Blogia
El musolari errante

Literatura

From my cell

Un texto del Bécquer más sentido, para ir retomando poco a poco el contacto con la realidad:

 "Mañana emprendemos el camino de Veruela. ¡Ojalá el viejo monasterio me dé la calma y la resignación que necesito, pues mi alma es sólo un pobre guiñapo insensible, dormido, que me pesa como un fardo inútil que la fatalidad tiró sobre mis hombros, y con el cual me obliga a caminar como nuevo judío errante! En el amplio hogar de la cocina me entretuve anoche en quemar todas las cartas, únicos recuerdos -reliquias, mejor dicho- que me quedaban de mi vida de ayer, de las horas que nunca volverán [...] No quiero pensar nada, sentir nada."

De sextinas

El otro día le escribía a alguien un correo electrónico que consistía esencialmente en un ruego para hacer algo y también en una descripción elogiosa de una cierta situación. Como siempre me gusta poner cosillas chulas en el topic (por lo menos, para que el destinatario sienta cierta curiosidad a la hora de leerlo) se me vino a la cabeza un poema de Jaime Gil [ya conocido para los que frecuentan este blog] que se llama “Apología y petición”. Muy adecuado ¿verdad? Y ya puestos, lo busqué para releerlo porque no me acordaba exactamente de cuál era, a Jaime también le gustaba poner títulos hermosos cuya relación con el contenido podía ser puramente tangencial.

 

Lo encontré rápido, pues la Red es una mina para los amantes de la poesía. Y como siempre que lo releo, sentí una especial fascinación por la estrofa en la que está escrita, la “sextina”. Nunca había leído ninguna otra, pero la estructura que se inducía de este ejemplo me parece tan arbitraria, tan rígida y fascinante, que no pude evitar ponerme a buscar información sobre ella.

 

La sextina consta de 39 versos endecasílabos, aunque parece ser que hay ejemplos con otras medidas, siempre de arte mayor. Se agrupan dichos versos en seis grupos de seis, dejando tres para el final, el remate. Y aquí viene la castaña. Ahora se eligen seis palabras, de modo que a) cada verso de cada miniestrofa de seis es terminado por una de las palabras, b) si numeramos los versos de cada miniestrofa del uno al seis, cada palabra aparece en seis versos que tienen todos número de orden diferente; por ejemplo, aparecerá en el tercer verso de la primera mini, cuarto de la segunda, sexto de la tercera, etc., y además siguiendo un esquema fijo; dicho de otro modo, ABCDEFFAEBDCCFDABEECBFADDEACFBBDFECA c) en el terceto final, aparecen dos de las palabras en cada verso.

 

Todo muy raro, verdad? Pues más extraña es todavía la impresión al leerla, esa sensación de rima vanishing y la necesidad de expresar seis ideas diferentes con mimbres tan similares. Parece ser que entre los grandes sextineros que en el mundo ha habido han destacado Petrarca, Ezra Pound, Camoes y Brossa. Sin embargo, os dejo aquí la primera que se compuso, obra de un trovador llamado Arnaut Daniel. Es provenzal, y aunque no se entiende ni papa (o al menos, YO no entiendo casi nada) si que hay palabras que accionan neuronas de significación y dan extraños sabores al poema. Si alguien no puede resistir y necesita el significado, aquí está traducida al inglés, así como todos los poemas del gran hombre.

 

Lo ferm voler qu'el cor m'intra
no'm pot ges becs escoissendre ni ongla
de lauzengier qui pert per mal dir s'arma;
e pus no l'aus batr'ab ram ni verja,
sivals a frau, lai on non aurai oncle,
jauzirai joi, en vergier o dins cambra.

 

Quan mi sove de la cambra
on a mon dan sai que nulhs om non intra
-ans me son tug plus que fraire ni oncle-
non ai membre no'm fremisca, neis l'ongla,
aissi cum fai l'enfas devant la verja:
tal paor ai no'l sia prop de l'arma.

 

Del cor li fos, non de l'arma,
e cossentis m'a celat dins sa cambra,
que plus mi nafra'l cor que colp de verja
qu'ar lo sieus sers lai ont ilh es non intra:
de lieis serai aisi cum carn e ongla
e non creirai castic d'amic ni d'oncle.

 

Anc la seror de mon oncle
non amei plus ni tan, per aquest'arma,
qu'aitan vezis cum es lo detz de l'ongla,
s'a lieis plagues, volgr'esser de sa cambra:
de me pot far l'amors qu'ins el cor m'intra
miels a son vol c'om fortz de frevol verja.

 

Pus floric la seca verja
ni de n'Adam foron nebot e oncle
tan fin'amors cum selha qu'el cor m'intra
non cug fos anc en cors no neis en arma:
on qu'eu estei, fors en plan o dins cambra,
mos cors no's part de lieis tan cum ten l'ongla.

 

Aissi s'empren e s'enongla
mos cors en lieis cum l'escors'en la verja,
qu'ilh m'es de joi tors e palais e cambra;
e non am tan paren, fraire ni oncle,
qu'en Paradis n'aura doble joi m'arma,
si ja nulhs hom per ben amar lai intra.

 

Arnaut tramet son chantar d'ongl'e d'oncle
a Grant Desiei, qui de sa verj'a l'arma,
son cledisat qu'apres dins cambra intra.

Shakespeare vía Marías

Mañana en la batalla piensa en mí,
y caiga tu espada sin filo.
Mañana en la batalla piensa en mí,
cuando fui mortal, y caiga herrumbrosa tu lanza,
pese yo mañana sobre tu alma,
sea yo plomo en el interior de tu pecho
y acaben tus días en sangrienta batalla,
Mañana en la batalla piensa en mí,
desespera y muere. ¡Muere!

Cannibal corpse

Quería haber escrito algo ahora, pero la verdad es que no me siento demasiado inspirado, así que os dejo con un fragmento que me dejó buena huella cuando lo leí, hace pocos años. Procede de “la narración de Arthur Gordon Pym”, la única novela que escribió Poe, y que os recomiendo fervientemente. Uno de los más extraños finales que jamás haya encontrado, sugerente y a la vez aterrador. La novela completa está aquí, aunque es demasiado larga para leerla por Internet.

 

En el momento en que sucede el fragmento, el protagonista está con otros tres en la cubierta de un barco a la deriva, llevan varios días sin comer, y uno de ellos acaba de proponer que “uno tiene que morir para que se salven los demás”.

CAPÍTULO XII


 

Desde hacía algún tiempo, yo ya había sospechado que tendríamos que llegar a este último y terrible extremo, y había resuelto interiormente aceptar la muerte en cualquier forma y bajo cualesquiera circunstancias antes que echar mano de tal recurso. Mi resolución no se había debilitado en modo alguno bajo la presente intensidad del hambre que padecía. La proposición no fue oída por Peters ni por Augustus. Por ello, llevé a Parker a un lado y, pidiéndole mentalmente a Dios poder bastante para disuadirle del horrible propósito que abrigaba, disputé con él durante largo rato, rogándole en nombre de todo lo que él tuviera por sagrado, y aduciéndole todos los argumentos que lo extremado del caso requería, para que abandonase la idea y no la mencionase a ninguno de los otros dos.
Escuchó todo lo que le dije sin intentar rebatir ninguno de mis argumentos, y yo empezaba a creer que lo había convencido. Pero cuando dejé de hablar, me espetó que sabía muy bien que todo lo que yo había dicho era verdad, que recurrir a tal extremo era la alternativa más horrible que podía concebir la mente humana, pero que él había soportado hasta donde la naturaleza humana puede resistir, y que era innecesario que pereciesen todos, cuando con la muerte de uno era posible, e incluso probable, que al fin se salvasen los demás. Añadió que yo podía evitarme el trabajo de amonestarle por tal propósito, pues ya lo había resuelto en su mente aun antes de la aparición del barco, y que sólo el barco que tuvo a la vista le había impedido hablar del asunto más prontamente.
Le rogué entonces que ya que no quería abandonar su propósito, lo difiriese al menos para otro día, para ver si entre tanto aparecía algún otro barco que pudiera salvarnos, aduciendo de nuevo cuantos argumentos se me ocurrieron como más adecuados para conmover la dureza de su naturaleza. Pero me contestó que no había hablado con nadie hasta ver llegado el último momento posible, que no podía vivir por más tiempo sin tomar sustento de cualquier clase, y que por eso otro día más sería demasiado tarde, pues al día siguiente se habría  muerto.
Viendo que no podía conmoverle con nada de lo que le decía en tono suave, cambié de actitud y le dije que tuviese presente que yo era el que menos había sufrido de todos a consecuencia de nuestras calamidades; que, por consiguiente, mi salud y mis fuerzas se habían conservado hasta el momento mucho mejor que las de Augustus o Peters y que las suyas propias; en una palabra, que estaba en condiciones de imponerle mi voluntad por la fuerza si era necesario, y que si trataba de dar a conocer a los demás de algún modo su designio sanguinario y caníbal, no vacilaría en arrojarlo al mar. Al oír estas palabras, se arrojó inmediatamente a mi garganta y, sacando una navaja, hizo varios esfuerzos infructuosos para clavármela en el estómago, atrocidad que sólo su excesiva debilidad le impidió cometer. Mientras tanto, yo, en el más alto grado de ira, le iba empujando hacia el costado del barco, con la clara intención de arrojarlo por la borda. Pero se salvó de este fin por la intervención de Peters, que se acercó y nos separó, preguntándonos la causa de nuestra desavenencia, cosa que le explicó Parker antes de que yo tuviera medio de impedírselo.
El efecto de estas palabras fue aún más terrible de lo que me había figurado. Tanto Augustus como Peters, quienes al parecer habían venido meditando desde hacía tiempo la misma espantosa idea que Parker había sido sencillamente el primero en expresar, se unieron a su propósito, insistiendo en que se llevase a cabo inmediatamente. Yo había calculado que por lo menos uno de los dos primeros conservaría la suficiente fuerza de voluntad para ponerse a mi lado y resistir cualquier tentativa de realizar tan espantoso designio; y, con la ayuda de uno de ellos, no tenía miedo de ser capaz de impedir su consumación. Al resultar fallidas mis esperanzas, me vi obligado a atender a mi propia seguridad, pues una mayor resistencia por mi parte podía ser considerada por aquellos hombres hambrientos causa suficiente para prescindir de jugar limpio en la tragedia que sin duda se desarrollaría rápidamente.
Les dije que estaba dispuesto a someterme a la proposición, rogándoles simplemente que la aplazasen por una hora, a fin de que hubiese una oportunidad de que la niebla que se había adensado en torno nuestro desapareciese, y ver si era posible volver a divisar el barco que habíamos visto. Con grandes dificultades obtuve de ellos la promesa de aguardar durante este tiempo, y, como había calculado (pues una brisa se aproximaba rápidamente), la niebla se disipó antes de que hubiese expirado la hora; mas, como no aparecía ningún barco a la vista, nos dispusimos a echar suertes.
Con la mayor repugnancia me detengo a relatar la espantosa escena que siguió, escena que, en sus más minuciosos detalles, ningún acontecimiento posterior ha podido borrar de mi memoria en lo más mínimo, y cuyo horrendo recuerdo amargará todos los momentos futuros de mi existencia. Pasaré, pues, por esta parte de mi relato con la mayor presteza que la índole de los acontecimientos de que tengo que hablar lo permita. El único medio que ideamos para la terrorífica lotería, en la que íbamos a tomar parte, consistió en echar pajas. Hicimos unas astillitas, y se acordó que fuera yo el que las sostuviese. Me retiré a un extremo del barco, mientras mis pobres compañeros silenciosamente se situaron en el opuesto, vueltos de espaldas hacia mí. La ansiedad más amarga que experimenté durante este drama horrible fue la del rato que estuve ocupado en la colocación de las astillas. Son pocas las ocasiones en que el hombre deja de sentir el más profundo interés por la conservación de su vida, y este interés aumenta momentáneamente con la fragilidad del asidero al que se agarra la vida. Pero ahora que el silencioso, definitivo y grave asunto en que estaba comprometido (tan distinto de los tumultuosos peligros de la tempestad de los gradualmente próximos horrores del hambre) me permitió reflexionar sobre las pocas probabilidades que tenía de librarme de la más espantosa de las muertes, una muerte para el más espantoso de los fines, todas las partículas que podían constituir mi energía volaron como plumas llevadas por el viento, dejándome desamparado y presa del más abyecto y lastimoso terror. Al principio no tuve ni fuerzas suficientes para reunir las pequeñas astillas de madera, pues mis dedos se negaban por completo a cumplir su oficio y las rodillas me entrechocaban con violencia. Por mi cerebro pasaron rápidamente miles de proyectos absurdos para evitar tener que participar en la terrible lotería. Pensé dejarme caer de rodillas ante mis compañeros, suplicándoles que me permitiesen librarme de aquella exigencia; lanzarme de repente sobre ellos y, matando a uno, hacer inútil la decisión mediante la suerte; en una palabra, hacer todo lo que fuera preciso menos seguir adelante con lo que tenía en las manos. Por último, después de esperar mucho tiempo en esta actitud estúpida, me volvió a la realidad la voz de Parker, quien me apremiaba para que les sacase a ellos de la terrible ansiedad que estaban sufriendo. Ni aun entonces acertaba a colocar las astillas en mi mano, pues sólo pensaba en toda clase de astucias para que a cualquiera de mis amigos le tocase la paja corta, pues se había acordado que quien sacase la más corta de las cuatro pajas de mi mano muriese para la salvación de los demás. Antes de que alguien intente condenarme por esta aparente crueldad, debe colocarse en una situación semejante a la mía.
Por fin ya no era posible más dilación y, con el corazón casi saltándome del pecho, avancé hacia la parte del castillo de proa, donde me estaban aguardando mis compañeros. Tendí la mano con las astillas, y Peters sacó inmediatamente una de ellas. Se había salvado...; al menos, su astilla no era la más corta, y ahora había otra posibilidad más en contra mía. Reuní todas mis fuerzas y le ofrecí las astillas a Augustus. También sacó inmediatamente una, y también se salvó; y ahora tenía las mismas probabilidades de morir o vivir. En aquel momento se apoderó de mi alma toda la fiereza del tigre, me dirigí hacia mi pobre compañero Parker, con el odio más intenso y diabólico. Pero este sentimiento no duró mucho y, al fin, con un convulsivo estremecimiento y cerrando los ojos, le tendí las dos astillas restantes. Transcurrieron más de cinco minutos antes de que se resolviese a sacar su suerte, y durante este tiempo de inquietud que partía el corazón no abrí ni una sola vez los ojos. Por fin, una de las dos astillas fue rápidamente arrancada de mi mano. La decisión estaba tomada, pero yo no sabía si era en favor o en contra mía. No hablaba nadie, y yo no me atrevía a mirar la astilla que tenía en la mano. Peters me cogió del brazo y me obligó a abrir los ojos, viendo inmediatamente en el semblante de Parker que me había salvado y que él era el condenado. Falto de aliento, caí sin sentido sobre la cubierta.
Me recobré de mi desmayo a tiempo aún para ver la consumación de la tragedia en la muerte de quien había sido el instrumento principal de que se cumpliese. Sin embargo, no opuso resistencia, y cayó muerto en el acto de una cuchillada en la espalda por Peters. No debo detenerme a relatar la horrible comida que siguió inmediatamente; estas cosas han de imaginarse, pues no hay palabras con poder suficiente para impresionar el espíritu con el tremendo horror de su realidad. Baste decir que, habiendo apaciguado en cierta medida la rabiosa sed que nos consumía gracias a la sangre de la víctima, y habiendo desechado, por común asentimiento, las manos, los pies y la cabeza y arrojándolas junto con las entrañas al mar, devoramos el resto del cuerpo, en pedazos, durante los cuatro eternamente memorables días del diecisiete, dieciocho, diecinueve y veinte de aquel mes.

Píos deseos al empezar el año

Está arraigada la costumbre de comenzar el año con buenos propósitos y deseos. Sin embargo, no ha sido en general esta una tónica en mi vida; primero, porque sé de mi inconstancia para supuestos cambios de conducta, máxime si estos han de estar determinados por un motivo tan débil como una fecha; y segundo, porque los pocos deseos que tengo –sé que eso es una medida positiva de cómo funciona mi vida-  hay que mirarlos siempre como una construcción antes que un golpe de suerte, más un camino que un relámpago.

 

Sin embargo, a modo de aproximación, os dejo aquí unos viejos versos de mi adoradísimo y nearly alter ego fundamentalmente mental Jaime Gil (baste decir que tengo el propósito de visitar su tumba para rendirle cálido homenaje) que desde luego, vienen muy a cuento. Feliz año!!!

Pasada ya la cumbre de la vida,
justo del otro lado, yo contemplo
un paisaje no exento de belleza
en los días de sol, pero en invierno inhóspito.
Aquí sería dulce levantar la casa
que en otros climas no necesité,
aprendiendo a ser casto y a estar solo.
Un orden de vivir, es la sabiduría.
Y qué estremecimiento,
purificado, me recorrería
mientras que atiendo al mundo
de otro modo mejor, menos intenso,
y medito a las horas tranquilas de la noche,
cuando el tiempo convida a los estudios nobles,
el severo discurso de las ideologías
—o la advertencia de las constelaciones
en la bóveda azul...
Aunque el placer del pensamiento abstracto
es lo mismo que todos los placeres:
reino de juventud.

Mortadeladas

Mortadeladas  Desde pequeño siempre sentí devoción por Mortadelo y Filemón. Fue una de las lectuas favoritas de mi pequeña infancia, hasta el punto de que con gran frecuencia alguna frase, situación o palabra particular (colodrillo, por ejemplo) me trae automáticamente a la cabeza la imagen de los dos divinos calvos que más me han divertido en mi vida. Un tipo de conversación que tengo de tarde, y que siempre me resulta muy placentera, es juntarme con otro de la secta mortadelista y comenzar a recordar, en el convencimiento de que con dos pinceladas que a cualquier otro le sonarían a chino, el interlocutor rápidamente se meterá dentro de la aventura que toque. En esa secta, por cierto, Víctor es el sumo sacerdote. Como no podía ser de otra manera, guardo un especial cariño hacia la figura de Francisco Ibáñez; para los escasos que no lo sepan, el creador de los dos agentes. En mi opinión, una gloria nacional. Tuve la fortuna de conocerlo en uno de los Salones del Comic a los que fui en Barcelona, y ha sido de las pocas veces en mi vida en que he podido intercambiar unos momentos cara a cara con un ídolo. Aunque es justo decir que en los últimos años el nivel de sus tebeos –como a él le gusta llamarlos- ha descendido considerablemente, es diáfano que sólo por sus aventuras largas de los 70 (mayúscula su colección Ases del Humor) merece un sillón en una ficticia tabla redonda de los mejores autores del comic europeo. Si fuera francés o americano, seguro que habría tesis titulada “La caja de diez cerrojos: un enfoque sobre la globalización”, “Implicaciones de la máquina del cambiazo en la teoría cuántica” o “Los cambios morfo-fisiológicos en Safari Callejero”. Ayer, cuando iba a jugar el típico partidazo de los viernes, un amigo (que además lee el blog) me sorprendió no sabéis hasta qué punto con un regalo de Navidad inesperado: un ejemplar firmado por el propio Ibáñez. Tan impactado que me quedé que creo que no fui capaz de expresar mi agradecimiento como debería haberlo hecho. Así pues, sirva este post como un intento de redención ante mi falta de expresividad. Gracias, Luis.  

 

Insuficiencia

Insuficiencia

Hay veces que los límites naturales que nos pone el tiempo, y que se sobrellevan también en el plano físico, me resultan insoportables intelectualmente. El otro día recordé una frase latina “Apparebat eidolon senex” (apareció el ídolo sombrío, creo, que me corrija algún latinista si no le parece bien) cuyo origen no conocía, y que sólo recordaba porque encabezaba, como muchas otras frases más o menos grandilocuentes,  las partes en las que se divide It, uno de mis libros de cabecera. Son tremendos particularmente los interludios.

 

La cosa es que como es un libro que leí por primera vez en el verano de 1989 y después he releído muchísimo (pocos analizan con tanta profundidad el paso de la niñez a la edad adulta) dichas frases se han ido grabando en mi cabeza a fuego, y me han conducido a muchísimos lugares diferentes. Por ejemplo, hoy mismo me he dado cuenta de que otra sentencia latina que aparece “Quaeque ipsa miserrima vidi, et quorum pars magna fui” (Vi cosas horribles, y en muchas de ellas tuve que ver) nos remite nada menos que al canto II de la Eneida. O ese siniestro “Nacido en una ciudad de muertos” que se sobrepone cual bárbaro bramido a los golpes de batería que inician el Born in the USA. Y es un libro en el que nombres familiares para cualquier melómano se grabaron por primera vez en mi blandito cerebro, gente como Keith Moon, los Grateful Dead, Ozzy, Pat Boone, Jerry Lee. Gracias a la historia de Bill Denbrough emprendí una búsqueda de muchos años en pos de un cuento de Ray Bradbury llamado El frasco, que no hallé hasta hace dos veranos, y gracias al viejo Aladdin supe que Michael Landon había sido un hombre lobo de pacotilla antes de hacerse un nombre en La Ponderosa.

 

En fin, que It es un libro-puerta que me ha abierto caminos a muchos mundos. Como él, me he encontrado otros a lo largo de mi vida, y perfectamente el Doctor Pasavento que estoy leyendo estos días puede entrar en esta categoría. Y es precisamente cuando reparo en todos estos arcones de sueños cuando me doy cuenta del gran límite al que aludía al comienzo. Mi impresión es que el número de nuevos libros (y películas, y músicas, y experiencias, y viajes) que me gustaría vivir en el resto de mis días es muy superior al que el tiempo que me queda puede contener. Por tanto, si quiero acercarme lo más posible a descubrir todas esas cosas nuevas, debo renunciar por fuerza a releer, repasar, y volver a hollar los caminos por los que ya circulé. Y eso me parece terriblemente doloroso, castrante, me duele el cerebro sólo de pensarlo. Me cago en mi finitud, maldita sea.

 

La última vez que he tenido esta repugnante sensación ha sido hace poco, después de una interesante tertulia en la comida sobre el mundo de los comics. Cuando terminamos, me entraron unas ganas terribles de releer Sandman; pero no de cabo a rabo, sino con esa insistencia enfermiza que permite que, poco a poco, todo el acervo que contiene la obra pase por ósmosis a tus propios archivos, y se convierta en material utilizable. Tras saludar con entusiasmo la idea, asumí con desolación cuán difícil sería hacerlo, considerando la longitud del Opus magna de Gaiman, el hecho de que lo tengo en inglés (muy culto y difícil en ciertas zonas) y el poco tiempo disponible. Me rebelo, no puedo evitarlo.

 

¿Dónde se estudia para ser Connor McLeod?

El canto del llanero solitario

El canto del llanero solitario

Me hablaron de este poema hace algún tiempo, y me parece un buen momento para ponerlo. Bueno, es sólo el primer fragmento, pero el poema completo está en Internet (cosa que no pasa con la Descripción de la mentira, de Gamoneda, para mi desgracia). Habla por sí solo.

There are almost no friends
but a few birds to tell you what you have  done.
Louis Zukofsky
   

Verf barrabum qué espuma
Los bosques acaso no están muertos?
El libro  de oro de la celeste espuma los barrancos
en que vuela una paloma

en el árbol ahorcado está el espejo
palacio de la noche, fulgor sordo
a  las ondulaciones peligrosas
voracidad se interrumpe y el silencio  nace
vaso de whisky o perlas
(y en resplandor la penumbra  envuelta)
-----------------------------------------------las hadas
dulces  y muertas sus vestidos sin agua
M preguntó a X
X no le respondió

la masa de un toro queda anulada
por la simple visión de sus  cuernos
cubiertos de nieve: montañas
a las que el ciervo va a  morir
cargado de toda su blanquez
-----------------------------------los  fantasmas no aúllan
-Y
:
peces color de cero absoluto
O bleu

en un lugar vacío me introduje
estaba oscuro hasta que ya no hubo  luz
soledad del anciano, tacere é bello.
Verf barrabum qué  espuma
---------------------------------reencarnación
en lo dorado de mi  pensamiento
----------------------------------------Alicia
----------------------------------------Verf  barrabum
qué hago
-----------ves la espuma inmóvil en mi boca?
aquí  solo a caballo Verf barrabum qué
hagoaliciaenelespejoven
aquí a mi palacio  de cristal: hay ciervos
cuidadosamente sentados sobre alfileres
y es el  aire un verdugo
impasible. (Tacere é bello  Silentium
----------------------------------------------Verf
qué hago  muerto a caballo
----------------------------------------------Verf
alto  ahí ese jinete que silencioso vuela
contrahecho como un ángel:
caen del  caballo todos los jinetes
-----------------------------------------y la  cigarra: aracne
-----------------------------------------en el verde que  tiembla
-----------------------------------------luz que de la inmovilidad  emana
-----------------------------------------luz que nada posee
y el  enmascarado usó bala de plata
punteó la tiniebla con  disparos
--------------------------------------y dijo:
a) fantásticos  desiertos los que mis ojos ven
b) barrabum : bujum
c) la llanura muy larga  que atravieso
con la sola defensa de mi espalda
d) mi mano no es  humana
 

 

Como una puñalada

Dios, que impresión me han causado estos versos de Gamoneda. No son cosas para leerse a las cinco de la mañana, cuando estoy a punto de acostarme y debo enfrentarme solo a la tiniebla del sueño en los dominios de la canícula. ¡¡¡No, no lo son!!!

 De la verdad no ha quedado más que una fetidez de notarios,

 una liendre lasciva, orinales

 y la liturgia de la traición.

 

Ulises en el límite de Occidente

Hola! Sólo deciros que estaré una semana offline, porque vuelvo a Lisboa, una de esas ciudades de las que uno nunca se va del todo. Alfama y San Jorge...

Así, para que no me echéis mucho en falta, os dejo aquí un regalito maravilloso, que he sacado de aquí, donde también está el original inglés. El Ulises de Tennyson.

 

De nada sirve que viva como un rey inútil  
junto a este hogar apagado, entre rocas estériles,  
el consorte de una anciana, inventando y decidiendo  
leyes arbitrarias para un pueblo bárbaro,  
que acumula, y duerme, y se alimenta, y no sabe quién soy.  
No encuentro descanso al no viajar; quiero beber  
la vida hasta las heces. Siempre he gozado  
mucho, he sufrido mucho, con quienes  
me amaban o en soledad; en la costa y cuando  
con veloces corrientes las constelaciones de la lluvia  
irritaban el mar oscuro. He llegado a ser famoso;  
pues siempre en camino, impulsado por un corazón hambriento,  
he visto y conocido mucho: las ciudades de los hombres  
y sus costumbres, climas, consejos y gobiernos,  
no siendo en ellas ignorado, sino siempre honrado en todas;  
y he bebido el placer del combate junto a mis iguales,  
allá lejos, en las resonantes llanuras de la lluviosa Troya.  
Formo parte de todo lo que he visto;  
y, sin embargo, toda experiencia es un arco a través del cual  
se vislumbra un mundo ignoto, cuyo horizonte huye  
una y otra vez cuando avanzo.  
¡Qué fastidio es detenerse, terminar,  
oxidarse sin brillo, no resplandecer con el ejercicio!  
Como si respirar fuera la vida. Una vida sobre otra  
sería del todo insuficiente, y de la única que tengo  
me queda poco; pero cada hora me rescata  
del silencio eterno, añade algo,  
trae algo nuevo; y sería despreciable  
guardarme y cuidarme el tiempo de tres soles,  
y refrenar este espíritu ya viejo, pero que arde en el deseo  
de seguir aprendiendo, como se sigue a una estrella que cae,  
más allá del límite más extremo del pensamiento humano.   
Éste es mi hijo, mi propio Telémaco,  
a quien dejo el cetro y esta isla.  
Lo quiero mucho; tiene el criterio para triunfar  
en esta labor, para civilizar con prudente paciencia  
a un pueblo rudo, y para llevarlos lentamente  
a que se sometan a lo que es útil y bueno.  
Es del todo impecable, dedicado completamente  
a los intereses comunes, y se puede confiar  
en que sea compasivo y cumpla los ritos  
con que se adora a los dioses tutelares  
cuando me haya ido. Él hace lo suyo, yo, lo mío.   
Allí está el puerto; el barco extiende sus velas;  
allí llama el amplio y oscuro mar. Vosotros, mis marineros,  
almas que habéis trabajado y sufrido y pensado junto a mí,  
y que siempre tuvisteis una alegre bienvenida  
tanto para los truenos como para el día despejado, recibiéndolos  
con corazones libres e inteligencias libres, vosotros y yo hemos envejecido.  
La ancianidad tiene todavía su honra y su trabajo.  
La muerte lo acaba todo: pero algo antes del fin,  
alguna labor excelente y notable, todavía puede realizarse,  
no indigna de quienes compartieron el campo de batalla con los dioses.  
Las estrellas comienzan a brillar sobre las rocas:  
el largo día avanza hacia su fin; la lenta luna asciende; los hondos  
lamentos son ya de muchas voces. Venid, amigos míos.  
No es demasiado tarde para buscar un mundo nuevo. 
Zarpemos, y sentados en perfecto orden hiramos  
los resonantes survos, pues me propongo  
navegar más allá del poniente y el lugar en que se bañan  
todos los astros del occidente, hasta que muera.  
Es posible que las corrientes nos hundan y destruyan;  
es posible que demos con las Islas Venturosas,  
y veamos al gran Aquiles, a quien conocimos.  
A pesar de que mucho se ha perdido, queda mucho; y, a pesar  
de que no tenemos ahora el vigor que antaño  
movía la tierra y los cielos, lo que somos, somos:  
un espíritu ecuánime de corazones heroicos,  
debilitados por el tiempo y el destino, pero con una voluntad decidida  
a combatir, buscar, encontrar y no ceder.  

Traducción: Randolph D. Pope

Llueve...

...sobre la tierra del monte y sobre el agua de los regatos y de las fuentes, llueve sobre los tojos y los carballos, las hortensias, los buños del molino y la madreselva del camposanto, llueve sobre los vivos, los muertos y los que van a morir, llueve sobre los hombres y los animales mansos y fieros, sobre las mujeres y las plantas silvestres y de jardín, llueve sobre el monte Sanguiño y la fonte das Bouzas do Gago, en la que bebe el lobo y a veces alguna cabra perdida y que no vuelve jamás, llueve como toda la vida y aun como toda la muerte, llueve como en la guerra y en la paz, da gusto ver llover sin que se sienta el fin, a lo mejor el fin de la lluvia es el fin de la vida, llueve a Dios dar como antes de que se inventara el sol, llueve con monotonía, pero también con misericordia, llueve sin que el cielo se harte de llover y llover.

Camilo José Cela

Novelando los Madriles

Estoy a punto de terminar el último de la lista de libros que me propuse leer hace algún tiempo, y que comentaré en los próximos días si tengo idem. El puesto le ha correspondido a "O César o nada", de Montalbán. Este autor es uno de los que más he leído y releído a lo largo de mi vida, y en particular disfruté mucho viviendo en Barcelona y recorriendo una y otra vez la ciudad en el ciclo Carvalho.

 Se me ha ocurrido que me gustaría hacer algo parecido con Madrid, donde vivo ahora, así que ahora os pido que me recomendéis una novela para la que se cumplan las siguientes tres condiciones:

 1) Que la acción se desarrolle en la Villa y Corte, y que ésta tenga cierta importancia como escenario.

 2) Que sea contemporánea, no me vale Galdós ni similares.

 3) Last but not least, que os parezca buena y os haya gustado, que no es la misma cosa.

 Saludos y Danke 

Acerca de 2666

Acerca de 2666

Este post en realidad es un comentario que pensaba colgar en el blog de Palimp, pero he sido incapaz en dos días, así que lo dejo aquí. Advierto a quien quiera leer la novela que desvelo algunas cosas del argumento.

 Ya he terminado 2666, y tengo impresiones encontradas respecto al libro. Por una parte, me parece increíble la imaginación de Bolaño, las miles y miles de historias diferentes y de contextos que hay metidos en sus cientos de página. El estilo no me ha llamado la atención, me ha parecido plano excepto en momentos muy contados (yo también hubiera destacado el párrafo de los electroshocks que aparece aquí). Estos días acabo de terminar Alfanhuí, y comparar el estilo de Ferlosio con el de Bolaño, por ejemplo, es como comparar a un adulto con un niño.

 

Mi experiencia como lector ha sido más o menos así. La parte de los críticos me gustó e interesó sobremanera, excepto quizá sus últimas páginas, en las cuales parece que todo se va sumergiendo en la Nada. La parte de Amalfitano se ve claramente incompleta, y se nota; además su papel en la construcción global de la novela parece irrelevante. La de Fate me gustó algo más, aunque hasta su final, y salvo por algunos detalles muy aislados, cada parte podía ser una novela independiente. Más o menos al final de ésta (y leídas 450 páginas más o menos) me di cuenta de que la novela iba hacia algún sitio; me parece un riesgo muy grande desde el punto de vista de la relación escritor-lector, y en el sentido de que te arriesgas a que tu lector te abandone (y eso leí que hizo algún comentarista de la página que enlazaste).

 

 

La parte de los crímenes tiene el mérito de cambiar completamente y hacerlo con éxito a la crónica periodística, y también de narrar decenas de ellos de forma aséptica sin hacerse pesado y sin que el interés decaiga. Sin embargo, plantea lo que me parece un problema de objetivos: si durante estas 300 páginas el mayor interés despertado es la identidad del asesino, no puedes despacharlo de la forma tan irrelevante que lo hace, en la opinión de otro personaje, sin motivos para creerle o no, y sin dar más explicaciones posteriores. Esperaba encontrar dicha explicación en la parte de Archimboldi (que por cierto, me bebí), pero no fue así. Parte del último libro me dio la impresión de biografía-de-friki-ya-vista, aunque con hallazgos notables, como la historia de cajas chinas de los rusos.

 

  Mi visión global es que Bolaño toca muchos palos buscando una suerte de novela total, pero considero el intento más fallido que exitoso. Demasiadas cosas que chirrían, otras que suenan a pegadas con pegamento; poca autentica cohesión global, demasiados detalles inflados que luego resultan arbitrarios o prescindibles (llamativa la recurrencia, por ejemplo, de la mutilación de pezones), demasiados personajes que desaparecen cuando aún tenían mucho que decir. Sólo diría que son buenas la primera y la cuarta parte, considerados como novelas independientes, aceptables la tercera y la quinta. Como un todo, lo veo muy lejos de las pretensiones, de las críticas tan favorables que ha recibido y de lo que pone en su contraportada. Aún así, no ha estado mal leerlo, habitualmente, en cada pequeña historia concreta, te interesas y no te aburres. De todos modos, no es un libro que recomiende, ni Bolaño un autor cuyo nombre apunte.

 

 

Mis próximos libros

En su magnífico blog, el Caracol puso una bonita lista de todos los libros que leyó el año pasado, que fueron muchos y variados. Para mí es imposible hacer una lista como la suya, más que nada porque no podría recordar así, en frío, ni siquiera los títulos, y aun en ese caso, me asaltarían millones de dudas sobre cuando los leí. Pero en un juego de espejos, he decidido poner mi lista particular de los que tengo en la cabeza que pienso leer a continuación, y los motivos por los que quiero hacerlo. Me encantaría que, si los habéis leído, me deis sus opiniones sobre ellos, y también que me hagáis alguna recomendaciao. Ahí van:

Las máscaras del héroe, de Juan Manuel de Prada. Me está pareciendo una novela realmente extraordinaria, con una prosa cautivadora, barroca y sarcástica, que enmarca una historia y unos personajes tan sórdidos como entrañables. Llevaba mucho tiempo detrás de este libro, y no me está decepcionando nada.

La misteriosa llama de la Reina Loana, de Umberto Eco. Soy fan de este escritor desde que leí "El nombre de la rosa", que me parece el prototipo de novela histórica de calidad, mucho más infrecuente de lo que la gente piensa. Desde entonces, he leído varios libros suyos, y mi opinión es dispar. Me divertí muchísimo con Baudolino, por ejemplo, mientras que´en "El péndulo de Foucault" acabé aburrido de erudición gratuita. Pero siempre hay mucho que merece la pena en las obras del semiólogo.

 Mortal y rosa, de Francisco Umbral. No conocía la obra de este hombre, y he seguido con bastante interés las polémicas que ha tenido con Reverte, tanto la de hace unos años como la de hace poco. De pronto recordé que en casa de mis padres estaba este libro, y por Internes vi que está considerado por casi todo el mundo el mejor del autor. Para rematar, lo hojée un poco y vi que tiene buena pinta. Por tanto, para Madrid se vino y en mi piso está esperando.

 2666, de Roberto Bolaño. Este me lo recomendó en Septiembre mi amiga la dueña del Libreto Azul, cuyo criterio respeto tantísimo, pero me olvidé de él en el maremágnum de acontecimientos que sobrevinieron. Sin embargo, estos días atrás vi en el Cuchitril Literario que Palimp hablaba maravillas de él, y eso es lo que me ha decidido. Aún he de ver cómo lo consigo.

  O César o nada, de Manuel Vázquez Montalbán. Mi amigo Alberto, con quien comparto gustos literarios y en particular afición carvalhista, me habló hace mucho de este libro, que al parecer es un repaso por la historia de los Borgia desde el peculiar prisma del escritor barcelonés. En el libro de Prada leí la frase, y me recordó que lo tenía pendiente. Supongo que será complementable con un tomo póstumo que han sacado de Mario Puzo hace poco sobre el mismo tema.

  Las metamorfosis, de Ovidio. Me encanta leer mitología de vez en cuando con tiempo y ganas. Hace dos veranos cayeron las Tragedias de Eurípides y Esquilo, y disfruté como un cerdo. A diferencia de los dos anteriores, este sí que está en mi casa, pues me lo regaló Rosa hace tiempo con su acierto habitual. No sé si podré esperar a terminarme todos los demás para introducirme en él.

  Y hasta aquí he llegado, seguramente la lista se ampliará próximamente. Y tengo otra de comics!!!

 

La canción desesperada

La canción desesperada

Ayer se me vino a la cabeza, si no por la desesperación que afortunadamente no me posee, sí por esa descripción del deseo salvaje que tan bien describe, y cuyo recuerdo+realidad me asaltó ayer desde la lejanía más cercana posible. Con todo el espíritu y toda la carnalidad, libre, arrollador, hondo y salvaje.

 

Emerge tu recuerdo de la noche en que estoy.
El río anuda al mar su lamento obstinado.

Abandonado como los muelles en el alba.
Es la hora de partir, oh abandonado!.

Sobre mi corazón llueven frías corolas.
Oh sentina de escombros, feroz cueva de náufragos!

En ti se acumularon las guerras y los vuelos.
De ti alzaron las alas los pájaros del canto.

Todo te lo tragaste, como la lejanía.
Como el mar, como el tiempo. Todo en ti fue naufragio!

En la infancia de niebla mi alma alada y herida.
Descubridor perdido, todo en ti fue naufragio!

Era la alegre hora del asalto y el beso.
La hora del estupor que ardía como un faro.

Ansiedad de piloto, furia de buzo ciego,
turbia embriaguez de amor, todo en ti fue naufragio!

Te ceñiste al dolor, te agarraste al deseo.
Te tumbó la tristeza, todo en ti fue naufragio!

Hice retroceder la muralla de sombra,
anduve más allá del deseo y del acto.

Oh carne, carne mía, mujer que amé y perdí,
a ti esta hora húmeda, evoco y hago canto.

Como un vaso albergaste la infinita ternura,
y el infinito olvido te trizó como a un vaso.

Era la negra, negra soledad de las islas,
y allí, mujer de amor, me acogieron tus brazos.

Era la sed y el hambre, y tú fuiste la fruta.
Era el duelo y las ruinas, y tú fuiste el milagro.

Ah mujer, no sé como pudiste contenerme
en la tierra de tu alma, y en la cruz de tus brazos!

Mi deseo de ti fue el más terrible y corto,
el más revuelto y ebrio, el más tirante y ávido.
Cementerio de besos, aún hay fuego en tus tumbas,
aún los racimos arden picoteados de pájaros.

Oh la boca mordida, oh los besados miembros,
oh los hambrientos dientes, oh los cuerpos trenzados.

Oh la cópula loca de esperanza y esfuerzo
en que nos anudamos y nos desesperamos.

Y la ternura, leve como el agua y la harina.
Y la palabra apenas comenzada en los labios.

Ése fue mi destino y en él viajó mi anhelo,
y en él cayó mi anhelo, todo en ti fue naufragio!

Oh, sentina de escombros, en ti todo caía,
qué dolor no exprimiste, qué olas no te ahogaron!

De tumbo en tumbo aún llameaste y cantaste.
De pie como un marino en la proa de un barco.

Aún floreciste en cantos, aún rompiste en corrientes.
Oh sentina de escombros, pozo abierto y amago.

Pálido buzo ciego, desventurado hondero,
descubridor perdido, todo en ti fue naufragio!

Es la hora de partir, la dura y fría hora
que la noche sujeta a todo horario.

El cinturón ruidoso del mar ciñe la costa.
Surgen frías estrellas, emigran negros pájaros.

Abandonado como los muelles en el alba.
Sólo la sombra trémula se retuerce en mis manos.

Ah más allá de todo. Ah más allá de todo.

Es la hora de partir. Oh abandonado!.

 

Bebiendo el agua que mana del oscuro manantial del pecado

Estoy leyendo "El español y los siete pecados capitales", un libro afilado, punzante, sutil y divertido de Fernando Díaz-Plaja. En él, el autor toma como pretexto los famosos deadly sins para realizar una disección sin piedad del carácter y la idiosincrasia hispanas, no dejando, en general, títere con cabeza. Lo malo del libro es que leyendo leyendo, uno se identifica con lo que dice el tío más veces de la cuenta. Y me ha pasado con tanta frecuencia, que me he autoexaminado con un test sobre cómo me considero de pecadorrrr. Ahí va la respuesta, de 0 a 10. Sialguien se anima, esto tiene pretensiones de meme, me gustaría que rulara.

 

Soberbia: 2

Avaricia: 4

 Lujuria: 9

 Ira: 6

 Gula: 9

 Envidia: 5

 Pereza: 7

 

 

Día de Difuntos...

Día de Difuntos...

A pesar de que en mi estado anímico actual pesa bastante más la luz que las tinieblas, parece un buen momento hoy para aprovechar la efeméride y recordar un poquito a los que ya no están. Hagámoslo por medio de dos las plumas más brillantes y lúcidas que ha dado la literatura española, Fígaro y Dámaso:

 

“Vamos claros, dije yo para mí, ¿dónde está el cementerio? ¿Fuera o dentro? Un vértigo espantoso se apoderó de mí, y comencé a ver claro. El cementerio está dentro de Madrid. Madrid es el cementerio. Pero vasto cementerio donde cada casa es el nicho de una familia, cada calle el sepulcro de un acontecimiento, cada corazón la urna cineraria de una esperanza o de un deseo.

Entonces, y en tanto que los que creen vivir acudían a la mansión que presumen de los muertos, yo comencé a pasear con toda la devoción y recogimiento de que soy capaz las calles del grande osario.

–¡Necios! –decía a los transeúntes–. ¿Os movéis para ver muertos? ¿No tenéis espejos por ventura? ¿Ha acabado también Gómez con el azogue de Madrid? ¡Miraos, insensatos, a vosotros mismos, y en vuestra frente veréis vuestro propio epitafio! ¿Vais a ver a vuestros padres y a vuestros abuelos, cuando vosotros sois los muertos? Ellos viven, porque ellos tienen paz; ellos tienen libertad, la única posible sobre la tierra, la que da la muerte; ellos no pagan contribuciones que no tienen; ellos no serán alistados ni movilizados; ellos no son presos ni denunciados; ellos, en fin, no gimen bajo la jurisdicción del celador del cuartel; ellos son los únicos que gozan de la libertad de imprenta, porque ellos hablan al mundo. Hablan en voz bien alta y que ningún jurado se atrevería a encausar y a condenar. Ellos, en fin, no reconocen más que una ley, la imperiosa ley de la Naturaleza que allí los puso, y ésa la obedecen.

 […]

Una nube sombría lo envolvió todo. Era la noche. El frío de la noche helaba mis venas. Quise salir violentamente del horrible cementerio. Quise refugiarme en mi propio corazón, lleno no ha mucho de vida, de ilusiones, de deseos.

¡Santo cielo! También otro cementerio. Mi corazón no es más que otro sepulcro. ¿Qué dice? Leamos. ¿Quién ha muerto en él? ¡Espantoso letrero! ¡Aquí yace la esperanza!

¡Silencio, silencio! “

De “El Día de los Difuntos de 1836”.

 

                            Oh, nunca os pensaré, hermanos, padre, amigos, con nuestra carne humana, en nuestra diaria servidumbre,
                                                                               en hálito o en afición semejantes
                                                                      a las de vuestros tristes días de crisálidas.
                                                                      No, no. Yo os pienso luces bellas, luceros,
                                                                                            fijas constelaciones

                                              
de un cielo inmenso donde cada minuto,
                                                                            innumerables lucernas se iluminan.

[…]

 

Ah, nosotros somos un horror de salas interiores en cavernas sin fin,
una agonía de enterrados que se despiertan a la media noche,
un fluir subterráneo, una pesadilla de agua negra por entre minas de carbón,
de triste agua, surcada por la más tórpidas lampreas,
nosotros somos un vaho de muerte,
un lúgubre concierto de lejanísimos cárabos, de agoreras zumayas, de los más secretos autillos.

 

                                          Nosotros somos como horrendas ciudades que hubieran siempre vivido en black-out,
                                                    siempre desgarradas por los aullidos súbitos de las sirenas fatídicas.
                                     Nosotros somos una masa fungácea y tentacular, que avanza en la tiniebla a horrendos tentones,
                                                                         monstruosas, tristes, enlutadas amebas.

                                                                                                           […]

¡Canten, canten la trompa y el timbal!
Vosotros sois los despiertos, los díáfanos,
los fijos.
Nosotros somos un turbión de arena,
nosotros somos médanos en la playa,
que hacen rodar los vientos y las olas,
nosotros, sí, los que estamos cansados,
nosotros, sí, los que tenemos sueño.

De “En el día de los difuntos”, incluido en el libro “Hijos de la ira” (1944).

 

Guerra al tópico (II)

Guerra al tópico (II) Hace tiempo, comencé una sección del blog donde me proponía encuadrar actitudes que se salieran de los tópicos reinantes. Aunque con frecuencia ando ojo avizor leyendo periódicos, es difícil encontrar a esta gente que se sale de lo políticamente correcto. Sin embargo, estos días he encontrado algo, en relación al Premio Planeta, que ha sido fallado recientemente, en favor de la novelista catalana Mari Pau Janer. Juan Marsé, escritor al que respeto mucho como tal (su novela "Últimas tardes con Teresa" siempre la voy recomendando por ahí) protagonizó una discusión bastante desagradable con la autora, y posteriormente ha dimitido de su puesto como miembro del jurado. Su punto de vista refleja lo que se piensa con bastante frecuencia de los premios literarios, aunque pocas veces alguien del mundillo habla tan claro. Os dejo un extracto de las declaraciones de Marsé, que aparecen hoy en las páginas de Cultura del País.

Un periodista requirió su opinión sobre el nivel de calidad de las novelas presentadas. Marsé respondió contundente: "Mi opinión personal es que el nivel es bajo y en algunos tramos subterráneo. Alguna novela promete, apunta alto en sus planteamientos, pero se acaba frustrando. El premio no puede quedar desierto, así que nos vemos obligados a votar la menos mala".

"Ocurre, simplemente, que estoy un poco harto de novelas insustanciales con premio o sin premio que ocupan tanto espacio mediático en perjuicio de otras con empeños más honestos y ambiciosos, pero que apenas les dejan espacio para respirar", declaró ayer Marsé. "Sé que esto tiene difícil arreglo, que así está el mercado, que el cotarro cultural y mediático es el que tenemos y que responde a intereses y bolsillos que tienen muy poco que ver con la literatura según yo la entiendo, pero en cualquier caso yo me niego a dar gato por liebre, ya sea como miembro del jurado en un concurso literario o como simple ciudadano al que le piden una opinión sobre un libro".

[...]

"Aunque sólo fuera por respeto a los demás autores que se han presentado al concurso y no han llegado a la final, yo no podía celebrar las novelas ganadoras, que considero fallidas. Los autores, que esta vez no han llegado, también merecen la verdad. Lamento ser el malo de la peli, y reitero mi respeto a los compañeros del jurado, a su secretario y a su portavoz, pero creo que lo mejor es que me retire", declaró a este diario.

"En cuanto a la novela ganadora y a la finalista, no dudo de las buenas intenciones de la autora y el autor respectivos y les deseo lo mejor en próximas aventuras, pero las buenas intenciones no tienen nada que ver con la buena literatura".

"Me gustaría añadir lo que ya dije una vez en relación con la literatura de ficción, tal como hoy se nos vende, en tanto premios: que es una literatura que se asemeja cada vez más al mundo del prêt-á-porter, y que el verdadero reto para un escritor actual no es entrar en ese mundo, sino ser capaz de rechazarlo".

Sólo sé que no sé nada

Sólo sé que no sé nada La verdad es que debería ponerme a hacer ya algo productivo por la vida, porque hoy me he levantado tardísimo, pues como ya se sabe:

En la fiesta nacional
yo me quedo en la cama igual
pues la música militar
nunca me supo levantar.

Por tanto, anoche me acosté muy tarde y hoy cuando ha sonado el despertatres a las seis y media de la mañana me he reído mucho, y he continuado soñando que estaba en Eriván (Armenia) con un compañero de facultad, pero que no nos daba tiempo a visitarla porque el último autobús de vuelta a Colmenarejo era a las 00:00.

Sin embargo, tengo que escribir este post ahora mismo, por una razón bien sencilla: es alusivo, o colateral, al Premio Nobel de Literatura, cuyo ganador va a hacerse público dentro de menos de una hora. Como los que me conocen, aparte de perder el tren, saben cuánto me interesa tanto la Literatura como los premios, llevo varios días expectante, hasta que hoy he visto una reseña del tema en el País.

Y lo que me ha impulsado a postear no es el deseo de que gane mi amado Dylan, ni la polémica sobre la ganadora del año pasado, a la cual recuerdo también que le dediqué un postito, sino lo mal que me he sentido cuando he visto la inmensa cantidad de candidatos de los cuales no conozco ni el nombre (unido a otros de los que sí lo conozco, pero no he leído nada)!!! Yo creo que soy una persona que leo bastante, y que además me interesa lo relacionado con la Literatura, e intento conocer autores nuevos, tendencias vanguardistas, etc. ¿Cómo es posible que haya tantas personas cuya obra es presuntamente merecedora del Nobel, y que me son completamente desconocidas?

Voy a hacer una pequeña prueba. Os voy a dar la lista de todos los que no conozco, y emplazo a quienes me lean que me digan si conocían a alguno de ellos, si han leído algo, etc. Este post, por tanto, va dirigido a grandes lectores que sé que me leen: Palimp, Irene, Milady, Alberto, ILSa, etc. Quiero saber si es que yo soy así de zoquete o, realmente, son autores MUY desconocidos, y la Academia sueca rebusca mucho.

Ahí va la lista:

- Ali Ahmed Said, llamado Adonis
- Tomas Transtoemer
- Ko Un
- Pramoedya Anante Toer
- Orhan Pamuk
- Joyce Carol Oates
- Assia Djebar
- Cees Nooteboom
- Michel Tournier
- Inger Christensen

Y los candidatos de los que no he leído nada, aunque sí los conozco, más o menos: John Updike, Philip Roth, Don de Lillo, Margaret Atwood, Claudio Magris, Ryszard Kapuscinski e Ismael Kadaré (también podéis comentar de estos).

A trabajos forzados

Hoy me sorprendido al verificar algo que Lola me dijo hace unos días, y es que el soneto con el que Sabina comienza su estupendo directo "Nos sobran los motivos", no es suyo, sino de Quintero, León y Quiroga. Y mirando esto, he recordado que algo parecido me ocurrió hace tiempo, cuando la tímida y frágil voz de Antonio Vega me descubrío la joya de Antonio Gala que es el motivo de este post. Viniendo de Madrid en coche el domingo pasado y abandonados en la noche en medio de una caravana infernal, las rotundas sentencias que hablan de esclavitud, dependencia y sufrimiento llegaron a mis oídos una vez más, y yo me prometí a mí mismo que pronto las compartiría. Así que ahí van, por mucho que en general no esté de acuerdo con ellas:

A trabajos forzados me condena
mi corazón, del que te di la llave.
No quiero yo tormento que se acabe,
y de acero reclamo mi cadena.

No concibe mi alma mayor pena
que libertad sin beso que la trabe,
ni castigo concibe menos grave
que una celda de amor contigo llena.

No creo en más infierno que tu ausencia.
Paraíso sin ti, yo lo rechazo.
Que ningún juez declare mi inocencia.

Porque en este proceso a largo plazo,
buscaré solamente la sentencia
a cadena perpetua de tu abrazo.