Otro gran poema
Este que os escribo está, en mi opinión, entre los cinco mejores poemas que he leído en mi vida. Se trata de "Mujer con alcuza", de Dámaso Alonso. Es un poco largo, pero os juro por lo más sagrado que merece la pena leerlo entero. Además, va aumentando de intensidad.
¿Adónde va esa mujer,/arrastrándose por la acera,/ahora que ya es casi de noche,/con la alcuza en la mano?
Acercaos: no nos ve./Yo no sé qué es más gris,/si el acero frío de sus ojos,/si el gris desvaído de ese chal/con el que se envuelve el cuello y la cabeza,/o si el paisaje desolado de su alma.
Va despacio, arrastrando los pies,/desgastando suela, desgastando losa,/pero llevada/por un terror/oscuro,/por una voluntad/de esquivar algo horrible.
Sí, estamos equivocados./Esta mujer no avanza por la acera/de esta ciudad,/esta mujer va por un campo yerto,/entre zanjas abiertas, zanjas antiguas, zanjas recientes,/y tristes caballones,/de humana dimensión, de tierra removida,/de tierra/que ya no cabe en el hoyo de donde se sacó,/entre abismales pozos sombríos,/y turbias simas súbitas,/llenas de barro y agua fangosa y sudarios harapientos del color de la desesperanza.
Oh sí, la conozco./Esta mujer yo la conozco: ha venido en un tren,/en un tren muy largo;/ha viajado durante muchos días/y durante muchas noches:/unas veces nevaba y hacía mucho frío,/otras veces lucía el sol y remejía el viento/arbustos juveniles/en los campos en donde incesantemente estallan extrañas flores encendidas./Y ella ha viajado y ha viajado,
/mareada por el ruído de la conversación,/por el traqueteo de las ruedas
/y por el humo, por el olor a nicotina rancia./¡Oh!:/noches y días,/días y noches,/noches y días,/días y noches,/y muchos, muchos días,/y muchas, muchas noches.
/Pero el horrible tren ha ido parando/en tantas estaciones diferentes,/que ella no sabe con exactitud ni cómo se llamaban,
/ni los sitios,/ni las épocas.
Ella/recuerda sólo/que en todas estaba oscuro, y que partir, al arrancar el tren/ha comprendido siempre/cuán bestial es el topetazo de la injusticia absoluta,/ha sentido siempre/una tristeza que era como un ciempié monstruoso que le colgara de la mejilla,/como si con el arrancar del tren le arrancaran el alma,/como si con el arrancar del tren le arrancaran innumerables margaritas, blancas cual su alegría infantil en la fiesta del pueblo,/como si le arrancaran los días azules, el gozo de amar a Dios y esa voluntad de minutos en sucesión que llamamos vivir./Pero las lúgubres estaciones se alejaban,/y ella se asomaba frenética a las ventanillas,/gritando y retorciéndose,/sólo/para ver alejarse en la infinita llanura/eso, una solitaria estación,/un lugar/señalado en las tres dimensiones del gran espacio cósmico/por una cruz/bajo las estrellas.
Y por fin se ha dormido,/sí, ha dormitado en la sombra,/arrullada por un fondo de lejanas conversaciones,
/por gritos ahogados y empañadas risas,/como de gentes que hablaran a través de mantas bien espesas,
/sólo rasgadas de improviso/por lloros de niños que se despiertan mojados a la media noche,/o por cortantes chillidos de mozas a las que en los túneles les pellizcan las nalgas,/... aún mareada por el humo del tabaco.
Y ha viajado noches y días,/sí, muchos días,/y muchas noches./Siempre parando en estaciones diferentes,/siempre con una ansia turbia, de bajar ella también, de quedarse ella también,/ay,/para siempre partir de nuevo con el alma desgarrada,
/para siempre dormitar de nuevo en trayectos inacabables.
...No ha sabido cómo./Su sueño era cada vez más profundo,/iban cesando,/casi habían cesado por fin los ruidos a su alrededor:/sólo alguna vez una risa como un puñal que brilla un instante en las sombras,/algún cuchillo como un limón agrio que pone amarilla un momento la noche./Y luego nada./Sólo la velocidad,/sólo el traqueteo de maderas y hierro/del tren,/sólo el ruido del tren.
Y esta mujer se ha despertado en la noche,/y estaba sola,/y ha mirado a su alrededor,/y estaba sola,/y ha buscado al revisor, a los mozos del tren,/a algún empleado,/a algún mendigo que viajara oculto bajo un asiento,/y estaba sola,/y ha gritado en la oscuridad,/y estaba sola,/y ha preguntado en la oscuridad,/y estaba sola,/y ha preguntado/quién conducía,/quién movía aquel horrible tren./Y no le ha contestado nadie,/porque estaba sola,/porque estaba sola./Y ha seguido días y días,/loca, frenética,/en el enorme tren vacío,/donde no va nadie,/que no conduce nadie.
... Y esa es la terrible,/la estúpida fuerza sin pupilas,/que aún hace que esa mujer/avance y avance por la acera,/desgastando la suela de sus viejos zapatones,/desgastando las losas,/entre zanjas abiertas a un lado y otro,
/entre caballones de tierra,/de dos metros de longitud,/con ese tamaño preciso/de nuestra ternura de cuerpos humanos.
/Ah, por eso esa mujer avanza (en la mano, como el atributo de una semidiosa, su alcuza),/abriendo con amor el aire, abriéndolo con delicadeza exquisita,/como si caminara surcando un trigal en granazón,/sí, como si fuera surcando un mar de cruces, o un bosque de cruces, o una nebulosa de cruces,/de cercanas cruces,/de cruces lejanas.
Ella,/en este crepúsculo que cada vez se ensombrece más,/se inclina,/va curvada como un signo de interrogación,/con la espina dorsal arqueada/sobre el suelo./¿Es que se asoma por el marco de su propio cuerpo de madera,/como si se asomara por la ventanilla/de un tren,/al ver alejarse la estación anónima/en que se debía haber quedado?/¿Es que le pesan, es que le cuelgan del cerebro/sus recuerdos de tierra en putrefacción,/y se le tensan tirantes cables invisibles/desde sus tumbas diseminadas?/¿O es que como esos almendros/que en el verano estuvieron cargados de demasiada fruta,/conserva aún en el invierno el tierno vicio,/guarda aún el dulce álabe/de la cargazón y de la compañía,/en sus tristes ramas desnudas, donde ya ni se posan los pájaros?
¿Adónde va esa mujer,/arrastrándose por la acera,/ahora que ya es casi de noche,/con la alcuza en la mano?
Acercaos: no nos ve./Yo no sé qué es más gris,/si el acero frío de sus ojos,/si el gris desvaído de ese chal/con el que se envuelve el cuello y la cabeza,/o si el paisaje desolado de su alma.
Va despacio, arrastrando los pies,/desgastando suela, desgastando losa,/pero llevada/por un terror/oscuro,/por una voluntad/de esquivar algo horrible.
Sí, estamos equivocados./Esta mujer no avanza por la acera/de esta ciudad,/esta mujer va por un campo yerto,/entre zanjas abiertas, zanjas antiguas, zanjas recientes,/y tristes caballones,/de humana dimensión, de tierra removida,/de tierra/que ya no cabe en el hoyo de donde se sacó,/entre abismales pozos sombríos,/y turbias simas súbitas,/llenas de barro y agua fangosa y sudarios harapientos del color de la desesperanza.
Oh sí, la conozco./Esta mujer yo la conozco: ha venido en un tren,/en un tren muy largo;/ha viajado durante muchos días/y durante muchas noches:/unas veces nevaba y hacía mucho frío,/otras veces lucía el sol y remejía el viento/arbustos juveniles/en los campos en donde incesantemente estallan extrañas flores encendidas./Y ella ha viajado y ha viajado,
/mareada por el ruído de la conversación,/por el traqueteo de las ruedas
/y por el humo, por el olor a nicotina rancia./¡Oh!:/noches y días,/días y noches,/noches y días,/días y noches,/y muchos, muchos días,/y muchas, muchas noches.
/Pero el horrible tren ha ido parando/en tantas estaciones diferentes,/que ella no sabe con exactitud ni cómo se llamaban,
/ni los sitios,/ni las épocas.
Ella/recuerda sólo/que en todas estaba oscuro, y que partir, al arrancar el tren/ha comprendido siempre/cuán bestial es el topetazo de la injusticia absoluta,/ha sentido siempre/una tristeza que era como un ciempié monstruoso que le colgara de la mejilla,/como si con el arrancar del tren le arrancaran el alma,/como si con el arrancar del tren le arrancaran innumerables margaritas, blancas cual su alegría infantil en la fiesta del pueblo,/como si le arrancaran los días azules, el gozo de amar a Dios y esa voluntad de minutos en sucesión que llamamos vivir./Pero las lúgubres estaciones se alejaban,/y ella se asomaba frenética a las ventanillas,/gritando y retorciéndose,/sólo/para ver alejarse en la infinita llanura/eso, una solitaria estación,/un lugar/señalado en las tres dimensiones del gran espacio cósmico/por una cruz/bajo las estrellas.
Y por fin se ha dormido,/sí, ha dormitado en la sombra,/arrullada por un fondo de lejanas conversaciones,
/por gritos ahogados y empañadas risas,/como de gentes que hablaran a través de mantas bien espesas,
/sólo rasgadas de improviso/por lloros de niños que se despiertan mojados a la media noche,/o por cortantes chillidos de mozas a las que en los túneles les pellizcan las nalgas,/... aún mareada por el humo del tabaco.
Y ha viajado noches y días,/sí, muchos días,/y muchas noches./Siempre parando en estaciones diferentes,/siempre con una ansia turbia, de bajar ella también, de quedarse ella también,/ay,/para siempre partir de nuevo con el alma desgarrada,
/para siempre dormitar de nuevo en trayectos inacabables.
...No ha sabido cómo./Su sueño era cada vez más profundo,/iban cesando,/casi habían cesado por fin los ruidos a su alrededor:/sólo alguna vez una risa como un puñal que brilla un instante en las sombras,/algún cuchillo como un limón agrio que pone amarilla un momento la noche./Y luego nada./Sólo la velocidad,/sólo el traqueteo de maderas y hierro/del tren,/sólo el ruido del tren.
Y esta mujer se ha despertado en la noche,/y estaba sola,/y ha mirado a su alrededor,/y estaba sola,/y ha buscado al revisor, a los mozos del tren,/a algún empleado,/a algún mendigo que viajara oculto bajo un asiento,/y estaba sola,/y ha gritado en la oscuridad,/y estaba sola,/y ha preguntado en la oscuridad,/y estaba sola,/y ha preguntado/quién conducía,/quién movía aquel horrible tren./Y no le ha contestado nadie,/porque estaba sola,/porque estaba sola./Y ha seguido días y días,/loca, frenética,/en el enorme tren vacío,/donde no va nadie,/que no conduce nadie.
... Y esa es la terrible,/la estúpida fuerza sin pupilas,/que aún hace que esa mujer/avance y avance por la acera,/desgastando la suela de sus viejos zapatones,/desgastando las losas,/entre zanjas abiertas a un lado y otro,
/entre caballones de tierra,/de dos metros de longitud,/con ese tamaño preciso/de nuestra ternura de cuerpos humanos.
/Ah, por eso esa mujer avanza (en la mano, como el atributo de una semidiosa, su alcuza),/abriendo con amor el aire, abriéndolo con delicadeza exquisita,/como si caminara surcando un trigal en granazón,/sí, como si fuera surcando un mar de cruces, o un bosque de cruces, o una nebulosa de cruces,/de cercanas cruces,/de cruces lejanas.
Ella,/en este crepúsculo que cada vez se ensombrece más,/se inclina,/va curvada como un signo de interrogación,/con la espina dorsal arqueada/sobre el suelo./¿Es que se asoma por el marco de su propio cuerpo de madera,/como si se asomara por la ventanilla/de un tren,/al ver alejarse la estación anónima/en que se debía haber quedado?/¿Es que le pesan, es que le cuelgan del cerebro/sus recuerdos de tierra en putrefacción,/y se le tensan tirantes cables invisibles/desde sus tumbas diseminadas?/¿O es que como esos almendros/que en el verano estuvieron cargados de demasiada fruta,/conserva aún en el invierno el tierno vicio,/guarda aún el dulce álabe/de la cargazón y de la compañía,/en sus tristes ramas desnudas, donde ya ni se posan los pájaros?
4 comentarios
Ruben -
Lola -
Vailima -
La sobrina de Dámaso Alonso, hermana también de un premio Nadal fue mi primera profesora de literatura. Nunca dejaré de darle las gracias por todo aquello a lo que me asomó.
noelia -
Ha merecido la pena jurar por lo más sagrado, jejeje... Genial!! Me encanta!!