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El musolari errante

Literatura

Help!!!

Necesito ayuda! Un amiguete y yo (quizá alguien más) queremos montar un blog colectivo de literatura, y hemos empezado por hacer una recopilación de cuentos y cuentistas relevantes. Hemos hecho ya una buena lista, pero como creo que de todos modos está incompleta...necesito que me digáis cuáles son los vuestros favoritos, tanto las historias como las cabezas pensantes!!! Por favooooor!!!

Ahí va mi granito de arena: mis cuentos favoritos son "El escarabajo de oro" y "Ocho millas bajo la lluvia", y mi cuentista favorito, pues Cortázar, con Poe y Lovecraft cerquita.

Por cierto, y como favor final, si alguien tiene el cuento de Bradbury "The jar" (La jarra) y me lo pasa, me quedo deudor de él/ella por los iglos de los iglos. Está en la recopilaciao "Un país de Octubre".

Chau!

Versos...

¡Qué felices son los inocentes!
Olvidando el mundo, y por éste olvidados.
Brillo eterno de una mente inmaculada.
Cada plegaria aceptada y con cada una, una renuncia.

A. Pope

Un poema de pánico

Un poema de pánico Hace tiempo que no posteo un poema decente, así que vamos a poner el contador a cero. Este de hoy es de Antonio Machado, y su estilo está lejos tanto de la poderosa lírica del olmo seco hendido por el rayo como de la sátira del mañana efímero o de las breves agudezas de proverbios y cantares. De hecho, es un poema que aprendí siendo un mico y que me sorprendió precisamente por eso, porque estaba dedicado por el genio sevillano al grandioso Rubén Darío en la triste ocasión de su muerte, y como homenaje construyó su elegía rimada en el estilo modernista que hizo famoso al (y el) seductor nicaragüense.

Es un poema que aparece frecuentemente en mi vida de forma anecdótica, porque siempre se me viene a la cabeza cuando Rosa alude a un compañero suyo de trabajo llamado Darío; hoy ha aparecido en una conversación con mi compañero de despacho a propósito de Pan y el pánico (terror pánico), que por cierto también aparece en otro verso de Darío "Mientras Pan lleva el ritmo con la egregia siringa".

Buf, como me enrollo... A los que hayáis llegado hasta aquí, ahí va vuestra recompensa:

Si era toda en tu verso la armonía del mundo,
¿dónde fuiste, Darío, la armonía a buscar?
Jardinero de Hesperia, ruiseñor de los mares,
corazón asombrado de la música astral,

¿te ha llevado Dionysos de su mano al infierno
y con las nuevas rosas triunfantes volverás?
¿Te han herido buscando la soñada Florida,
la fuente de la eterna juventud, capitán?

Que en esta lengua madre la clara historia quede;
corazones de todas las Españas, llorad.
Rubén Darío ha muerto en sus tierras de Oro,
esta nueva nos vino atravesando el mar.

Pongamos, españoles, en un severo mármol,
su nombre, flauta y lira, y una inscripción no más:
Nadie esta lira pulse, si no es el mismo Apolo,
nadie esta flauta suene, si no es el mismo Pan.

Revientalibros

Hola amiguetes. Os pido un poco de disculpa por la ausencia de varios días, pero entre la enfermedad que ya mentaba por aquí y el hecho de que ha habido problemas en el servidor de blogia, ha pasado lo que ha pasado, mi inmovilidad bloguera.

Hoy, en un post breve porque me tengo que ir de la Uni en breve, quiero advertiros sobre un fenómeno deleznable que vengo observando últimamente (o quizá es que antes no me importaba tanto y ahora sí, a lo mejor no es actual): me refiero a las contraportadas asesinas de los libros. Hace poco estuve leyendo "Desgracia" de Coetzee, un libro estupendo de un autor en el que tengo que profundizar, en una traducción bastante pasable. Desde hace meses o años, he adquirido la costumbre de intentar saber lo menos posible del argumento de los libros a los que he sido llevado por un interés no necesariamente argumental; por ejemplo, a Coetzee me llevó la fama que posee este escritor, y que estalló cuando le concedieron el premio Nobel hace unos tres años. Sin embargo, hay veces que los ojos atacan antes de que el cerebro lance el impulso de freno apropiado, y leí una frase de la contraportada. Querréis creer que el tío aludía con toda naturalidad a un acontecimiento que ocurría en la página ciento y pico de la novela (tiene 250 aproximadamente)? No es una novela de misterio, pero de todos modos me parece algo absolutamente indecente. Me gustaría poder dirigirme al tipo en cuestión para decirle: "por favor lo que tenga que decir sobre el libro hágalo en páginas interiores, y no me joda". No niego que unas líneas explicativas son útiles y atraen a posibles compradores, pero creo que hay límites bastante claros que no se deben traspasar: unas notas biográficas y una idea de la temática de la novela con las alabanzas de turno me parecen más que suficientes.

Por cierto, he leído en algún lado que Coetzee es el mejor escritor vivo en lengua inglesa desde que se murió Saul Bellow. No sé si creérmelo (el libro me gustó mucho, pero no me parece que vaya a elevarse a la categoría de clásico) pero esto da un poco idea del calibre del individuo. Curiosamente, el libro se desarrolla en Johannesburgo, y justo cuando iba a empezar a leerlo conocí en un autobús a una chica que se dirigía exactamente allí. Casualidades de la vida.

Hasta mañana.

Un Gigante de las letras

Un Gigante de las letras Últimamente he roto mi regla de no leer muy seguidos dos libros del mismo autor (que no tengan ilación, claro) con dos obras de Alejo Carpentier: la primera, “Los pasos perdidos”, viaje iniciático a las fuentes del Orinoco que se transforma en una cuenta atrás telúrica hacia los orígenes del lenguaje, me sorprendió por su densidad y, sobre todo, me arrolló con el poderío de una prosa tan barroca como inimitable.

Ahora, tras una pequeña pausa llenada por Coraghessan Boyle y algún otro, me he metido de lleno en “El siglo de las luces”, comenzada en el ámbito tan querido por Carpentier de lo real maravilloso, y lanzada después a la epopeya de la Revolución francesa en un original contexto caribeño. Equidistante de la crónica social y la novela de viajes, sin temer lo escabroso, sin retroceder ante lo injustificable, la prosa de la novela semeja orquesta titánico ante el cual el lector no puede sino huir, o rendirse. Esta última fue mi opción, y la recompensa, aún unas setenta páginas de grandeza por visitar. Os dejo con un fragmento, no os asustéis, esta gran obra se disfruta, no se consume; se traga, pero antes se paladea, bouquet centroamericano…

“Pero nada era comparable, en alegría, en euritmia, en gracia de impulsos, a los juegos de las toninas, lanzadas fuera del agua, por dos, por tres, por veinte, o definiendo el arabesco de la ola al subrayarlo con la forma disparada. Por dos, por tres, por veinte, las toninas, en giro concertado, se integraban en la existencia de la ola, viviendo sus movimientos, con tal identidad de descansos, saltos, caídas, aplacamientos que parecían llevarla sobre sus cuerpos, imprimiéndole un tiempo y una medida, un compás y una secuencia. Y era luego un perderse y un esfumarse, en busca de nuevas aventuras, hasta que el encuentro con un barco volviera a alborotar aquellos danzantes del mar, que sólo parecían saber de piruetas y tritonadas, en ilustración de sus propios mitos… Alguna vez se hacía un gran silencio sobre las aguas, presentíase el Acontecimiento y aparecía, enorme, tardo, desusado, un pez de otras épocas, de cara mal ubicada en un extremo de la masa, encerrado en un eterno miedo de su propia lentitud, con el pellejo cubierto de vegetaciones y parásitos, como casco sin carenar, que sacaba el vasto lomo en un hervor de rémoras, con solemnidad de galeón rescatado, de patriarca abisal, de Leviatán traído a la luz, largando espuma a mares en una salida a flote que acaso fuera la segunda desde que el astrolabio llegara a estos parajes. Abría el monstruo sus ojillos de paquidermo, y, al saber que cerca le bogaba un desclavado cayuco sardinero, se hundía nuevamente, angustiado y medroso, hacia la soledad de sus trasfondos, a esperar algún otro siglo para regresar a un mundo colmado de peligros. Terminado el Acontecimiento, volvía el mar a sus quehaceres. Encallaban los hipocampos en las arenas cubiertas de erizos vaciados, despojados de sus púas, que al secarse se transformaban en pomas geométricas de una tan admirable ordenación que hubiesen podido inscribirse en alguna Melancolía de Durero; encendíanse las luminarias del pez-loro, en tanto que el pez-ángel y el pez-diablo, el pez-gallo y el pez-de-San-Pedro, sumaban sus entidades de auto sacramental al Gran Teatro de la Universal Decoración, donde todos eran comidos por todos, consustanciados, imbricados de antemano, dentro de la unicidad de lo fluido… Como las islas, a veces, eran angostas, Esteban, para olvidarse de la época, marchaba solo, a la otra banda, donde se sentía dueño de todo: suyas eran las caracolas y sus músicas de pleamar; suyos los careyes, acorazados de topacios, que ocultaban sus huevos en agujeros que luego rellenaban y barrían con las escamosas patas; suyas las esplendorosas piedras azules que rebrillaban sobre la arena virgen de la restinga jamás hollada por una planta humana. Suyos eran también los alcatraces, poco temerosos del hombre por conocerlo poco, que volaban en el regazo de las olas con engreído empaque de mejillas y papada, antes de elevarse de pronto para caer casi verticalmente, con el pico impulsado por todo el peso del cuerpo, de alas apretadas para caer más pronto. Alzaba el ave su cabeza en triunfante alarde, pasábale por el cuello el bulto de la presa, y era entonces un alegre sacudimiento de las plumas caudales, en testimonio de satisfacción, de acción de gracia, antes de alzar un vuelo bajo y ondulante, tan paralelo al movimiento del mar como lo era, bajo la superficie, el vertiginoso nadar de las toninas. Echado sobre una arena tan leve que el menor insecto dibujaba en ella la huella de sus pasos, Esteban, desnudo, solo en el mundo, miraba las nubes, luminosas, inmóviles, tan lentas en cambiar de forma que no les bastaba el día entero, a veces, para desdibujar un arco de triunfo o una cabeza de profeta. Dicha total, sin ubicación ni época. Tedéum… O bien con la barbilla reclinada en el frescor de una hoja de uvero, abismábase en la contemplación de un caracol —de uno solo— erguido como monumento que le tapara el horizonte, a la altura del entrecejo. El caracol era el Mediador entre lo evanescente, lo escurrido, la fluidez sin ley ni medida y la tierra de las cristalizaciones, estructuras y aternancias, donde todo era asible y ponderable. De la Mar sometida a ciclos lunares, tornadiza, abierta o furiosa, ovillada o destejida, por siempre ajena al módulo, el teorema y la ecuación , surgían esos sorprendentes carapachos, símbolos en cifras y proporciones de lo que precisamente faltaba a la Madre. Fijación de desarrollos lineales, volutas legisladas, arquitecturas cónicas de una maravillosa precisión, equilibrios de volúmenes, arabescos tangibles que intuían todos los barroquismos por venir. Contemplando un caracol —uno solo— pensaba Esteban en la presencia de la Espiral durante milenios y milenios, ante la cotidiana mirada de pueblos pescadores, aún incapaces de entenderla ni de percibir, siquiera, la realidad de su presencia. Meditaba acerca de la poma del erizo, la hélice del muergo, las estrías de la venera jacobita, asombrándose ante aquella Ciencia de las Formas desplegada durante tantísimo tiempo frente a una humanidad aún sin ojos para pensarla. ¿Qué habrá en torno mío que esté ya definido, inscrito, presente, y que aún no pueda entender? ¿Qué signo, qué mensaje, qué advertencia, en los rizos de la achicoria, el alfabeto de los musgos, la geometría de la pomarrosa? Mirar un caracol. Uno solo. Tedéum.”

Sad(e)ness

Sad(e)ness Voici un maravilloso poema de Cernuda. Siento que este blog sea últimamente dominio de la tristeza y mansión de la melancolía, pero de momento es lo que hay. Si queréis juerguilla, pasaos por http://www.virtualbartender.beer.com/VB1/ y que la jicha haga lo que os plazca.

No hace al muerto la herida,
Hace tan sólo un cuerpo inerte;
Como el hachazo al tronco,
Despojado de sones y caricias,
Todo triste abandono al pie de cualquier senda.

Bien tangible es la muerte;
Mentira, amor, placer no son la muerte.
La mentira no mata,
Aunque su filo clave como puñal alguno;
El amor no envenena,
Aunque como un escorpión deje los besos;
El placer no es neufragio,
Aunque vuelto fantasma ahuyente todo olvido.

Pero tronco y hachazo,
Placer, amor, mentira,
Beso, puñal, naufragio,
A la luz del recuerdo son heridas
De labios siempre ávidos;
Un deseo que no cesa,
Un grito que se pierde
Y clama al mundo sordo su verdad implacable.

Voces al fin ahogadas con la voz de la vida,
Por las heridas mismas,
Igual que un río, escapando;

Un triste río cuyo fluir se lleva
Las antiguas caricias,
El antiguo candor, la fe puesta en un cuerpo.

No creas nunca, no creas sino en la muerte de todo;
Contempla bien ese tronco que muere,
Hecho el muerto más muerto,
Como tus ojos, como tus deseos, como tu amor;
Ruina y miseria que un día se anegan en inmenso olvido,
Huella inútil que la luz deserta.

Elogio de la solidarnosc

No tengo casi tiempo para escribir, porque hoy nos han acortado una hora el descanso entre charlas matutinas y vespertinas (estoy en un workshop,para quien no lo sepa), pero os dejo aqui un poema, el colmo de lo emocionante, que aprendi en el colegio, escribi en las carpetas de medio mundo cuando aspiraba a bachiller y aun llevo conmigo, probablemente para siempre.

PD1: Dentro de unos dias, cuando vuelva a Barna y a mi portatil, volveran los acentos, las enyes y las fotitos en los posts.

PD2: Al hilo del post de ayer, para que veais como me traiciona mi memoria musical inconsciente, ahora tengo metida en la cabeza "Ninya piensa en mi", de los Canyos, grupo al que, por casualidad, vi live en Madrid.

Ahora si, el poema:

MASA

Al fin de la batalla,
y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre
y le dijo: «No mueras, te amo tanto!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Se le acercaron dos y repitiéronle:
«No nos dejes! ¡Valor! ¡Vuelve a la vida!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Acudieron a él veinte, cien, mil, quinientos mil,
clamando: «Tanto amor, y no poder nada contra la muerte!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Le rodearon millones de individuos,
con un ruego común: «¡Quédate hermano!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Entonces, todos los hombres de la tierra
le rodearon; les vió el cadáver triste, emocionado;
incorporóse lentamente,
abrazó al primer hombre; echóse a andar…

El insomnio de Jovellanos

El insomnio de Jovellanos Aprovechando que hoy he estado hablando un buen rato con quien me lo envió, un gran poema de Luis García Montero:

Porque sé que los sueños se corrompen,
he dejado los sueños.
El mar sigue moviéndose en la orilla.

Pasan las estaciones como huellas sin rumbo,
la luz inútil del invierno,
los veranos inútiles.
Pasa también mi sombra, se sucede
por el castillo solitario,
como la huella negra que los años y el viento
han dejado entre los muros.
Estaciones, recuerdos de mi vida,
viene el mar y nos borra.

El mar sigue moviéndose en la noche,
cuando es sólo un murmullo repetido,
una intuición lejana que se encierra en los ojos
y esconde en el silencio de mi celda
todas las cosas juntas,
la cobardía, el sueño, la nostalgia,
lo que vuelve a la orilla después de los naufragios.

Al filo de la luz, cuando amanece,
busco en el mar
y el mar es una espada
y de mis ojos salen
los barcos que han nacido de mis noches.
Unos van hacia España,
reino de las hogueras y las supersticiones,
pasado sin futuro
que duele todavía en manos del presente.
El invierno es el tiempo de la meditación.

Otros barcos navegan a las aguas de Francia,
allí donde los sueños se corrompen
como una flor pisada,
donde la libertad
fue la rosa de todos los patíbulos
y la fruta más bella se hizo amarga en la boca.

El verano es el tiempo de la meditación.

Y el mar sigue moviéndose. Yo busco
un tiempo mío entre dos olas,
ese mundo flexible de la orilla,
que retiene los pasos un momento,
nada más que un momento,
entre la realidad y sus fronteras.

Lo sé,
meditaciones tristes de cautivo…
no sabría negarlo.
Prisionero y enfermo, derrotado,
lloro la ausencia de mi patria,
de mis pocos amigos,
de todo lo que amaba el corazón.

En el mismo horizonte
del que surgen los días y la luz
que acaricia los pinos y calienta mi celda,
surgen también la noche y los naufragios.
Mis días y mis noches son el tiempo
de la meditación.

Porque sé que los sueños se corrompen,
he dejado los sueños,
pero cierro los ojos y el mar sigue moviéndose
y con él mi deseo
y puedo imaginarme
mi libertad, las costas del cantábrico,
los pasos que se alargan en la playa
o la conversación de dos amigos.

Allí,
rozadas por el agua,
escribiré mis huellas en la arena.
Van a durar muy poco, ya lo sé,
nada más que un momento.

El mar nos cubrirá,
pero han de ser las huellas de un hombre más feliz
en un país más libre.

Letra A, Letra AAAAAAAA

Han citado este cuento en el blog de Lola, y me ha parecido tan increíííííble que tengo que ponerlo...

AMAR HASTA FRACASAR

Trazada para la A

La Habana aclamaba a Ana, la dama más agarbada, más afamada. Amaba a Ana Blas, galán asaz cabal, tal amaba Chactas a Atala.

Ya pasaban largas albas para Ana, para Blas; mas nada alcanzaban. Casar trataban; mas hallaban avaras a las hadas, para dar grata andanza a tal plan.

La plaza, llamada Armas, daba casa a la dama; Blas la hablaba cada mañana; mas la mamá, llamada Marta Albar, nada alcanzaba. La tal mamá trataba jamás casar a Ana hasta hallar gran galán, casa alta, ancha arca para apañar larga plata, para agarrar adahalas1. ¡Bravas agallas! ¿Mas bastaba tal cábala?. Nada ¡ca! ¡nada basta a tajar la llamada aflamada!

Ana alzaba la cama al aclarar; Blas la hallaba ya parada a la bajada. Las gradas callaban las alharacas adaptadas a almas tan abrasadas. Allá, halagadas faz a faz, pactaban hasta la parca amar Blas a Ana, Ana a Blas. ¡Ah ráfagas claras bajadas a las almas arrastradas a amar!. Gratas pasan para apalambrarlas2 más, para clavar la azagaya3 al alma. ¡Ya nada habrá capaz a arrancarla!.

Pasaban las añadas4. Acabada la marcada para dar Blas a Ana las sagradas arras, trataban hablar a Marta para afrancar5 a Ana, hablar al abad, abastar saya, manta, sábanas, cama, alhajar casa ¡ca! ¡nada faltaba para andar al altar!

Mas la mañana marcada, trata Marta ¡mala andanza! pasar a Santa Clara al alba, para clamar a la santa adaptada al galán para Ana. Agarrada bajaba ya las gradas; mas ¡caramba! halla a Ana abrazada a Blas, cara a cara. ¡Ah! la a nada basta para trazar la zambra armada. Marta araña a Ana, tal arañan las gatas a las ratas; Blas la ampara; para parar las brazadas a Marta, agárrala la saya. Marta lanza las palabras más malas a más alta garganta. Al azar pasan atalayas, alarmadas a tal algazara, atalantadas a las palabras:

-¡Acá! ¡Acá! ¡Atrapad al canalla mata-damas! ¡Amarrad al rapaz!

Van a la casa: Blas arranca tablas a las gradas para lanzar a la armada; mas nada hará para tantas armas blancas. Clama, apalabra, aclara ¡vanas palabras! Nada alcanza. Amarran a Blas. Marta manda a Ana para Santa Clara; Blas va a la cabaña. ¡Ah! ¡Mañana fatal!

¡Bárbara Marta! Avara bajasa6 al atrancar a Ana tras las barbacanas sagradas (algar7 fatal para damas blandas). ¿Trataba alcanzar paz a Ana? ¡Ca! ¡Asparla8, alafagarla, matarla! Tal trataba la malvada Marta. Ana, cada alba, amaba más a Blas; cada alba más aflatada, aflacaba más. Blas, a la banda allá la mar, tras Casa Blanca, asayaba9 a la par un gran mal; a la par balaba10 allanar las barras para atacar la alfana11, sacar la amada, hablarla, abrazarla...

Ha ya largas mañanas trama Blas la alcaldada: para tal, habla. Al rayar la alba al atalaya, da plata, saltan las barras, avanza a la playa. La lancha, ya aparada12 pasa al galán a La Habana. ¡Ya la has amanada13 gran Blas; ya vas a agarrar la aldaba para llamar a Ana! ¡Ah! ¡Avanza, galán, avanza! Clama alas al alcatraz, patas al alazán ¡avanza, galán, avanza!

Mas para nada alcanzará la llamada: atafagarán14 más la tapada, taparanla más. Aplaza la hazaña.

Blas la aplaza; para apartar malandanza, trata hablar a Ana para Ana nada más. Para tal alcanzar, canta a garganta baja:

La barca lanzada
allá al ancha mar
arrastra a La Habana
canalla rapaz.
Al tal, mata-damas
llamaban asaz,
mas jamás las mata,
las ha para amar.
Fallas las amarras
hará tal galán,
ca, brava alabarda
llaman a la mar.
Las alas, la aljaba,
la azagaya...¡Bah!
nada, nada basta
a tal batallar.
Ah, marcha, alma Atala
a dar grata paz,
a dar grata andanza
a Chactas acá.
Acabada la cantata Blas anda para acá, para allá, para nada alarmar al adra15. Ana agradada a las palabras cantadas salta la cama. La dama la da al galán. Afanada llama a ña Blas, aya16 parda. Ña Blasa, zampada a la larga, nada alcanza la tal llamada; para alzarla, Ana la jala las pasas. La aya habla, Ana la acalla; habla más; la da alhajas para ablandarla. Blasa las agarra. Blanda ya, para acabar, la parda da franca bajada a Ana para la sala magna. Ya allá, Ana zafa aldaba tras aldaba hasta dar a la plaza. Allá anda Blas. ¡Para, para, Blas!

Atrás va Ana. ¡Ya llama! ¡Avanza, galán avanza! Clama alas al alcatraz, patas al alazán. ¡Avanza, galán, avanza!

-¡Amada Ana!..

-¡Blas!...

-¡Ya jamás apartarán a Blas para Ana!

-¡Ah! ¡Jamás!

-¡Alma amada!

-¡Abraza a Ana hasta matarla!

-¡¡Abraza a Blas hasta lanzar la alma!!...

A la mañana tras la pasada, alzaba ancla para Málaga la fragata Atlas. La cámara daba lar para Blas, para Ana...

Faltaba ya nada para anclar; mas la mar brava, brava, lanza a la playa la fragata: la vara.

La mar trabaja las bandas: mas brava, arranca tablas al tajamar; nada basta a salvar la fragata. ¡Ah tantas almas lanzadas al mar, ya agarradas a tablas claman, ya nadan para ganar la playa! Blas nada para acá, para allá, para hallar a Ana, para salvarla. ¡Ah tantas brazadas, tan gran afán para nada, hállala, mas la halla ya matada! ¡¡¡Matada!!!... Al palpar tan gran mal nada bala ya, nada trata alcanzar. Abraza a la ama:

-¡Amar hasta fracasar! -clama...

Ambas almas abrazadas bajan a la nada17. La mar traga a Ana, traga a Blas, traga más...¡Ca! ya Ana hablaba a Blas para pañal, para fajas, para zarandajas. ¡Mamá, ya, acababa Ana. Papá, ya, acababa Blas!...

Nada habla La Habana para sacar a la plaza a Marta, tras las pasadas; mas la palma canta hartas hazañas para cardarla la lana.

Rubén Darío

El cuarteto de Alejandría (III)

El cuarteto de Alejandría (III) Más frases maravillosas, en este caso de "Balthazar". Para qué ponerse a pensar sobre la existencia, si Durrell ya lo sabía todo y, además, lo escribió...

"La personalidad concebida como una entidad con atributos fijos es una ilusión, pero una ilusión necesaria si queremos enamorarnos"

"La vida deposita en el rostro de los individuos, capa por capa, las arrugas sucesivas de la experiencia, en las cuales es absolutamente imposible distinguir la risa de las lágrimas; moldes huecos de la experiencia cayendo sobre las arenas de la vida..."

"El enamorado tiene miedo del carnaval: el adiós a la carne del año desenvuelve las bandeletas que cubren el sexo, la identidad y el nombre, y avanza desnudo hacia el futuro del sueño"

El cuarteto de Alejandría (II)

El cuarteto de Alejandría (II) Sigo intentando convenceros de que el Cuarteto de Alejandría es maravilloso, y hoy os traigo una fantástica crítica que he encontrado en Internet. Es de un tal Dellwood, y está en http://www.elaleph.com/foros/viewtopic.php?t=700.

Entre 1957 y 1960, Lawrence Durrell se propuso representar en una saga literaria la noción del espacio - tiempo de la teoría de la relatividad. El resultado fue una serie de 4 novelas, que en su continuidad constituyen un solo texto, El cuarteto de Alejandría. Las tres primeras representarían las dimensiones euclidianas del espacio, narrando una misma historia desde distintas miradas ("cada persona tiene distintos prismas desde los cuales puede ser descrito", sugiere el autor en un momento). La cuarta introduciría la dimensión temporal y explicaría la totalidad de la obra. Durrel intenta así en la literatura lo que Giedion dice que habían hecho, algunos años antes, los maestros del Movimiento Moderno en la arquitectura.

Si se toma al pie de la letra su intención original, la obra de Durrell es probablemente un fracaso: no creo que nadie tenga una mejor comprensión de las teorías de Einstein por haber leído el Cuarteto (algo que suele suceder con estos homenajes del arte a la ciencia). Más fortuna parece haber tenido en la investigación del amor moderno, otro de los objetivos declarados por el autor. Para la literatura, en definitiva, y especialmente para al placer de los lectores, Durrell dejó 5 magníficos textos: cada una de las novelas, que se disfrutan por si mismas, y el Cuarteto como obra completa. La ironía es que un libro que aspira a representar una teoría científica del siglo XX, una obra que debería opacar los logros de Joyce y de Proust, resulta finalmente una entrañable novela en la mejor tradición del XIX, con personajes muy bien definidos componiendo un grupo de amigos que se constituye casualmente durante el período inmediatamente anterior a la Segunda Guerra Mundial. Toda la novela está recorrida por esa agradable sensación de la amistad sincera entre gente que se aprecia a pesar de sus diferencias y de sus pasiones (que abundan en el Cuarteto).

El otro gran logro del Cuarteto, y el que más nos importa en esta nota, es la representación de una ciudad que aparece vívidamente descripta como un personaje más de la novela. "La ciudad -al decir de Durrell- que se sirvió de nosotros como si fuéramos su flora, que nos envolvió en conflictos que eran suyos y creíamos equivocadamente nuestros, la amada Alejandría". Aun sin conocer nada sobre la ciudad, el lector vive desde las primeras páginas en la realidad geográfica y humana de Alejandría, una lengua de tierra en la desembocadura del Nilo, entre el Mediterráneo y el Lago Mareotis, en sus palacios de inspiración europea contrastando con los minaretes, sus bares callejeros, los tugurios, burdeles y callejuelas de los barrios populares, el sol que pega sobre las velas de los barcos en el Yacht Club, los paseos por el malecón de la Corniche. Toda la atmósfera cosmopolita y milenaria de Alejandría, protegida por el recuerdo del gran Poeta de la Ciudad: Constantino Kavafis.

En esa vívida y decadente Alejandría ("lo único real en esta novela") se mueven los personajes de Durrell. Justine, promiscua y seductora arrastrando la herida de un trauma adolescente, su perfume Jamais de la vie y sus "ojos translúcidos, agrandados por la belladona", amada por Darley (narrador del Cuarteto) con el aparente consentimiento de su esposo, Nessim. Una hija auténtica de Alejandría, su paisaje y su llanura aluvial, con "su aire de extenuación", es decir, "ni griega ni siria, ni egipcia, sino un híbrido, una ensambladura" ("Justine y su ciudad se parecen en que ambos tienen un sabor intenso aunque les falta todo carácter auténtico"). Balthazar, amigo de Kavafis y "oráculo" de la ciudad, "su daimon platónico, el mediador entre sus dioses y sus hombres". Mountoulive, embajador de Inglaterra atrapado entre su deber profesional y la amistad con Nessim. Pursewarden, alter ego de Durrell, el salvaje Naruz, la pobre y melancólica Melissa ("señor: yo soy la soledad misma"), la encantadora Clea, el siniestro Capodistría y tantos otros.

Esta troupe de amigos ocasionales, locales y extranjeros, parece una versión del grupo del bar de Rick en Casablanca (otro de "nuestros antepasados"), con la diferencia de que aquí la ciudad es real mientras que en la película es de cartón piedra y completamente ficticia, y que el drama no se establece en una ética de amor y militancia sino en un viscoso entretejido de conjuras irracionales y pasiones sexuales de todo tipo. Como ya se ha dicho, la ciudad no es el "fondo" de estas pasiones y conspiraciones, sino su condición y causa. "Cinco razas, cinco lenguas, una docena de religiones; el reflejo de cinco flotas en el agua grasienta, más allá de la escollera. Pero hay más de cinco sexos y solo el griego del pueblo parece capaz de distinguirlos".
Durrell erotiza Alejandría, sin recurrir a estereotipos ni a búsquedas retóricas del "alma de la ciudad". Simplemente transmite en su escritura el placer que le produjo la experiencia del lugar. En ocasiones personaliza hábilmente a la ciudad, en otras la convierte en metáfora de las pasiones y conjuras que envuelve y ampara, en otras la presenta como un mero escenario. La ciudad es un personaje flexible en el manejo literario, pero rígido en su inmutable indiferencia a la suerte de sus habitantes: de estas tácticas de escritura surge buena parte de la eficacia del texto. Durrell no nos quiere convencer de la grandeza de Alejandría: la da por supuesta y la expone. El mismo explica: "una ciudad es un mundo cuando amamos a uno de sus habitantes".

En el Cuarteto es recurrente la geografía alejandrina: las tormentas de arena al finalizar la primavera, las llanuras aluviales del delta del Nilo, las aguas fangosas del Mareotis, las dunas del desierto circundante, el Mediterráneo. Aparece el área agrícola circundante, una proeza humana de diques y canales entre el desierto y la ciudad, los dos enemigos de la vida rural. Cuando Nessim visita su finca familiar, los relojes se detienen en su homenaje ("para que las horas que dura tu agradable visita no pasen tan rápido"), pero el gesto también expresa la idea de un tiempo rural opuesto al tiempo urbano, cíclico, en verdad no detenido pero si recurrente desde épocas milenarias..

Y también hay un lugar para la historia de Alejandría, con un carácter mítico más que didáctico. Nombrados o no, recorren la novela los recuerdos de Alejandro Magno (fundador de la ciudad que fue su tumba), del Faro, del Museion, de la Biblioteca, de Marco Antonio y Cleopatra, de la filosofía neoplatónica de Plótino, de la matemática de Euclides, de los sabios Ptolomeos.

Quizás la visión general del Cuarteto peca de cierto colonialismo, político y cultural. Muchos de los personajes locales son parte de la oligarquía egipcia, y algunos de los extranjeros son diplomáticos de las potencias imperiales, aunque todos se hagan queribles en la prosa del autor. La servidumbre y la prostitución se naturalizan y tienen un toque de glamour en muchos párrafos, las conjuras políticas parecen juegos de adultos inmaduros. En defensa de Durrell, cabe decir que el cuenta su historia desde su posición personal, que es la de un miembro de la diplomacia británica, una mezcla de bon vivant y aventurero. Pero sin caer en la banalidad de un simple libro de memorias: el Cuarteto es una ficción intencionada y contundente, donde cada situación y cada personaje se nos revela de distintos modos, con virajes y cambios sorprendentes que solo al final adquieren un sentido provisorio. Justine es una narración subjetiva de un romance clandestino; Balthazar, un Comentario que altera los significados de la anterior; Mountolive, la contraposición objetivista (es la única de las novelas donde Darley no es el narrador); Clea, la resolución de los hechos en el tiempo, ya en plena guerra..

Para la misma época en que Durrel escribía su Cuarteto, Kurosawa revolucionaba el lenguaje del cine con Rashomon, una película (que aun hoy es de vanguardia) donde un mismo hecho es narrado desde 4 ópticas distintas. El Cuarteto coincide en esta exploración sobre la relatividad de las verdades humanas, distinta a la relatividad científica, y donde solo el amor nos salva de la angustia y el vacío. Como Durrell mismo dice en el final de Justine, "¿acaso no depende todo de nuestra manera de interpretar el silencio que nos rodea?".

Si las cosas fueran siempre lo que parecen, ¡que empobrecida quedaría la imaginación del hombre!
¿Cómo me libraré para siempre de esta ciudad ramera entre todas las ciudades: mar, desierto, minaretes, arena, mar?
No. Tengo que ponerlo todo por escrito, fríamente, hasta que pase el tiempo de la memoria y el deseo. Sé que la llave que trato de hacer girar está en mi mismo.
(Lawrence Durrell, Balthazar)

De profundis

De profundis Si vais por la carrera del arrabal, apartaos, no os inficione mi pestilencia.
El dedo de mi Dios me ha señalado: odre de putrefacción quiso que fuera este mi cuerpo,
y una ramera de solicitaciones mi alma,
no una ramera fastuosa de las que hacen languidecer de amor al príncipe,
sobre el cabezo del valle, en el palacete de verano,
sino una loba del arrabal, acoceada por los trajinantes,
que ya ha olvidado las palabras de amor,
y sólo puede pedir unas monedas de cobre en la cantonada.
Yo soy la piltrafa que el tablajero arroja al perro del mendigo,
y el perro del mendigo arroja al muladar [...]

Dámaso Alonso

Empecemos el día con poesía

Empecemos el día con poesía Estoy esperando a una jicha (que me da a mí que no va a venir) para una tutoría, y mientras aprovecho para mandaros un poema que ya he enviado a la destinataria apropiada ;) pero que es tan hermoso que quiero compartirlo con vosotros. Es de Rafael Alberti.

RETORNOS DEL AMOR EN LAS ARENAS

Esta mañana, amor, tenemos veinte años.
Van voluntariamente lentas, entrelazándose
nuestras sombras descalzas camino de los huertos
que enfrentan los azules de mar con sus verdores.
Tú todavía eres casi la aparecida,
la llegada una tarde sin luz entre dos luces,
cuando el joven sin rumbo de la ciudad prolonga,
pensativo, a sabiendas el regreso a su casa.
Tú todavía eres aquella que a mi lado
vas buscando el declive secreto de las dunas,
la ladera recóndita de la arena, el oculto
cañaveral que pone
cortinas a los ojos marineros del viento.
Allí estás, allí estoy contra ti, comprobando
la alta temperatura de las odas felices,
el corazón del mar ciegamente ascendido,
muriéndose en pedazos de dulce sal y espumas.
Todo nos mira alegre, después , por las orillas.
Los castillos caídos sus almenas levantan,
las algas nos ofrecen coronas y las velas,
tendido el vuelo, quieren cantar sobre las torres.

Esta mañana, amor, tenemos veinte años.

El Cuarteto de Alejandría (I)

El Cuarteto de Alejandría (I) Bueno, por fin he concluido las cosas urgente que tenía que hacer esta semana (ver un post anterior), pero aún no tengo demasiado tiempo para escribir, porque dentro de un rato me voy con Lola a un concierto al centro de Barna. En cualquier caso, como también he comentado por ahí, quiero hacer algo especial con "El cuarteto de Alejandría", y creo que le voy a dedicar una serie de posts -no consecutivos, claro- porque se lo merecen. De momento, voy a empezar con algunas citas tomadas al azar del primer libro, Justine. Juzgad vosotros:

Nos estrechábamos las manos en ese mundo amoral, de juicios diferidos, donde la curiosidad y la maravilla importan más que el orden impuesto por el espíritu.

La manía de justificarse a sí mismo se da tanto en los que tienen la conciencia intranquila como en los que buscan un fundamento filosófico para sus acciones, pero en ambos casos lleva a extrañas formas de pensamiento.

La culpa se apresura siempre hacia su complemento, el castigo, y sólo allí encuentra satisfacción.

Los espíritus desmembrados por el sexo no alcanzan la paz hasta que la vejez y la impotencia los persuaden de que el silencio y la tranquilidad no tienen nada de hostiles.

Cuesta mucho luchar contra el deseo del corazón; todo lo que quiere obtener, lo compra al precio del alma.

Una ciudad es un mundo cuando amamos a uno de sus habitantes.

Los que hemos viajado mucho y amado mucho; los que hemos, no diré sufrido, pues a través del sufrimiento hemos alcanzado siempre la autonomía, sólo nosotros apreciamos el complejo mundo de la ternura, y comprendemos el estrecho vínculo que existe entre el amor y la amistad.

Rápido!

Pues eso, tengo que escribir rápido porque los próximos tres días estoy podrido de trabajo. Así, aprovecho de momento para haceros una recomendación literaria: "El cuarteto de Alejandría", libros maravillosos, en su profundidad, donde los haya. Espero tener tiempo para hacer una crítica en forma. Y de propina una frase que lleva todo el día metida en mi cabeza; es del Silmarillion, y aunque uno desconozca el contexto en el que se dice, tiene una carga de pesadumbre y desamparo que la hace inolvidable:

"Oh Turgon Turgon recuerda el Marjal de Serech!!! Turgon, no me oyes en tus estancias perdidas??"

Por cierto, a quien le interese echarle un vistazo a la búsqueda de los Silmarils online, que mire en http://www.anarda.net/tolkien/relatos/silmarillion

Ta mañana

Poirot y los clásicos

Hoy estoy contento. Esta noche he conseguido, después de mucho tiempo, montar una buena timba con musolaris avezados. A la vuelta, uno de ellos (habitual de este blog) me ha recordado que estuvo buscando por internet como loco los trabajos de Hércules, que yo mencioné en un post el 9 de Diciembre. Así he recordado que prometí en dicho post hablar de una conversación que aparecía al principio del libro, y dado el tiempo que ha pasado desde entonces, me he autoimpuesto la penitencia de copiarla enterita y ponerla aquí. Creo que no está en internet en castellano, aunque sí en inglés (http://members.lycos.co.uk/agaweb/tloh001.html). Habla del tema que me interesa, que es mi punto de vista sobre el estudio de los clásicos, pero también de otros muchos, como la importancia del nombre de pila, la importancia de la vocación, los atractivos de la vida retirada y, en suma, el paso del tiempo. Y todo ello con mucho humor. Por otra parte, no contextualizo nada, porque es el principio del libro. Ahí va.

El piso de Hércules Poirot estaba amueblado a la última moda. Los adornos de metal cromado relucían, y los sillones, si bien tapizados confortablemente, eran de formas cuadradas y sólida apariencia.
En uno de ellos se hallaba sentado Poirot, pulcramente, sin pasar de la mitad del asiento. Frente al detective, en otra butaca, estaba el doctor Burton sirviendo con deleite un vaso de Château Mouton Rothschild que le ofreció su anfitrión. La apariencia del doctor no era tan relamida como la de su amigo. Era regordete y desaliñado, con una cara rubicunda y bonachona que relucía bajo la enmarañada masa de blancos cabellos. Tenía una risa profunda y sibilante y había adquirido el hábito de esparcir la ceniza de sus cigarros tanto sobre él como sobre todo lo que le rodeaba. Poirot perdía el tiempo rodeándole de ceniceros.
El doctor Burton preguntó:
-Dígame: ¿a qué santo viene eso de Hércules?
-¿Se refiere usted a mi nombre de pila?
-Mal puede llamarse de pila, ya que es absolutamente pagano -objetó el otro
Pero ¿por qué? Eso es lo que quiero saber. ¿Algún capricho de su padre? ¿Algún antojo de su madre? ¿Razones de familia? Si mal no recuerdo, aunque mi memoria ya no es lo que era, tuvo usted un hermano que se llamaba Aquiles, ¿no es cierto?
Poirot repasó mentalmente los detalles de la carrera de Aquiles Poirot. "¿Ocurrió en realidad todo aquello?", se preguntó.
-Sólo por poco tiempo - replicó al fin.
El doctor Burton eludió con prudencia mencionar de nuevo a Aquiles Poirot.
-Los padres debieran tener más cuidado con los nombres que ponen a sus hijos - reflexionó-. Vea usted: tengo varias ahijadas y una de ellas se llama Blanca, aunque es más morena que una gitana. Luego, está Deirdre: Deirdre de los Dolores… y ha resultado ser más alegre que unas castañuelas. Y por lo que se refiere a Paciencia, hubieran hecho mejor llamándola Impaciencia, nombre más adecuado a su carácter. Y Diana…-el viejo profesor de lenguas clásicas se estremeció-; pesa ahora sesenta y ocho kilos, aunque no tiene más de quince años. Dicen que es gordura infantil; yo no lo creo. ¡Diana! Querían que se llamase Helena, pero hice valer mis derechos. No podía hacer menos conociendo el aspecto de sus padres… ¡y el de su abuela! Traté con todas mis fuerzas de que se llamara Marta o Dorcas, o algo que fuera razonable…, pero no me sirvió de nada…, perdí el tiempo… Los padres son gente muy caprichosa.
Empezó a reír por lo bajo mientras su cara se arrugaba.
Poirot lo miró inquisitivamente.
-Me estoy imaginando la conversación que sostendrían su madre de usted y la difunta mistress Holmes mientras cosían las ropitas o hacían calceta: "Aquiles, Hércules, Sherlock, Mycroft…"
Poirot no parecía compartir el buen humor de su amigo.
-Por lo que veo, quiere usted decir que, físicamente, no soy ningún Hércules.
Los ojos del doctor Burton se fijaron en Poirot. Sobre su pulcra y diminuta persona, vestida con pantalones de etiqueta, correcta chaqueta negra y elegante corbata de pajarita. Recorrieron su figura desde los zapatos de charol hasta la cabeza en forma de huevo y el inmenso bigote que adornaba su labio superior.
-Con franqueza, Poirot, no se le parece usted en nada - dijo Burton-. Supongo que nunca habrá tenido tiempo para estudiar los clásicos - añádió.
-Así es.
-Pues es una lástima. Una verdadera lástima. Se ha perdido usted algo bueno. Si de mí dependiera, todo el mundo estaría obligado a estudiarlos.
Poirot se encogió de hombros.
-Eh bien! Pues yo he progresado sin tener necesidad de ellos.
-¡Progresar! ¡Progresar! No es cuestión de progresar. Ahí es donde todos se equivocan. Los clásicos no son el trampolín para alcanzar un éxito rápido, como los cursos por correspondencia. Las horas durante las cuales trabaja un hombre no son las que importan, sino sus horas de descanso. Ese es el error en que todos incurrimos. Póngase usted, por ejemplo. Ha tenido muchos éxitos en el curso de su carrera, y ahora quiere dejar sus ocupaciones y vivir tranquilamente… ¿Qué hará entonces con sus horas libres?
Poirot contestó sin vacilar:
-Me dedicaré…, y no bromeo…, al cultivo de calabacines.
El doctor Burton se sorprendió.
-¿Calabacines? ¿Qué quiere decir? ¿Esas cosas verdes e hinchadas que saben a agua?
-¡Ah! - exclamó Poirot con entusiasmo -. Ese es el punto más interesante de la cuestión. Lo que hace falta es que no sepan a agua.
-Vamos. Ya comprendo… Espolvoreándolos con queso, con cebolla picada o con salsa blanca.
-No, no. Está usted en un error. Me figuro que puede mejorarse el sabor actual del calabacín. Se le puede dar - puso los ojos en blanco -un bouquet…
-Por favor; tenga en cuenta que no se trata de un clarete.
La palabra bouquet recordó al doctor Burton el vaso que tenía a a su lado. Bebió un sorbo y lo paladeó.
-Es muy bueno este vino; tiene calidad - hizo un gesto de aprobación con la cabeza -. Pero este asunto de los calabacines… No hablará usted en serio… No querrá decir… que está dispuesto a encorvarse…- con gesto de consternación sus manos descendieron hasta su abultado estómago -, a encorvarse para abonar esas cosas con estiércol; alimentarlas con guedejas de lana empapadas en agua y todo lo demás que suele hacerse.
-Al parecer, está usted muy enterado de cómo se cultivan los calabacines - argumentó Poirot.
-Durante mis estancias en el campo he visto cómo lo hacían los hortelanos. Poero, Poirot, ¡vaya ocupación! Compare eso - bajó la voz hasta un tono insinuante - con un buen sillón frente a una chimenea encendida, en una habitación alargada y baja de techo, atestada de libros…; debe ser una habitación alargada, no cuadrada. Con muchos libros. Un vaso de oporto… y un libro abierto en la mano. El tiempo vuelve atrás cuando usted lee:

De nuevo por su destreza,
en el vinoso mar el piloto endereza
la rápida nave zarandeada por los vientos.


Primero recitó las estrofas en griego, con voz sonora, y luego las tradujo.
-Desde luego, al traducir nunca puede uno llegar a compenetrarse con el verdadero espíritu del texto original - comentó.
Estaba tan entusiasmado que, de momento, se olvidó de Poirot. Y este, contemplando a su amigo, sintió una repentina duda…, un remordimiento incómodo. ¿Habría perdido algo? ¿Alguna satisfacción intelectual? Le invadió la tristeza. Sí, debió trabar conocimiento con los clásicos… hacía tiempo. Ahora, por desgracia, era demasiado tarde.
El doctor Burton interrumpió esos melancólicos pensamientos.
-¿Y quiere usted decir que está realmente dispuesto a retirarse? - preguntó.
-Sí.
El doctor soltó una risita apagada.
-No lo hará - dijo.
-Le aseguro que…
-No será usted capaz de ello. Está demasiado interesado por su trabajo.
-No; de veras. Ya lo tengo todo dispuesto. Unos pocos casos más, seleccionados especialmente…; no todo lo que se presente, compréndame. Solo problemas que tengan un atractivo personal.
El doctor Burton gesticuló.
-Sí, eso es lo que dice siempre. Solamente un caso o dos; solo un caso más, y así sucesivamente. Su despedida no será como la de una prima donna.
Volvió a reír mientras se levantaba lentamente. Parecía un simpático enanito de pelo blanco.
-Los de usted no son los trabajos de Hércules - dijo -. Son trabajos de su afición. Ya verá como tengo razón. Le apuesto lo que quiera a que dentro de dos meses está usted todavía aquí, y los calabacines no son más - se estremeció - que simples calabacines.
El doctor Burton se despidió de su amigo y salió de la rectangular y severa habitación.
Pasó por estas páginas para no volver a ellas. Solamente nos interesa lo que dejó tras él, es decir, una idea.
Porque después de su marcha, Poirot volvió a sentarse, y como en sueños murmuró:
-Los trabajos de Hércules… Mais oui, c'est une idée, ça…

Algunos amigos (Bestiario)

Algunos amigos (Bestiario) Hoy voy a empezar a zanjar una promesa que hice hace mucho tiempo, concretamente quince meses. Le prometí a unos amiguetes en Badajoz que haría un censo de los personajes literarios que más me han fascinado. Os propongo a todos, como juego, que intentéis identificar el libro del que provienen. Al que más averigüe (siempre que sea un número razonable) le regalo un libro. No siguen una ordenación particular, pues los fui escribiendo según se me venían a la cabeza. Alberto, abstente, que tenemos backgrounds demasiado comunes.

- Emma Bovary
- El doctor Jekyll
- Ana Ozores
- Héctor
- Ulises
- Sigfrido y Wotan
- Montenegro
- Bradomín
- Gabriel Araceli
- Lope de Aguirre
- El capitán Acab
- Lemuel Gulliver
- Robinson Crusoe
- El cerdo Napoleón
- Jean Valjean
- Philip de Kingsbridge
- Grenouille
- Lázaro de Tormes
- Guillermo de Baskerville
- Don Quijote, Sancho Panza y Dulcinea del Toboso
- Edmond Dantés
- Athos, Porthos, Aramis, D’Artagnan, Milady, Rochefort
- Pat Bateman
- Gregor Samsa
- Joseph K.
- Ben Hanscom
- Rodia Raskólnikov
- Dimitri, Iván, Aliosha y Smerdiákov
- Gandalf y Sauron
- Julien Sorel
- Salvatore Roncone
- Pepe Carvalho
- Long John Silver
- Sherloch Holmes
- Werther
- Siddharta
- Hamlet
- Lady Macbeth
- Yago
- Don Juan
- La tía Tula
- Claudio
- Livia
- Molly Bloom
- Faroni
- Ijon Tichy
- Jaime Astarloa
- Heathcliff
- Cipriano Salcedo
- Jay Gatsby
- Passepartout
- Brian de Bois-Guilbert
- Irene Adler
- Hans Castorp y Clawdia Chauchat
- Erich Zann
- Dupin
- El capitán Nemo
- La Maga
- Humbert Humbert
- Fabrizio Salina
- Beatriz
- Mercucio
- Pascual Duarte
- Harry Lime
- Mefistófeles
- Pedro Crespo
- Quasimodo
- Tom Joad
- Cándido
- Alexei Ivánovich
- El Azarías
- Marco Antonio
- Otelo
- Hannibal Lecter
- Segismundo
- Kurtz
- Charles Chipping
- Tom Sawyer
- Don Álvaro
- La Celestina
- Bilbo Baggins
- Juan de Mairena
- Cyrano
- Stach
- Don Félix de Montemar
- El hombre invisible
- El mago de Oz
- Godot
- Bernarda Alba
- El Principito
- El Buscón
- Pereira
- Lord Henry Wotton

Y seguiré. Me quedan tantos...

Otro gran poema

Otro gran poema Este que os escribo está, en mi opinión, entre los cinco mejores poemas que he leído en mi vida. Se trata de "Mujer con alcuza", de Dámaso Alonso. Es un poco largo, pero os juro por lo más sagrado que merece la pena leerlo entero. Además, va aumentando de intensidad.

¿Adónde va esa mujer,/arrastrándose por la acera,/ahora que ya es casi de noche,/con la alcuza en la mano?

Acercaos: no nos ve./Yo no sé qué es más gris,/si el acero frío de sus ojos,/si el gris desvaído de ese chal/con el que se envuelve el cuello y la cabeza,/o si el paisaje desolado de su alma.

Va despacio, arrastrando los pies,/desgastando suela, desgastando losa,/pero llevada/por un terror/oscuro,/por una voluntad/de esquivar algo horrible.

Sí, estamos equivocados./Esta mujer no avanza por la acera/de esta ciudad,/esta mujer va por un campo yerto,/entre zanjas abiertas, zanjas antiguas, zanjas recientes,/y tristes caballones,/de humana dimensión, de tierra removida,/de tierra/que ya no cabe en el hoyo de donde se sacó,/entre abismales pozos sombríos,/y turbias simas súbitas,/llenas de barro y agua fangosa y sudarios harapientos del color de la desesperanza.

Oh sí, la conozco./Esta mujer yo la conozco: ha venido en un tren,/en un tren muy largo;/ha viajado durante muchos días/y durante muchas noches:/unas veces nevaba y hacía mucho frío,/otras veces lucía el sol y remejía el viento/arbustos juveniles/en los campos en donde incesantemente estallan extrañas flores encendidas./Y ella ha viajado y ha viajado,
/mareada por el ruído de la conversación,/por el traqueteo de las ruedas
/y por el humo, por el olor a nicotina rancia./¡Oh!:/noches y días,/días y noches,/noches y días,/días y noches,/y muchos, muchos días,/y muchas, muchas noches.

/Pero el horrible tren ha ido parando/en tantas estaciones diferentes,/que ella no sabe con exactitud ni cómo se llamaban,
/ni los sitios,/ni las épocas.

Ella/recuerda sólo/que en todas estaba oscuro, y que partir, al arrancar el tren/ha comprendido siempre/cuán bestial es el topetazo de la injusticia absoluta,/ha sentido siempre/una tristeza que era como un ciempié monstruoso que le colgara de la mejilla,/como si con el arrancar del tren le arrancaran el alma,/como si con el arrancar del tren le arrancaran innumerables margaritas, blancas cual su alegría infantil en la fiesta del pueblo,/como si le arrancaran los días azules, el gozo de amar a Dios y esa voluntad de minutos en sucesión que llamamos vivir./Pero las lúgubres estaciones se alejaban,/y ella se asomaba frenética a las ventanillas,/gritando y retorciéndose,/sólo/para ver alejarse en la infinita llanura/eso, una solitaria estación,/un lugar/señalado en las tres dimensiones del gran espacio cósmico/por una cruz/bajo las estrellas.

Y por fin se ha dormido,/sí, ha dormitado en la sombra,/arrullada por un fondo de lejanas conversaciones,
/por gritos ahogados y empañadas risas,/como de gentes que hablaran a través de mantas bien espesas,
/sólo rasgadas de improviso/por lloros de niños que se despiertan mojados a la media noche,/o por cortantes chillidos de mozas a las que en los túneles les pellizcan las nalgas,/... aún mareada por el humo del tabaco.

Y ha viajado noches y días,/sí, muchos días,/y muchas noches./Siempre parando en estaciones diferentes,/siempre con una ansia turbia, de bajar ella también, de quedarse ella también,/ay,/para siempre partir de nuevo con el alma desgarrada,
/para siempre dormitar de nuevo en trayectos inacabables.

...No ha sabido cómo./Su sueño era cada vez más profundo,/iban cesando,/casi habían cesado por fin los ruidos a su alrededor:/sólo alguna vez una risa como un puñal que brilla un instante en las sombras,/algún cuchillo como un limón agrio que pone amarilla un momento la noche./Y luego nada./Sólo la velocidad,/sólo el traqueteo de maderas y hierro/del tren,/sólo el ruido del tren.

Y esta mujer se ha despertado en la noche,/y estaba sola,/y ha mirado a su alrededor,/y estaba sola,/y ha buscado al revisor, a los mozos del tren,/a algún empleado,/a algún mendigo que viajara oculto bajo un asiento,/y estaba sola,/y ha gritado en la oscuridad,/y estaba sola,/y ha preguntado en la oscuridad,/y estaba sola,/y ha preguntado/quién conducía,/quién movía aquel horrible tren./Y no le ha contestado nadie,/porque estaba sola,/porque estaba sola./Y ha seguido días y días,/loca, frenética,/en el enorme tren vacío,/donde no va nadie,/que no conduce nadie.

... Y esa es la terrible,/la estúpida fuerza sin pupilas,/que aún hace que esa mujer/avance y avance por la acera,/desgastando la suela de sus viejos zapatones,/desgastando las losas,/entre zanjas abiertas a un lado y otro,
/entre caballones de tierra,/de dos metros de longitud,/con ese tamaño preciso/de nuestra ternura de cuerpos humanos.
/Ah, por eso esa mujer avanza (en la mano, como el atributo de una semidiosa, su alcuza),/abriendo con amor el aire, abriéndolo con delicadeza exquisita,/como si caminara surcando un trigal en granazón,/sí, como si fuera surcando un mar de cruces, o un bosque de cruces, o una nebulosa de cruces,/de cercanas cruces,/de cruces lejanas.

Ella,/en este crepúsculo que cada vez se ensombrece más,/se inclina,/va curvada como un signo de interrogación,/con la espina dorsal arqueada/sobre el suelo./¿Es que se asoma por el marco de su propio cuerpo de madera,/como si se asomara por la ventanilla/de un tren,/al ver alejarse la estación anónima/en que se debía haber quedado?/¿Es que le pesan, es que le cuelgan del cerebro/sus recuerdos de tierra en putrefacción,/y se le tensan tirantes cables invisibles/desde sus tumbas diseminadas?/¿O es que como esos almendros/que en el verano estuvieron cargados de demasiada fruta,/conserva aún en el invierno el tierno vicio,/guarda aún el dulce álabe/de la cargazón y de la compañía,/en sus tristes ramas desnudas, donde ya ni se posan los pájaros?

Paréntesis recomendador

Uf, acabo de salir de hacerle un examen a los ambientales (me encanta esta denominación) y estoy cansadíiíííísimo. Deciros que hasta el lunes el blog estará inactivo, porque me voy para los Madriles, pero estad atentos, que espero venir con cositas escritas!!! SIn embargo, al menos os hago una recomendación literaria, para que este blog no quede tan soso. Hay una colección de cuentos de Agatha Christie que se llama "Los trabajos de Hércules", en los cuales realiza una versión moderna de los famosos trabajos del semidiós, protagonizados por su personaje favorito, Hércules Poirot. Como casi todo lo que escribe esta mujer, no tiene gran valor literario, pero engancha y además es divertido mirar la semejanza con los hechos clásicos.

Bueno, pues si tenéis el libro (o el google) a mano, os recomiendo que os léais la primera escena, o sea, la conversación con el Doctor Burton antes de que empiece el primer trabajo. Es magistral y me gusta por bastanes razones: el lunes lo explicaré con más detenimiento.

Saludos (y fuerza a los canudos).

Curiosidades lingüísticas

Hoy propongo algunas pequeñas curiosidades de la Lengua española, que por una razón u otra se me han acumulado en la cabeza en estos últimos días. La primera es la siguiente: todos hemos oído muchas veces expresiones tipo "pues Fulanito no ha venido hoy"; quizá con un poco menos de frecuencia, alguien nos habrá dicho cosas como "Están por aquí Fulano y Mengano" (de hecho, hay hasta una peli que se llama "Fulanita y sus Menganos" !!!); incluso es muy posible que alguien nos diga: "pues no, ni Fulano, ni Mengano, ni Zutano". Recuerdo que estos nombres me hacían muchísima gracia de pequeño, y que un día, en el colmo de la sorpresa... ¡me enteré de que la serie seguía! Así, cuando queráis nombrar a mucha gente cuyos nombres no conocéis o no queréis decir, pues los siguientes de la serie son PERENGANO y ROBIÑANO.

Un par de apuntes más sobre esto: uno, que en inglés el equivalente de Fulano es "John Doe", que también es el nombre de una película que creo que protagonizaba Gary Cooper, y en un toque muy agudo de los guionistas, también se llamaba así el asesino de "Seven"; y dos, que mientras escribía he recordado que mi padre utilizaba otro apelativo del tipo anterior: "Citranito". Mirando en el google me he dado cuenta de que éste también está bastante generalizado, aunque curiosamente "Citrano" sólo lo he visto como apellido.

Más cosas: es bien conocido que al padre del padre se le llama abuelo, al padre del abuelo bisabuelo, al padre del bisabuelo tatarabuelo, y que los mismos prefijos se aplican a nieto para nombrar a los descendientes. Lo que no es tan conocido es que hay una palabra en castellano que designa al hijo del tataranieto, que es... ¡¡¡CHOZNO!!! Me enteré hace bastantes años de tremenda casualidad, y al mismo tipo se inflamó en mí la curiosidad por saber si existía la palabra para el parentesco dual. Los intentos jocosos de algún amigo, recomendándome que lo llamara "antichozno", no acababan de convencerme, y no me enteré de cuál era hasta hace pocas semanas. Es TRASTATARABUELO. No creo que venga en el diccionario de la RAE (no lo he buscado), pero he encontrado bastantes referencias.

Y bueno, para terminar un pequeño juego: recordar al menos dos nombres en castellano que cambien la sílaba tónica al pasar al plural. Por ejemplo: "niño" sería un ejemplo si el plural fuera "niñós".

Saludines