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El musolari errante

Visiones matinales

Un brasileño ya entrado en años, fibroso y atractivo, bebía de un termo una bebida que quise imaginar como cachaça, aun a pesar de lo temprano de la hora, y precisamente quizá a causa de eso. Miraba con unos ojos verdes sin pupilas que juraban traspasar cualquier muro triple, y me produjeron una impresión ambivalente.

Un zapato de mujer, rojo sangre, abandonado en un banco. Traté de imaginar a la dueña, si depositaría el zapato tan drogada como lejos de este mundo, si lo perdería en una clase de movimiento inimaginable, o quizá pudiese encontrar, buscando bien, los restos de la dama (su cabeza, sus manos cortadas, detalles de sus pulseras o un aroma a putrefacción) en sitios bien elegidos de las tripas del metro, que compondrían en el mapa la silueta de un cuchillo.

 Una melodía sutil y electrizante, que ya me había intimidado y llevado al pozo negro antes de reconocerla: la danza macabra de Saint Saëns. Casi apostaría a que el acordeonista que lo intentaba no conocía el signficado de esas notas, ni mucho menos la posibilidad de que sugirieran a alguien, inmediatamente, imágenes de esqueletos negros entre víctimas vociferantes recorriendo el aire madrileño de la tranquila mañana.

 Un grupo de teatro que promocionaba algo, elevando su voz para luchar contra la indiferencia supina del personal que los evitaba sin verlos y los ignoraba sin la más mínima concesión a la piedad. Yo no los ignoré, sino que por un momento los vi atados a la escalera mecánica que tenían a su costado, perfectamente conscientes de lo que les aguardaba al llegar arriba.

 Y había un recuerdo más, algo relacionado con la escayola, pero se lo llevó el ruido blanco. La nada atronadora.

 

1 comentario

zuma -

La semana pasada desperté en plena noche, desorientado, sudando, sin saber donde estaba, en unos instantes me recompuse y miré la hora en la radio digital, marcaba las 5:05 me quedé mirando la hora fijamente rogando al reloj que marcase las 5:06, tardo unos momentos que se me hicieron eternos durante los cuales estaba convencido de que alguien me mandaba un S.O.S. o que por el contrario era yo el que necesitaba ayuda.