, salvó la vida al señorito escribidor falangista convencido de que, a lo largo de la historia, siempre un pelotón de soldados "había salvado la civilización".

Pobres diablos

Javier Cercas maneja con soltura los diálogos y sabe aligerar con chispazos de humor, atribuidos casi siempre a la deliciosa malhablada que se llama Conchi, las páginas excesivamente densas del relato. Pero no incurre nunca en la pirotecnia, en el mero efectismo. Y es capaz de reflexionar sobre asuntos peligrosamente truculentos, como el heroísmo, la moral de la historia, el bien y el mal en el contexto de una guerra civil, sin caer en el estereotipo ni la sensiblería, con una transparente claridad de ideas y una refrescante limpieza moral. Por eso, aunque las historias que nos cuenta su libro deban más a la invención y a la magia verbal de que está hecha la buena literatura que a un rastreo de testimonios y datos verdaderos, Soldados de Salamina tiene sus raíces muy hundidas en una realidad histórica sin la cual esta hermosa ficción no hubiera sido posible.

La realidad que el libro saca a la luz y pone en primer plano, modelándola con formas de gran nitidez y emocionante autenticidad, es la de los pobres diablos que, a diferencia de los Rafael Sánchez Mazas de que está plagada la historia, no glorifican la guerra ni la proponen como panacea de las miserias sociales, ni creen que la verdad de la filosofía está en la boca de un fusil o en el ejercicio del terror, sino que padecen en carne propia estos apocalipsis que otros, más cultos, más inteligentes y más poderosos que ellos, conciben, planifican y desatan, para materializar un sueño que, a la postre, resulta siempre un sueño infernal.

El gran personaje del libro de Cercas, el más novelesco y el más logrado, no es el inteligente y culto Sánchez Mazas: es el pobre Miralles, guerrero de las buenas causas por pura casualidad, héroe sin quererlo ni saberlo, que, desfigurado por una mina después de pasarse media vida batallando, sobrevive como un discreto, invisible desgraciado, sin parientes, sin amigos, recluido en una residencia de ancianos de mala muerte a donde va a sacudirlo de su inercia y su aburrida espera del fin un novelista empeñado en ver épicas grandezas, gestos caballerescos -pura literatura- donde el viejo guerrero sólo recuerda rutina, hambre, inseguridad y la imbécil vecindad de la muerte.

Luego de entrevistar a Miralles, en Dijon, el narrador regresa a Barcelona y en el tren se siente primero eufórico porque esa entrevista le permitirá terminar su libro. Luego, recordando lo que acaba de oír y de ver, fantasea y llora, condolido hasta los huesos por la maldad, la estupidez y el absurdo que delata, en la vida de los humanos, la vida del pobre Miralles. Esta escena peligrosísima, donde el libro se acerca a las orillas mismas de la sensiblería, es en verdad el gran triunfo de Soldados de Salamina : una conclusión a la que da fuerza y legitimidad todo lo que hasta ahora el libro ha contado.

Quienes creían que la llamada literatura comprometida había muerto deben leerlo para saber qué viva está, qué original y enriquecedora es en manos de un novelista como Javier Cercas.

 

4 comentarios

Alberto -

Me uno al coro de recomendaciones de Soldados de Salamina. Y ya de paso, recomiendo también al Vargas Llosa crítico, que en La tentación de lo imposible disecciona Los Miserables. En cuanto a lo de los ensayos, no he leído el libro de Eslava Galán sobre la Guerra Civil, pero sí su Historia de España contada para escépticos, bastante interesante pese a lo inevitablemente esquemático de los capítulos. Mi padre tiene en DVD una serie que hizo la BBC en los 80 sobre la Spanish Civil War que está muy aprovechable, si quieres te la dejo, Mic.

milady -

leedlo, eso es literatura y verdad es un libro fabuloso

Cluje -

Es una pasada, y además se lee muy bien. Sólo es medio-reportaje, no te equivoques. Sobre la guerra, creo que hay un libro muy bueno de Juan Eslava Galán. Y Cien años, pues qué decir... lo mejor de lo mejor.

Mic -

Con el artículo y tu comentario entran verdaderas ganas de leerlo. También me apetece mucho empezar con ensayos (hasta ahora solo leo novelas), y cuando lo haga, seguro que comienzo por alguno de la guerra civil. Estoy terminando Cien años de soledad (ya te daré impresiones).
P.D. Te he dejado un comentario en el post que hablas de la muerte (lo digo para que sepais qué hacer conmigo por si yo la cago antes)