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El musolari errante

Solitudine

Es curioso venir últimamente a la Facultad, es quizá lo más parecido a lo que el etnólogo Marc Augé llamó un no-lugar. Sales y lo encuentras todo desierto; limpio, pulcro y cristalino, pero desierto. Dan ganas, quizá ya a estas horas tardías en que el efecto ausencia se deja sentir con mayor profundidad, de salir desnudo, gritar sin vacilación o, rozando el colmo de lo inaceptable, pintar en alguna pared que hay alguien aquí que sigue latiendo, que pugna por hacer avanzar, sea mínimamente, quizá en un pequeño corner de las mates tan irrelevante como lo ininteligible, el conocimiento humano. Qué paradoja –o qué buena palmadita en la espalda para mi sociabilidad- haber hablado con tres personas nada más entrar en la facultad: la que quizá se alegró de verme (un agradable compañero red-headed), la de la indiferencia (lleva la sucursal del banco de Santander y nos tomó por alumnos al intentar ofrecernos propaganda) y finalmente, el que me sufrió un rato después en un examen individual tornado en crucifixión por su poco conocimiento de las cadenas de Markov. Todo se guarda en la memoria, y es todo paradójico, un negativo del nadie que habita – y es sólo el primer día de Julio- el Edificio Miguel de Unamuno. La soledad. No sé si celebrarlo o angustiarme.

 

 

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