Correos' dead men
Mi historia con las cajas del Pato merece contarse. Cuando me dieron la plaza de Madrid, hace ya tres semanas, empaqueté todos mis artículos, documentos y otros papeles (excepto los más importantes, que se vinieron conmigo) en tres cajas que pensaba enviar directamente de Universidad en Universidad, desde la Autónoma de Barcelona a la Carlos III de Madrid. En principio pensé enviar al menos una de ellas a través del Departamento, pues Lola me había dicho que eso era posible. Por tanto, la llamé para confirmarlo, y mi gozo en un pozo; esa oferta sólo era válida para menores de 25 años; así que encima de no enviárseme las cajas, se me llamaba viejata sutilmente. La cuestión es que entonces realicé la planificación mental de lo que tenía que hacer, y era un coñazo supremo; tomar un carro y llevar las cajas al menos en dos viajes (cada una pesa alrededor de 18 kilos) a la estafeta de correos más cercana, lo cual implicaba o bien a) Salvar un desnivel de unos cuarenta escalones a pulso o bien b) Encontrar la llave para bajar el ascensor a las mazmorras, búsqueda sólo comparable a la del Santo Grial o las Minas del Rey Salomao. Y cuando estaba inmerso en estos pensamientos, me llegó, aun no sé de dónde, un rumor: "quizá puedas mandarlas a través del departamento". En la siguiente toma se me ve como una centella subir los tres pisos hasta secretaría y hablar con Tonich, el apagafuegos oficial del departamento y uno de los más preparados y eficientes burócratas (además de simpático) que me he echado a la cara. Y él me explica: tenemos que hablarlo con el responsable económico del departamento, que casualmente está pasando por ahí. Y nada, abordamos al individuo (que fue un gran colega dando clase, por cierto) el cual dijo algo así como Sin problema, lo enviamos, y si sale muy caro le cargamos parte del coste a tu proyecto de investigación. De alguna manera lo arreglarían, la cuestión es que yo no recibí mayor mención posterior al asunto. Cuando ya estaba todo ufano con las cajas en secretaría, me dice Tonich Mmm creo que habrá que embalarlas, si no en Correos seguramente no nos las admitan; así, mi última media hora de relación cajil en BCN fue convertido en el Puto Amo del Papel de Envolver. Por cierto que me divertí viendo pasar a la gente conocida que se paraba una pared de la secretaría es transparente- y como primero me miraban con cara de extrañeza, luego comprendían, y dependiendo de si ya sabían de mi partida o no, entraban o no a decirme adiós. La verdad es que esos últimos días me sentí muy querido allí.
Así que pasaron esas semanas, yo me sentía afortunado por haber sido capaz de quitarme ese peso nunca mejor dicho- de encima, y cuando llegué al campus de Colmenarejo y ya me dieron despacho y tal estuve varios días esperando que llegara mi envío, que no me había auto-enviado (puesto que no sabía el tiempo que tardaría en estar oficialmente aquí) sino que lo puse a nombre de una profesora de aquí que ejerce de anfitriona. La cuestión es que la cosa se retrasaba, hasta que al cabo de unos días nos llegó un aviso de que las cajas estaban en la sucursal de Correos de Colmenarejo; como venía el número de teléfono en el papelajo, llamé y me dijeron que la costumbre en los envíos que iban a la Uni que no eran cartas era dejar el aviso y el tío dejaba implícito que tenía que ir a recogerlos yo, claro-. Le expuse mi caso, que eran tres cajas grandes, y yo no tenía coche, y al final el hombre me dijo que sí, que se lo diría al cartero que lleva el correo y que me las traerían. Muy contento seguí esperando, y las cajas seguían sin venir. Así, hablé con la conserje, Justi, quien me dijo no solamente que las cajas no habían llegado, sino que era realmente extraño que el mensajero las trajera, puesto que no solía hacerlo. Aquello me escamó bastante, máxime al recordar la ambigüedad de lo que me había dicho el hombre de Correos, así que volví a llamarle. El hombre más o menos seguía más o menos con la misma cantinela, aunque con un dato nuevo: por él sí me las traían, pero todo dependía del cartero, Héctor. Afortunadamente para mi estabilidad mental, el individuo en cuestión se hallaba en ese momento en la oficina, así que pude hablar directamente con él. Cuando le pregunté sobre el particular, comenzó una interminable diatriba diciendo que él no estaba empleado por Correos sino por una compañía de mensajería que tenía un convenio con la Carlos III, que antes sí que había llevado a cajas a la Universidad como un favor pero que últimamente había demasiadas, estaba harto y no llevaba ni una más, que para que él trajera las cajas antes tenía que celebrarse una reunión de nosequién del Comité de algo con nosecuántos, y otras historias por el estilo.La verdad, me abrió la puerta a un interesante mundo del cual era completamente ignorante, el de la angustia existencial mensajeril. Cuando al grito de Éste no me las trae mi cabeza había puesto ya el automático, el tipo me dice: Yo voy ahora a la Universidad, si quiere hablamos. Cuando le pregunté si eso me daba más posibilidades de convencerle, me dijo que no, así que hastiado y cabreado, todo a la vez, le dijo adiós y corté. Sólo unas horas después me di cuenta de que una hipotética conversación cara a cara hubiera versado seguramente sobre las milagrosas propiedades de las propinas, pero ya os digo, era un mundo nuevo para mí. Muy mosqueado, miré en la página de Correos, y los muy jichos se curan en salud: en ningún sitio dicen que el Paquete Azul se entregue en casa, así que hay que andar con ojo si uno hace un envío a un pueblo.
Así que ya tenía el problema planteado: cómo llevar tres cajas de dieciocho kilos desde un lugar indeterminado de Colmenarejo hasta mi despacho, también indeterminado (hasta hoy mismo no he sabido que al final permaneceré en éste, Deo gratias, pero esa es otra historia). Cualquiera diría: pues nada, se le dice a alguien que tenga coche que te lleve, y santas pascuas. La idea, buenísima, tiene sin embargo dos graves defectos: el primero, que cuando uno está recién llegado a algún sitio, no tiene confianza con la gente para pedir según qué tipo de favores, en un lugar donde al que además mucha gente no va en su propio vehículo; y segundo, que aun cuando encontrase al Buen Colmenarejano, debería dejar el coche a unos 50 m de la entrada, con lo cual lo obligaría moralmente a ayudarme o esperarlo. Y no es plan. Con una cosa más: debería ser capaz de guiarlo hasta la oficina, cuando no tenía ni idea de dónde estaba. Así que la localización, materia en la que soy experto, se convirtió en el primer problema por resolver. Pronto descubrí que la información que uno puede encontrar sobre Colmenarejo en las profundidades de Internet es comparable a la que se puede encontrar sobre Internet en los pozos de Colmenarejo. Así, por ejemplo, la página web de Correos me decía que la sucursal con la que acababa de hablar por teléfono directamente no existía.
Como podéis suponer, ya estaba un poco nervioso por el tema este, pero no podía dejarlo porque al cabo de quince días devuelven el correo al remitente, y difícilmente lo encontrarían en Barcelona. Decidí, en un relámpago de lucidez, que el problema de averiguar la dirección de la sucursal era trivial, pues bastaría llamar a la sucursal (lo del emplazamiento, como después se verá, no era tan sencillo). Así, el siguiente paso de la gymkhana era decirle a la profesora que había puesto como destinataria que me firmara el justificantede que yo podía recoger el envío. Fui a buscar a la mujer y, por supuesto, no estaba. Mi mente perversa y sin escrúpulos pensó en la excitante posibilidad de falsificar la firma, pero tras un repaso atento del aviso descubrí con horror que también hacía falta fotocopia de su carné de identidad. Tratando de ser positivo, pensé que bueno, por lo menos no la pedían compulsada. Esperé pacientemente hasta el día siguiente, y la chica, que estaba enferma, tampoco vino, y tampoco el siguiente... Ya hemos llegado al miércoles, faltando dos días para que se cumplieran los quince, y víspera de la Virgen del Pilar, fiesta nacional.
Pensando que tenía que acabar con el problema antes de que este hiciera lo propio conmigo, decidí gastar el último comodín y hacer mi tercera llamada a Correos. El hombre me informó de que no era necesaria la fotocopia del carnet, bastaba el número de DNI y la firma de la destinataria. Es curiosa la extraña variedad de formas con las cuales la esperanza puede abrirse camino hasta el corazón humano. También me dijo esa voz amiga la dirección de la sucursal, y cuando me preguntó si conocía el pueblo poco me faltó para echarme a reír histéricamente soltando espumarajos por la boca. Concluí el miércoles escribiéndole a mi destinataria para que me mandara los datos, y empleé el Pilar como día de reflexión, que no me sirvió para nada excepto para concluir que por mis huevos el viernes estaban las cajas en la Uni.
A pesar de un compañero se había ofrecido gentilmente a hacerme el traslado el viernes al salir de clase a las 12, yo no estaba nada convencido de aceptar, debido a los inconvenientes morales que he contado más arriba. Afortunadamente el viernes mi destinataria vino, y pude tener al fin el justificante que necesitaba, documentos que en el colmo de los colmos, llené de tachaduras debido a una equivocación al rellenarlo. Ahora ya sí, el problema era puramente de transporte, y como ya estaba todo lo frito que podéis suponer con el asunto, decidí tirar por la calle del medio y llamar a un taxi para que me hiciera el traslado, aunque no acababa de ver claro si ir en bus hasta Correos o llamarlo desde allí. Entré de nuevo en Inet para buscar el número de radiotaxi de Colmenarejo, para rápidamente concluir que este pueblo ofrece un campo virgen, con rápidas posibilidades de promoción, a todo taxista que se anime a montar el chiringuito allí. Lo más que encontré fue el de los taxis del pueblo más cercano, Galapagar (galápago estaba yo ya, de tanto buscar!!!). Ya decidido a llamar a los taxistas de allí, encontré (increíbleeeeeee) un callejero del pueblo en la web, y haciendo pequeños cálculos de distancia concluí que la idea de ir con las cajas, incluso en tres viajes, hasta la parada de bus era descabellada. Como último intento, antes de llamar a los taxis esos, decidí ir a la Conserjería de mi facu a preguntar si realmente no había taxis en Colmenarejo: como de costumbre, la redonda chica del mostrador me dijo primero que sí pero luego que no, que los que había eran los de Galapagar. Le pedí por favor que me apuntara el teléfono, para ver si coincidía con el que yo había encontrado (en una página en inglés!!!), y cuando me lo escribió y bajé los ojos para mirarlo, algo se interponía entre mi vista y el papel, un cartón pardo, a cuyo lado estaba escrito el Pato...
AAAAAAAAAAAGHHHHHHH!!!!!!!! SON MIS CAJAAAAAAAAS!!!!
Creo que esto lo grité mentalmente, porque no llamaron a los loqueros ni nada, pero os juro que así lo sentí en mi cabeza. Aún no sé quién las trajo, ni por qué ese preciso día, ni cuál había sido el motivo del cambio de política... Me limité a preguntar qué debí hacer para que me las subieran, y la chica me rogó que esperara a Justi. Cuando me ofrecí a subirlas yo, su ceño cambió y el ruego se transformó en orden. Harto de sentirme como un personaje de Kafka, volví a mi despacho y bajé (400 metros o por ahí de distancia) de nuevo. Cuando le pregunté a la jefa que qué debía rellenar, me dijo que no, que tenía que llamar por teléfono para comunicar la incidencia. Casi con lágrimas en los ojos, suplicio de Tántalo a la cúbica, subí de nuevo y di el último paso, llamar. Y aunque me dijeron que hasta el lunes no me las subirían, el mozo apareció hace un rato, y creo que la presencia de mi compañero de despacho (vicerrector para más señas y una persona supereducada) fue lo único que me disuadió de arrodillarme, descubrirme, dar gracias y declararme esclavo sexual del mozo para el resto de mi vida.
En fin, esto es todo. Nunca se sabe donde te puede estar acechando la aventura, o la desventura.
Así que pasaron esas semanas, yo me sentía afortunado por haber sido capaz de quitarme ese peso nunca mejor dicho- de encima, y cuando llegué al campus de Colmenarejo y ya me dieron despacho y tal estuve varios días esperando que llegara mi envío, que no me había auto-enviado (puesto que no sabía el tiempo que tardaría en estar oficialmente aquí) sino que lo puse a nombre de una profesora de aquí que ejerce de anfitriona. La cuestión es que la cosa se retrasaba, hasta que al cabo de unos días nos llegó un aviso de que las cajas estaban en la sucursal de Correos de Colmenarejo; como venía el número de teléfono en el papelajo, llamé y me dijeron que la costumbre en los envíos que iban a la Uni que no eran cartas era dejar el aviso y el tío dejaba implícito que tenía que ir a recogerlos yo, claro-. Le expuse mi caso, que eran tres cajas grandes, y yo no tenía coche, y al final el hombre me dijo que sí, que se lo diría al cartero que lleva el correo y que me las traerían. Muy contento seguí esperando, y las cajas seguían sin venir. Así, hablé con la conserje, Justi, quien me dijo no solamente que las cajas no habían llegado, sino que era realmente extraño que el mensajero las trajera, puesto que no solía hacerlo. Aquello me escamó bastante, máxime al recordar la ambigüedad de lo que me había dicho el hombre de Correos, así que volví a llamarle. El hombre más o menos seguía más o menos con la misma cantinela, aunque con un dato nuevo: por él sí me las traían, pero todo dependía del cartero, Héctor. Afortunadamente para mi estabilidad mental, el individuo en cuestión se hallaba en ese momento en la oficina, así que pude hablar directamente con él. Cuando le pregunté sobre el particular, comenzó una interminable diatriba diciendo que él no estaba empleado por Correos sino por una compañía de mensajería que tenía un convenio con la Carlos III, que antes sí que había llevado a cajas a la Universidad como un favor pero que últimamente había demasiadas, estaba harto y no llevaba ni una más, que para que él trajera las cajas antes tenía que celebrarse una reunión de nosequién del Comité de algo con nosecuántos, y otras historias por el estilo.La verdad, me abrió la puerta a un interesante mundo del cual era completamente ignorante, el de la angustia existencial mensajeril. Cuando al grito de Éste no me las trae mi cabeza había puesto ya el automático, el tipo me dice: Yo voy ahora a la Universidad, si quiere hablamos. Cuando le pregunté si eso me daba más posibilidades de convencerle, me dijo que no, así que hastiado y cabreado, todo a la vez, le dijo adiós y corté. Sólo unas horas después me di cuenta de que una hipotética conversación cara a cara hubiera versado seguramente sobre las milagrosas propiedades de las propinas, pero ya os digo, era un mundo nuevo para mí. Muy mosqueado, miré en la página de Correos, y los muy jichos se curan en salud: en ningún sitio dicen que el Paquete Azul se entregue en casa, así que hay que andar con ojo si uno hace un envío a un pueblo.
Así que ya tenía el problema planteado: cómo llevar tres cajas de dieciocho kilos desde un lugar indeterminado de Colmenarejo hasta mi despacho, también indeterminado (hasta hoy mismo no he sabido que al final permaneceré en éste, Deo gratias, pero esa es otra historia). Cualquiera diría: pues nada, se le dice a alguien que tenga coche que te lleve, y santas pascuas. La idea, buenísima, tiene sin embargo dos graves defectos: el primero, que cuando uno está recién llegado a algún sitio, no tiene confianza con la gente para pedir según qué tipo de favores, en un lugar donde al que además mucha gente no va en su propio vehículo; y segundo, que aun cuando encontrase al Buen Colmenarejano, debería dejar el coche a unos 50 m de la entrada, con lo cual lo obligaría moralmente a ayudarme o esperarlo. Y no es plan. Con una cosa más: debería ser capaz de guiarlo hasta la oficina, cuando no tenía ni idea de dónde estaba. Así que la localización, materia en la que soy experto, se convirtió en el primer problema por resolver. Pronto descubrí que la información que uno puede encontrar sobre Colmenarejo en las profundidades de Internet es comparable a la que se puede encontrar sobre Internet en los pozos de Colmenarejo. Así, por ejemplo, la página web de Correos me decía que la sucursal con la que acababa de hablar por teléfono directamente no existía.
Como podéis suponer, ya estaba un poco nervioso por el tema este, pero no podía dejarlo porque al cabo de quince días devuelven el correo al remitente, y difícilmente lo encontrarían en Barcelona. Decidí, en un relámpago de lucidez, que el problema de averiguar la dirección de la sucursal era trivial, pues bastaría llamar a la sucursal (lo del emplazamiento, como después se verá, no era tan sencillo). Así, el siguiente paso de la gymkhana era decirle a la profesora que había puesto como destinataria que me firmara el justificantede que yo podía recoger el envío. Fui a buscar a la mujer y, por supuesto, no estaba. Mi mente perversa y sin escrúpulos pensó en la excitante posibilidad de falsificar la firma, pero tras un repaso atento del aviso descubrí con horror que también hacía falta fotocopia de su carné de identidad. Tratando de ser positivo, pensé que bueno, por lo menos no la pedían compulsada. Esperé pacientemente hasta el día siguiente, y la chica, que estaba enferma, tampoco vino, y tampoco el siguiente... Ya hemos llegado al miércoles, faltando dos días para que se cumplieran los quince, y víspera de la Virgen del Pilar, fiesta nacional.
Pensando que tenía que acabar con el problema antes de que este hiciera lo propio conmigo, decidí gastar el último comodín y hacer mi tercera llamada a Correos. El hombre me informó de que no era necesaria la fotocopia del carnet, bastaba el número de DNI y la firma de la destinataria. Es curiosa la extraña variedad de formas con las cuales la esperanza puede abrirse camino hasta el corazón humano. También me dijo esa voz amiga la dirección de la sucursal, y cuando me preguntó si conocía el pueblo poco me faltó para echarme a reír histéricamente soltando espumarajos por la boca. Concluí el miércoles escribiéndole a mi destinataria para que me mandara los datos, y empleé el Pilar como día de reflexión, que no me sirvió para nada excepto para concluir que por mis huevos el viernes estaban las cajas en la Uni.
A pesar de un compañero se había ofrecido gentilmente a hacerme el traslado el viernes al salir de clase a las 12, yo no estaba nada convencido de aceptar, debido a los inconvenientes morales que he contado más arriba. Afortunadamente el viernes mi destinataria vino, y pude tener al fin el justificante que necesitaba, documentos que en el colmo de los colmos, llené de tachaduras debido a una equivocación al rellenarlo. Ahora ya sí, el problema era puramente de transporte, y como ya estaba todo lo frito que podéis suponer con el asunto, decidí tirar por la calle del medio y llamar a un taxi para que me hiciera el traslado, aunque no acababa de ver claro si ir en bus hasta Correos o llamarlo desde allí. Entré de nuevo en Inet para buscar el número de radiotaxi de Colmenarejo, para rápidamente concluir que este pueblo ofrece un campo virgen, con rápidas posibilidades de promoción, a todo taxista que se anime a montar el chiringuito allí. Lo más que encontré fue el de los taxis del pueblo más cercano, Galapagar (galápago estaba yo ya, de tanto buscar!!!). Ya decidido a llamar a los taxistas de allí, encontré (increíbleeeeeee) un callejero del pueblo en la web, y haciendo pequeños cálculos de distancia concluí que la idea de ir con las cajas, incluso en tres viajes, hasta la parada de bus era descabellada. Como último intento, antes de llamar a los taxis esos, decidí ir a la Conserjería de mi facu a preguntar si realmente no había taxis en Colmenarejo: como de costumbre, la redonda chica del mostrador me dijo primero que sí pero luego que no, que los que había eran los de Galapagar. Le pedí por favor que me apuntara el teléfono, para ver si coincidía con el que yo había encontrado (en una página en inglés!!!), y cuando me lo escribió y bajé los ojos para mirarlo, algo se interponía entre mi vista y el papel, un cartón pardo, a cuyo lado estaba escrito el Pato...
AAAAAAAAAAAGHHHHHHH!!!!!!!! SON MIS CAJAAAAAAAAS!!!!
Creo que esto lo grité mentalmente, porque no llamaron a los loqueros ni nada, pero os juro que así lo sentí en mi cabeza. Aún no sé quién las trajo, ni por qué ese preciso día, ni cuál había sido el motivo del cambio de política... Me limité a preguntar qué debí hacer para que me las subieran, y la chica me rogó que esperara a Justi. Cuando me ofrecí a subirlas yo, su ceño cambió y el ruego se transformó en orden. Harto de sentirme como un personaje de Kafka, volví a mi despacho y bajé (400 metros o por ahí de distancia) de nuevo. Cuando le pregunté a la jefa que qué debía rellenar, me dijo que no, que tenía que llamar por teléfono para comunicar la incidencia. Casi con lágrimas en los ojos, suplicio de Tántalo a la cúbica, subí de nuevo y di el último paso, llamar. Y aunque me dijeron que hasta el lunes no me las subirían, el mozo apareció hace un rato, y creo que la presencia de mi compañero de despacho (vicerrector para más señas y una persona supereducada) fue lo único que me disuadió de arrodillarme, descubrirme, dar gracias y declararme esclavo sexual del mozo para el resto de mi vida.
En fin, esto es todo. Nunca se sabe donde te puede estar acechando la aventura, o la desventura.
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