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El musolari errante

Solemne

Solemne

Hoy he recordado un momento que me encanta, que es ya parte de la Historia de la Música. De muchos es sabido que Beethoven (mi compositor favorito, by the way) ha sido el gran impulsor, a través de sus maravillosas obras, de sentimientos que son básicos en lo que la Humanidad tiene, precisamente, de humana: la libertad, la alegría, el  heroísmo... No es tan conocido, en cambio, cómo terminó su vida siendo bastante enemigo de todo modo de religión organizada.

 

A pesar de esto, cerca ya del final y en plena etapa cumbre de su creatividad –la última de las tres en las que normalmente se divide su evolución musical- compuso una de sus obras cumbre: la Missa Solemnis, segunda composición de este estilo abordada por el compositor tras la misa en Do de muchos años antes. Es imposible explicar aquí la magnificiencia de la Solemne: sus descomunales proporciones, que la hacen inviable para la liturgia; el comienzo del Gloria, con escalas ascendentes que semejan ángeles remontándose en el firmamento; o el maravilloso solo de violín que da comienzo al Benedictus, quizá el momento más célebre, por sutil y delicado, de toda la partitura.

 

Yo quería referirme aquí a un momento concreto que siempre me ha llamado mucho la atención. En el cuarto número del Credo, se escucha nítidamente a los cantantes la presentación de la Tercera Persona: “Et in Spiritum Sanctum, Dominum et vivificantem: qui ex Patre Filioque procedit. Qui cum Patre et Filio simul adoratur et conglorificatur, qui locutus est per prophetas.” A partir aproximadamente de la mitad de la frase, el volumen de la música va ascendiendo, mientras el coro grita, cada vez con más fervor, “Credo, credo”. Y cuando uno espera la afirmación de fe en la Santa Iglesia, Católica y Apostólica, el mar de fondo es tan descomunal (especialmente con los vientos lanzados a toda máquina) que se hace imposible entender nada. Sólo vuelve el mensaje cuando súbitamente se callan los trombones y se oye “Creo en el perdón de las pecados”, que dará paso, unos segundos después, a la monumental fuga “Et vitam venturi saeculi”.

 

Sólo un genio como Beethoven podía realizar tamaña profesión de fe mediante un silencio. Quizá porque entonces su vida ya lo era. Cuánto lo admiro.

4 comentarios

Alberto -

Y tanto que viene bien. Y por si alguno no sabe de que hablamos, ahí va la cita:
"En Italia, en treinta años de dominación de los Borgia hubo guerras, terror, matanzas, derramamiento de sangre; pero también Miguel Angel, Leonardo da Vinci y el Renacimiento. En Suiza tuvieron quinientos años de amor fraternal, democracia y paz, ¿y cuál fue el resultado? El reloj de cuco."

Cluje -

Milady, la Cuarta es la que menos me gusta de todas (junto con la Primera). Lo cual no quita para que me guste más que prácticamente cualquier cosa.

Y en eso tienes razón, Alberto, lo que cuenta es la capacidad del artista para hacer valer su calidad por encima de todo. Y también, en muchas ocasiones, se han llevado a cabo con todo en contra. Aquí vuelve a venir bien lo del reloj de cuco.

Alberto -

Es curioso como algunas de las mayores obras de arte de la historia son "de encargo". Contradiciendo la extendida teoría de que un artista sólo debe dejarse guíar por su inspiración, muchos grandes han sabido llevar el agua a su molino.

milady -

que casualité, hoy nos vamos a oir la cuarta de beethoven