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El musolari errante

Vivencias

Aquellas tardes solitarias del otoño de 1989...

Mi paseo nocturno

Salí de capitán Haya y comencé a bajar paralelo a la Castellana, enviando un mensaje  a la vez que me cruzaba con bastante gente y grupitos de amigos que subían a Avenida del Brasil. Así llegué hasta la avenida del general Perón, donde hice un giro a la derecha y admiré el extraño decorado de soportales, edificios colocados casi al azar y luces invitando para sospechosos lugares subterráneos. Durante unos minutos iba una chica delante de mí que afortunadamente no se asustó. Turn left ahora para andar un rato por Orense, pasando por la puerta de un restaurante griego en el que creo que estuve hace mucho tiempo y una discoteca latina con la puerta llena de gente cuya existencia desconocía. Pasaban muchos taxis, lo cual es siempre un seguro de vida, y también me crucé con una pareja de sudamericanos, cogidos de la mano, que me llamaron la atención por lo pequeñitos. Al terminar Orense continué un poquito por Modesto Lafuente, donde iban por la acera opuesta un par de chicas que parecían de recogida, y giré a la derecha en Maudes, justo en la puerta de un discopub. Primera a la izquierda Alonso Cano, tan desierta como llena de gente la he visto en ocasiones, y nuevo giro en María de Guzmán. Allí vi a una chica gordezuela que salía de una casa con cara de felicidad –no quiero pensar que vendría de hacer, o quizá sí quiero pensarlo- y no me metí por Robledillo porque no se veía salida al frente. En su lugar, giré a la izquierda en Ponzano, y volví a preguntarme por qué en esos lugares tan llenos de bares de día no meten alguno de noche. En esta calle sí hice un buen tramo, y me acojoné un poco cuando un individuo alto y estilizado, negro,  de movimientos algo arbitrarios y silueta imponente se dio la vuelta donde yo estaba. Mientras yo seguía adelante por el centro de la calzada, él se metía en un portal. En Bretón de los Herreros volví a girar a la derecha, y otra vez izquierda por Santa Engracia hasta José Abascal, territorio más familiar ya. Ahí giro derecha, termino la calle, veo una parejita que me llama la atención –vaya lugares para ponerse a dialogar- y continúo por Cea hasta llegar a Vallehermoso. Giro izquierda, número 80, arriba y a acostarme. Las 4:20, no estuvo mal.

Coincidence

Una de esas cosas extrañísimas que tanto me flipan y tanto me hacen sonreír: anteayer, en Moncloa, vi seguidos dos coches con el mismo número de matrícula. 8114, para ser más exactos.

Enjambre

En el tren del olvido

Roto el raíl, la ventana estallando,

Caminando entre cuerpos desvencijados que sonríen a la muerte húmeda

Vaga mi alma, pobre receptáculo

Inmenso y desolado baúl de sentimientos, gris profundidad,

Donde las flores sangran la puñalada del otoño,

Y su savia,

Su sangre borboteante,

Emborracha a las abejas de la avaricia, al zángano de la desidia

Y a una avispa sensible y silenciosa

Que no logra sonreír en la orgía multitudinaria,

Y que ebria

Me dedica una sonrisa atravesada

Antes de clavarse el aguijón

Gritar y morir,

Por dentro y por fuera.

Solitudine

Es curioso venir últimamente a la Facultad, es quizá lo más parecido a lo que el etnólogo Marc Augé llamó un no-lugar. Sales y lo encuentras todo desierto; limpio, pulcro y cristalino, pero desierto. Dan ganas, quizá ya a estas horas tardías en que el efecto ausencia se deja sentir con mayor profundidad, de salir desnudo, gritar sin vacilación o, rozando el colmo de lo inaceptable, pintar en alguna pared que hay alguien aquí que sigue latiendo, que pugna por hacer avanzar, sea mínimamente, quizá en un pequeño corner de las mates tan irrelevante como lo ininteligible, el conocimiento humano. Qué paradoja –o qué buena palmadita en la espalda para mi sociabilidad- haber hablado con tres personas nada más entrar en la facultad: la que quizá se alegró de verme (un agradable compañero red-headed), la de la indiferencia (lleva la sucursal del banco de Santander y nos tomó por alumnos al intentar ofrecernos propaganda) y finalmente, el que me sufrió un rato después en un examen individual tornado en crucifixión por su poco conocimiento de las cadenas de Markov. Todo se guarda en la memoria, y es todo paradójico, un negativo del nadie que habita – y es sólo el primer día de Julio- el Edificio Miguel de Unamuno. La soledad. No sé si celebrarlo o angustiarme.

 

 

Finde intenso

Aunque aparentemente haya resultado más o menos tranquilo, no puede decirse que haya desaprovechado el fin de semana. Ahí van las worthwile experiences, presuntamente intelectuales, aunque no todas:


-Finalización de la trilogía Millenium. Sin lugar a dudas el señor Stieg Larsson, DEP, conocía la fórmula de la heroína mental que añora todo escritor, culto o bestselleriano. Creo que no he tardado ni cuatro días en proceder a la fumigación de las más de dos mil páginas que narran las aventuras de Micke y Sally, también conocidos como Watson y Calzaslargas. Sí, estilo anónimo, maniqueísmo en los personajes y todo lo que uno quiera, pero también tres novelas muy distintas –whodunit, intriga psicológica, novela de espías- que gozan de una extraña unidad, ritmo sin desmayo, la sociedad de Suecia como cobaya de un acre análisis de las instituciones occidentales, y todos las posibles occurrences de la desigualdad sexual y la violencia de género, que permean la obra como los cuchillos de un colchón de fakir. Gran noticia que un trabajo como éste goce de la difusión que ha experimentado en todo el continente.

-Lectura de “Honor entre punks” e “Hijos de la noche“, novelas gráficas interconectadas que presentan una curiosa amalgama de temas victorianos y estética ochentera, para un nada camuflado homenaje al mundo de Conan Doyle a través de guiones más bien crípticos y un dibujo que privilegia la brillantez sobre la claridad. Buen dibujo de unos personajes centrales que bordean el tópico sin caer en él, valentía en el curioso cruce entre la intriga trillada y el roce de posmodernidad, y un retrato de bajos fondos cuya dureza siempre se ve atemperada por el cariño que los autores muestran hacia sus criaturas. Interesante, siempre que uno consiga olvidarse que donde estos comics rasguñan, From Hell apuñala.

- Visionado de los cinco capítulos finales de Generation Kill (lo cual quiere decir, casi toda la obra). Estupenda reflexión sobre la guerra del siglo XXI, mostrada sin tapujos a la vez que sin concesiones, un sutil alegato antibélico fundamentado en la novela homónima del periodista de Rolling Stone Evan Wright, asimismo personaje de la serie. Como es marca de la casa, sus creadores Simon y Burns desprecian las convenciones narrativas, exigiendo un notable esfuerzo al espectador para la distinción en interiorización de los diferentes caracteres. La recompensa para éste es grande, una vez que se ve atrapado en un ambiente absurdo y surrealista, donde los personajes se saben marionetas de un Master of Puppets –genial Padrino- que se llena la boca con palabras grandilocuentes mientras trata a sus soldados como carne de matadero, y donde la situación, siempre tragicómica, llevaría a risa si no estuviera siempre salpicada por sangre y vísceras, edificios volados y familias destrozadas. Muy recomendada, especialmente para los que aún crean que la invasión de Irak fue acertada.

-Fiesta en la Dehesa de la Villa. Me alertó un compañero de ellas, y allá que fuimos Rosa y yo, a airear la cabeza y mover el esqueleto. Más o menos lo previsible, lo cual quiere decir que lo pasamos de maravilla, aunque al final decidiéramos declinar el asunto coches de choque. Una calle larga llena de puestecitos, con un par de atracciones a un lado y una orquesta tocando en el otro, y césped rodeando donde el personal se tomaba con tranquilidad una noche algo más fría de lo esperado. Funcionó de maravilla la dicotomía macetas de vodka con naranja – bocatas de morcilla (hasta tres cayeron de cada tipo) y bailamos como está mandado al son de un repertorio rockero –Los Suaves, Medina Azahara, Platero, AC/DC- bastante más potable de lo que apuntaba la situación inicial. El único pero, que terminó todo demasiado pronto. Volvible.

 

Visiones matinales

Un brasileño ya entrado en años, fibroso y atractivo, bebía de un termo una bebida que quise imaginar como cachaça, aun a pesar de lo temprano de la hora, y precisamente quizá a causa de eso. Miraba con unos ojos verdes sin pupilas que juraban traspasar cualquier muro triple, y me produjeron una impresión ambivalente.

Un zapato de mujer, rojo sangre, abandonado en un banco. Traté de imaginar a la dueña, si depositaría el zapato tan drogada como lejos de este mundo, si lo perdería en una clase de movimiento inimaginable, o quizá pudiese encontrar, buscando bien, los restos de la dama (su cabeza, sus manos cortadas, detalles de sus pulseras o un aroma a putrefacción) en sitios bien elegidos de las tripas del metro, que compondrían en el mapa la silueta de un cuchillo.

 Una melodía sutil y electrizante, que ya me había intimidado y llevado al pozo negro antes de reconocerla: la danza macabra de Saint Saëns. Casi apostaría a que el acordeonista que lo intentaba no conocía el signficado de esas notas, ni mucho menos la posibilidad de que sugirieran a alguien, inmediatamente, imágenes de esqueletos negros entre víctimas vociferantes recorriendo el aire madrileño de la tranquila mañana.

 Un grupo de teatro que promocionaba algo, elevando su voz para luchar contra la indiferencia supina del personal que los evitaba sin verlos y los ignoraba sin la más mínima concesión a la piedad. Yo no los ignoré, sino que por un momento los vi atados a la escalera mecánica que tenían a su costado, perfectamente conscientes de lo que les aguardaba al llegar arriba.

 Y había un recuerdo más, algo relacionado con la escayola, pero se lo llevó el ruido blanco. La nada atronadora.

 

Pase en largo

Llevo unos cuantos días sin dejar nada por aquí, y la verdad es que no hay más motivos que los de intendencia. Tras la intensidad de la Semana Santa Oporto+Galicia, la vuelta a la unitrullo ha resultado un poco más agobiante de lo esperado, mayormente por la acumulación de clases y, en menor medida, por la preparación de una presentación que haremos en Berlín next week. El poco tiempo bloguero que he tenido júrtimamente lo he dedicado a diarios de júrgol, ya que la actualidad balompédica se vuelve casi incontrolable en abril y mayo. Bueno, pues eso, que la ventanilla sigue abierta y que pronto estaré de nuevo aquí con regularidad, especialmente a partir de ese mágico 15 de mayo en que las clases dicen over. En el futuro inmediato, un puente de destino completamente desconocido, aunque aquí en Madrid. I will follow.

 

 

One way to paradise

One way to paradise

Gracias al Mesón la Lamprea, Arbo, Pontevedra.

From wikipedia:

Ingredientes para 4 personas: 1 lamprea de 1 - 1,5 kg, 200 g de pan, 1 cebolla, 1 diente de ajo, 1 hoja de laurel, 10 cl de aceite, 25 cl de vino tinto, perejil, oregano y sal


Preparación: en una olla con agua muy caliente
introducir la lamprea y sacarla rápidamente una vez que cambie de color
para raspar con el canto de un cuchillo esta primera piel de color
blanquecino que es de aspecto limoso. Cortar la lamprea manteniendo
unidos los trozos y recoger su sangre, que se utilizará para cocinarla,
quitarle mientras se corta el tubo digestivo, el hígado y la hiel
teniendo cuidado en que no se rompa. Después de trocear las lampreas
procurando que los trozos se mantengan unidos por la piel se añaden
éstos sobre el sofrito con toda su sangre.


Poner el aceite en una cazuela y agregar el diente de ajo y la
cebolla, picados bien finos, con la hoja de laurel y el perejil. Pochar
o dejar cocer lentamente el picadillo como un sofrito dejando que se
rehoguen lentamente sin tomar color. Incorporar la lamprea limpia,
hervir durante cinco minutos y añadir el vino hasta que cubra la pieza,
dejar cocer a fuego lento 30 - 45 minutos aproximadamente según tamaño,
espesar con el pan (frito y triturado), si fuese necesario y dejar
reducir unos cinco minutos. Agregar las especies y la sal.


Presentación: Servir en una cazuela de barro con costrones de pan frito y arroz blanco aparte.


Demasiada presión sobre mi dedo índice

Demasiada presión sobre mi dedo índice

Como un pimiento lo tengo. Y dicen que es el dedo principal, el más sensible, con el que apuntamos, señalamos, agarramos, acariciamos. Y encima el de la mano derecha, para mí que soy diestro. Debí notar como un presagio el endurecimiento paulatino de la yema, quizá por mucho uso en teclados, pero lo lo del últimos mes ha sido extraño, casi sugiere maldición, estrago de adivinador, fario terrible. Comenzó con una pequeña verruguita en el nudillo, apenas se nota, pero acaba afeando; esto debe ser justo castigo por mi costumbre de fase bucal no superada de llevarme el dedo a la boca –quizá mi mamá me retiró mama antes de tiempo, por ver posiblemente al mamón-, pero no importa, no duele. Algo ya debí sospechar pocos días después cuando un poquito por debajo, me corté con una lata, limpio, agudo y algo profundo. Nada raro, si no fuera por que la tapa de la lata no era de lata, sino de papel; duro, eso sí. Después vino lo de la jirafa. Malhadado sea mi gen goloso, que poco frecuentemente se manifiesta, que me llevó a los dominios de una dulcería donde me compré un huevo Kinder (quien lo diría, a mis años…). Y contenía al susodicho mamífero cuellilargo, siempre que uno tuviera paciencia para armarlo (Cortázar dixit); servidor se puso manos a la obra, por supuesto con gran éxito, si no fuera por lo que parecía una pequeña rozadura y ha degenerado en zona enrojecida con punto negro sospechoso en el centro. Veremos. Y para rematar, esa llave que no cierra, ese dedo ya famoso que intenta averiguar la presencia de algo sospechoso en la cerradura, esa astilla que se clava. Y aunque sale, al menos la mayor parte, deja comezón y a veces dolor fuerte que obliga al abajofirmante a cuestionarse si algo queda dentro; y un día después, a esterilizar aguja y pinzas para sacarlo sin más éxitos que carne viva, y dolor de muerte. Así estamos, pues.

 

The running man

Ese soy yo. Sin caretas, ni disfraces, ni halos que me disimulen ni hedores que me distorsionen. El que iba corriendo esta tarde, solo, cuando la neblina es tan blanda como el vientre de un dragón, no pueden contarse los grises del cielo y ni la más cercana persona podría oír tu voz. Family acariciando los oídos mientras arañaba, pájaro carpintero de viaje por el sol, las capas más vulnerables de mi corazón. Y un pensamiento de hace años, otra vez en soledad, esta vez por los campos yermos de esa Extremadura que me vio nacer y que me ha dejado marcas de pus y vacío que jamás podré borrar, ni siquiera sé si quiero borrarlas, son demasiado mías. Cuando lo que me espera es ningún sitio, o más exactamente, el punto de partida, el mismo del que salía esas tardes de verano con los Pirineos en la mente, Shangri-la próximo que a ratos fuera infierno blanco, sueños tan inasibles en el cerebro que no podía siquiera moldear en mi cabeza, pobre Miguel Ángel manco y ciego, y sólo la necesidad de seguir, seguir, seguir. Y cuanto más vencido por el cansancio, más atronadora la taquicardia o más lacerante el dolor, más satisfecho y feliz. Por, después de todo, aguantar. Y después sonreír.

 

 

Siete gritos

Siete gritos

Grito de Dolores. Se llamó así al llamamiento a la rebelión lanzado –se supone que en alta voz- por el cura Hidalgo a sus feligreses de la parroquia de Dolores, y que se considera la chispa que inició el proceso que concluyó con la independencia de México. La neurona que en la infancia guardó el dato, milagrosamente, no se perdió en ningún bar.

Cerdo jurásico. A menudo proferido en situaciones cuasi extremas por  uno de los lectores habituales de este humilde blog, semeja la agonía de algún antecesor del cerdo que viviera en la era Primaria. Es sobre todo una llamada de atención sobre lo extremo.

Pájaro. Más que un grito, un extraño sonido patentado por un amiguete de Badajoz, que comienza con una vibración sonora, como una erre interminable, y concluye con un sa-sa-sa-sa acelerado. Solía ser el aviso de alguna belleza en las cercanías.

Velocímetro. Consecuencia inevitable, e incluso mixtura de los dos anteriores, recibe su nombre de que imita, en cierto sentido, la aceleración de un utilitario –a los que su inventor es muy aficionado-. Tienes las mismas finalidades que los anteriores, y alguna más (¿coger el rebufo?).

Lammoth. Dícese del grito animal, maniaco y horrorizado que lanzó el Señor Oscuro cuando Ungoliant, enorme y hedionda, se volvió hacia él para alimentar su hambre sin fin. Al sonido brutal acudieron los Balrogs, que le liberaron de las redes y le facilitaron la huida.

El grito de la Muerte. No escuchado directamente por el autor, pero sí referido por un interlocutor, se refiere a un individuo de Granada que encontró un enorme tubo en medio de la calle, y con él cantó sobrecogedoras estrofas death-metal. Ya es historia de la ciudad.

La voz de Dios. No propiamente un grito, sino un descomunal pedo dejado salir por un compinche y anfitrión del abajofirmante, en un tiempo lejano y en la aún más lejana Montilla. Sonó como debe sonar el pellejo de una boa constrictor al romperse, desde la boca hasta la cola, y duró más o menos lo mismo.

Y hay más, dice wikipedia: el de Alcorta, el de Lares, el de Jayuya… Pero no me han marcado como los anteriores. Mucho, mucho ruido.

 

Pecho hits

Sólo una (auto)minijustificación de por qué no he actualizado el blog últimamente: un artículo en su fase final, otro casi completamente pensado que tengo que escribir -aún no he empezado-, un informe de referee que me ha llevado dos semanas acabar, otro que tres cuartos de lo mismo pero todavía no he acabado, un problemita en la cabeza, el blog de fútbol (que tambíen lo tenía medio dejado por lo mismo), viaje de cinco días a Barcelona con desconexión consiguiente, elección de mi nuevo portátil... Tantas cosas... Pero volveré y muy pronto, espero que mañana, con alguna cosita guay. Entretanto quien lea esto y quiera entretenerse, que se lea el "Rime of the ancient mariner" de Coleridge. En Internet está el original y la traducción, y es una pasada.

My life is a succession...

Pues pongo el video porque me apetece, porque la canción es preciosa y porque, en Colmenarejo,mi vida es una sucesión de gente que dice adiós. Y lo hemos comentado en la comida, y joder, molesta, uno se encariña con la gente cuando trabaja junto a montañas llenas de nieve. Diego ha sido el último.

The running man

 

Vivan las clases de pádel y la actividad física, a pesar de que después de 23 minutos escasos corriendo el tobillo derecho, que ya está medio reventado y no me deja ir a las pachangas de los viernes –tengo que dejar de dejar lo del traumatólogo, como algunas otras cosas- me avisara de peligro de derrumbe y delante del izquierdo sintiera una sensación extraña, de rigidez. Pero qué bueno es dejar de sentirse anquilosado y haber probado de nuevo la tersura del tartán, mientras Extremoduro me marcaba ritmo y observaba a los chavales, santa despreocupación, pegándole patadones al baloncete que casi todos hemos tenido en algún momento de nuestra vida, ya no tan corta. Esperemos que el viento y la nieve que ya apareció ayer, leve pero brillante, me respeten estos ratitos de las tardes que me resetean amablemente y me ponen a punto para sobrevivir en la tricotomía investigadora en la que me muevo. Un relax paradójicamente cansado, pero necesario.

¿Alguna canción apropiada para escuchar durante el jogging-pedestrismo?

Historias del 631: Poca cosa hoy, salvo que se me ha caído un artículo mientras dormía y un buen samaritano lo ha salvado del olvido, en el peor de los casos, y de una segunda impresión, en uno de los mejores.

 

Fitter, happier...

Toda una filosofía de vida, de la que en general huyo. Como de la peste.

 

 

Promesas

Lucho, siempre lucho, ahora con una idempotencia que parecía trivial a primera vista y me está dando la lata, aún no me acompaña en mis sueños pero ya va apareciendo en mis vigilias, no es mala señal. La música de los Piratas me dominó anteayer, quiero escucharlos más, me gustaría ver a Iván Ferreiro en directo pero estoy en Murcia y de todos modos tampoco sé cómo será en solitario. Pero me quedo con esas promesas que no valen nada, no es mi canción favorita, ni siquiera de ellos, pero maldito si me importa. Y se me va la cabeza a ese Promise de Bruce que me haría odiarlo si fuera cantautor por haberse permitido el lujo de ignorar tal canción –como tantas otras- en su discografía oficial. Y también a las promesas selladas, húmedas y granates de la alocución de Cyrano en el balcón, y a I promised myself, que no sé por qué me recuerda a Carlos y no a grabaciones cutres en cintas de cassette, cuando estaba mucho más solo, la voz de los disc-jockeys baratos de los 40 ensuciaba y ensuciaba, seguramente adrede, y mi falta de criterio me condenaba a hacer mezclas que ahora son joyas por cuanto atraen aromas del pasado.

 

El Rey del Mundo

El Rey del Mundo

Cuánta alegría, cuánta esperanza, cuánta audacia, cuántos retos... No nos decepciones.

Puente de plata

Lo nunca visto. Era una de las peores partidas de mi corta vida como jugador de bridge, soltaba ya las cartas mecánicamente sólo dilatando el momento de irme a la cama y terminar el día. Nuestra prestación había sido terrible: habíamos ganado el primer game, de acuerdo, pero nuestra serie de subastas quizá había sido la peor jamás vista en un tapete: hasta nueve habíamos perdido (¡siete de ellas ya de vulnerables!) que habían reportado al contrario la descomunal cantidad de 1670 puntos. Una bestialidad. Encima, habíamos tenido una gran oportunidad en el segundo juego, con cartas cuasi maravillosas, que tiramos por avaricia: declaramos grand slam sin triunfo, nos doblaron, redoblamos, y en ese momento caímos en la “maravillosa” cuenta de que salían ellos y de que tenían un as, el de corazones. Aunque minimizamos daños sentando doce bazas, ahí estaban los 400 de penalización y, sobre todo, la sensación de que el tren pasó y lo dejamos escapar.

 

Así afrontábamos pues la que seguramente sería una última mano a beneficio de inventario. En nuestro marcador 320 puntos, 1830 en el suyo. Cinco corazones bajitos en mi mano y no demasiadas malas cartas en la pandilla restante, cuando mi compañero comienza declarando un corazón; yo me animo un poquitín, y digo: bueno, vamos a terminar bonito, tres corazones, venga. Y no son los de la baraja, sino el mío el que empieza pounding algo hard cuando el de enfrente se tira a la piscina y se juega el pequeño slam a corazones. Descubrimos cartas, y juntamos diez triunfos entre los dos, pero nos falta el rey. No sale en el primer intento; jo, qué putada, los otros tres están concentrados y por tanto la baza colchón ya está perdida. Levantamos el rey en la segunda, y lo que sigue es un ejercicio de precisión milimétrica cuyo momento clave resulta de hacer el ocho de tréboles cuando los contrarios ya están  pelados de ese palo. Casi no me lo creo cuando mi compañero clava la baza número doce con el Jack de corazones, y asciendo directamente al cielo cuando veo la cuenta final (aún no domino la puntuación): 180 puntos por cumplir el contrato, 750 de bonus por el pequeño slam en situación vulnerable, y otros 700 por el rubber. Victoria final 1950-1830. Como decía al principio, lo nunca visto.

Torbellino

Con frecuencia me hierve tanto la cabeza que me gustaría tener un cuadernillo independiente, que funcionase solo con la mente, para ir apuntando todo lo que se me ocurre y que me gustaría ampliar/comentar/enviar/glosar/comprobar. Lo intento con el móvil, pero es sólo un pálido reflejo de lo que deseo; necesitaría más inmediatez, más velocidad, para apuntarlo todo, y luego dedicarle todo el tiempo que fuera necesario en los momentos tranquilos.

 

Estaba viendo la peli sobre la vida Pollock –bastante recomendable, esforzado Ed Harris- e impresionado por la escena final de su muerte en accidente, me viene la idea de comprobar hasta qué punto la reproducción es realista o no; y de paso utilizar el maravilloso Google Images para conocer las caras reales de la dos chicas que acompañaban al genio en el viaje (una murió); aunque sepa de antemano que la superviviente de verdad no podrá competir con Jennifer Connelly. Anoto, de paso, una nueva palabra con las cinco vocales, “binoculares”.

 

Después finaliza la peli, comienzan los títulos de crédito, y no puedo evitar verlos hasta el final –sacrificando las noticias- porque suena una canción que está cantando Tom Waits, y aunque esto casi seguro de que es él necesito comprobarlo. Mientras la escucho, pienso en decirle a Natalia como me he acordado de ella al escucharla –pocas veces he visto a alguien tan emocionado por el concierto de un ídolo- y también que tengo que escuchar más al fetiche de Jarmusch; para algo me bajé en su momento su enorme discografía. Después aparece Robert de Niro en los agradecimientos, y también el de su productora, Tribeca. Inmediatamente recuerdo que quería buscar el significado del acrónimo (Triangle Below Canal St.) y otro más que no conocía y que también debo buscar me acude (HBO-Home Box Office). Y acaban los títulos y verifico que en efecto la canción es de Tom, y ya puedo cambiar de canal para disfrutar las noticias. Pero aparece el festival de Sitges, y hablan de Martyrs y de la polémica generada, así que tengo en algún momento que bajarme la película y ver si es para tanto, si llega a los niveles de Audition o Funny Games...