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El musolari errante

Banville sobre Praga

"Las ciudades ejercen una fascinación fuerte y extraña, pero ninguna más extraña ni más fuerte que el influjo de Praga en el corazón del viajero que siente añoranza, no de su lugar de origen sino de la ciudad a orillas del Moldava que ha dejado atrás. Al regresar siente que nunca se ha alejado, pero aun así se encuentra culpable de desmemoria, abandono, e infidelidad."

Musts

Hoy me han pedido que hiciera una lista de pelis que considero imprescindibles. En diez minutos me ha salido esto, y claro, con la prisa ya me he acordado de varias que se me habían escapado... en fin, ahí la dejo.

Los siete samurais
Casablanca
Memento
M el vampiro de Düsseldorf
Cyrano de Bergerac
El señor de los anillos
El bueno, el feo y el malo
El padrino
Cadena perpetua
Napoleón (de Abel Gance)
El gran dictador
Desmontando a Harry
Zelig
El día de la bestia
Bienvenido mister Marshall
El año pasado en Marienbad
Frenesí
Psicosis
Cantando bajo la lluvia
El gabinete del doctor Caligari
La diligencia
La huella
Doce hombres sin piedad
Grupo salvaje
La vida de los otros
Funny games
El hombre del brazo de oro
Anatomía de un asesinato
2046
El curioso caso de Benjamin Button
Seven
Solas
Senderos de gloria
Eyes wide shut
Con faldas y a lo loco
Espartaco
La muerte tenía un precio
Pulp fiction
Munich
La lista de Schindler
En el nombre del padre
Reservoir dogs
Kill Bill
Dogville
Life aquatic
El gran Lebowski
El rey pescador
Ed Wood
Amelie
Sospechosos habituales
El hombre que mató a Liberty Valance
Río Rojo
El dorado
El acorazado Potemkin
Jo qué noche
La comunidad
Mystic river
Olvídate de mí
Adaptation
Oldboy
La fiera de mi niña
Eva al desnudo
Qué fue de Baby Jane
Historias de terror (Roger Corman)
The ring (japonesa, claro)
Amores perros
Shrek

Tattoo

Tatuaje, qué increíble canción.  Es imposible recordar dónde la escuché por primera vez, dijérase que es una de esas melodías que te acompañan casi desde que naces, las escuchas inconscientemente siendo pequeñín y luego te resultan familiares toda tu vida. Sin embargo, no relacionaba aquella vieja canción con ese título tan sugerente, que creo haber visto individualizado por primera vez en el libro homónimo de Montalbán (el tatuaje alusivo del contexto rezaba “He nacido para revolucionar el infierno”). Ahí fue donde relacioné los dos conceptos. Más tarde recuerdo un día en que D. fregaba los platos después de una barbacoa y la vociferaba a grito pelado –estampa curiosa donde las haya- o cuando la vi citada por Sabina en su mítica lista de canciones que le gustaría haber escrito: lista, por cierto, que yo fantaseaba con enviarle al maestro grabada en un cd, aunque sólo fuera por la gratitud de haberme descubierto ahí temazos como “Mira que eres canalla” o “Moon over Bourbon Street.”

Curiosamente, en cambio, hasta mucho después no escuché con detenimiento la letra de la canción, en la misma versión de la inefable Piquer en la que hoy ha vuelto al iPod. Hasta entonces, yo la tenía como la historia de un marinero que se tatuaba el nombre de la tía que le gustaba, y poco más. Sin embargo, cuando me detuve a analizar, encontré una narrativa mucho más compleja de lo habitual, y por supuesto también bastante más rica. Uno se acostumbra a que más del 50% de las canciones de amor, desgarro o pasión que escucha por ahí sean una segunda persona del tío a la tía, y como ocurre con la comida de los McDonalds (parafraseo a William Friedkin) nos malacostumbramos y no apreciamos lo bueno.

 En Tatuaje intervienen las tres personas: la primera es la narradora, que se supone que es una chica que cuenta primero su historia en el pasado para desarrollar su influencia en su presente y más tarde acabar en él; la segunda es otro marinero, espectador privilegiado del drama doble, que acaba recibiendo al final un angustiado SOS que quedará sin respuesta; y la tercera, ese marinero “más rubio que la miel”, cuyo amor desaparecido crea un reflejo, no sabemos si provocado o no, en la protagonista.

 Porque el tema de la canción es, sin dudarlo, ese diagrama de flechas unidireccionales generador de desgracia amorosa múltiple, que tan bien retrata Ramiro en el contexto más amable de “Tiovivo”. Es el amor desgarrado que siente ese marinero por la desconocida que, lo más cruel, le quiso y le olvidó… el amor de la narradora, no sabemos si generado por la empatía, por la curiosa mezcla de reciedumbre y rudeza, o bien de hermosura y tristeza, del enamorado, o el beso de amante que funciona a la vez como conexión y transmisión maldita. Y aún podríamos añadir más, porque hay otro hombre que la escucha a ella, y no es extraño que la mire, sola y pasional en el tugurio portuario, con algo más que indiferencia.

 Hemos hablado del tema, pero seguramente la gran magia de la canción es el juego de paralelismos, que recuerda en cierto modo a la pirueta argumental de “Nos dieron las diez”. La narradora repite dos veces historia parecida, pero mientras que la primera podría parecer un cuento que nos entretiene, en la segunda nos va la misma vida; tan similares son los acontecimientos como diferente es el tono. El juego de espejos es continuo: su amor se enamoró del marinero –aunque luego lo olvidase-, y éste debió sentir algo por la narradora cuando la besó, aunque ella jamás volviera a saber de él. Hay aguardiente en los dos diálogos, dos copas en el primero y una en el segundo, quizá porque al lamentarse, a la mujer le importa tan poco su interlocutor como le importaba ella al primer marinero… y no descartemos que cuando la Piquer haya dejado de cantar, suene un beso de consuelo. Hay esa sensación de búsqueda en los dos, de impaciencia y nervios, desasosiego, el ser amado puede aparecer en cualquier parte… Y como remate maravilloso, los tatuajes: el corazón y el nombre de la amada en el marinero , y el que lleva la narradora, no sabemos si real o figurado, pero a fuego marcado en su corazón. La pasión pura.

 

Coincidence

Una de esas cosas extrañísimas que tanto me flipan y tanto me hacen sonreír: anteayer, en Moncloa, vi seguidos dos coches con el mismo número de matrícula. 8114, para ser más exactos.

Pinta un cuadro vulgar

Ejecutivos discográficos que manejan a una estrella muerta, buitres llenos de astucia enfermiza que revolotean a su alrededor, repartiéndose a codazos la carroña: “Yo la vi primero, y la conozco mejor que tú!”  Te relanzamos, un recopilatorio doble, canción inédita, y una portada maravillosa.  Venga, decide, decídete, esta era tu vida, no??? Pero podrías haber dicho que no, si hubieras querido… A la BPI, a la BBC, a la MTV, dales satisfacción!!! (Sí, tristemente, esta era tu vida). Pero podías haberte negado, podías marcharte, NO?

 Te rocé levemente en la prueba de sonido… no tenías ningún modo de saber cómo, en mi corazón, te suplicaba: “Por favor, lleváme contigo, no me importa dónde.” Pero para ti era un simple adulador, uno de esos tipos sin cara de los suburbios, alguien aburrido que no sabría nada, que no podría llegar a saberlo. Oh..

 Esto es lo mejor! Lo más! Compra el disco, sacia esa necesidad! Puedes elegir entre las dos portadas, o incluso comprar las dos, aunque luego te sientas decepcionado. Y subes en la lista, vuelves a ella, gira mundial.. y pórtate bien con la prensa belga, esta era tu vida!!! Y si no recuperas lo que han invertido en ti, pues bueno, aún no te lo has ganado, la verdad.

 Y anduve detrás de ti en la prueba de sonido, eres igual que yo, lo que hace feliz a tanta gente nos hunde tanto en la miseria… Así que en mi dormitorio de los suburbios, bailé hasta desesperar, aunque mi verdadero amor y yo nunca volvamos a encontrarnos…

 En la discográfica, una estrella muerta en sus manos.  Pero no pueden mancillarte ante mis ojos, ni herirte, ni tocarte, no pueden! Aunque mi verdadero amor y yo nunca nos volvamos a encontrar.

(Adaptación de The Smiths)

Johnny...

De vuelta...


Y luego levantémonos más tarde,
como domingo. Que la mañana plena
se nos vaya en hacer otra vez el amor,
pero mejor: de otra manera
que la noche no puede imaginarse,
mientras el cuarto se nos puebla
de sol y vecindad tranquila, igual que el tiempo,
y de historia serena.

 

Strange fruit

Los árboles del sur dan una fruta ardiente, sangre en los árboles y sangre en la raíz. Cuerpos oscuros que se balancean al sol, extraña fruta de los álamos. Escena pastoral en el galante sur, ojos saltones y bocas convulsas, perfume de magnolias, fresco y suave, y el hedor repentino de la carne ardiente. Esta es la fruta que arranca la multitud, que cobija la lluvia, que absorbe el viento, para que el sol la pudra, para que los árboles la dejen caer, extraña y amarga cosecha.  

Billie Holiday

Hermes

Hermes

Diciendo lo contrario

He visto esta mañana una frase en un periódico que me ha llamado la atención: “Micheletti dice que dimitirá si Zelaya no vuelve a Honduras”, o algo así. Aunque me estoy informando a diario de la situación en Centroamérica, que me parece tan paradójica como peligrosa, esta entrada va más por el lado lingüístico. En efecto, lo que me llama la atención es que la frase, siendo completamente correcta, puede dar la impresión –y de hecho, a mí me la dio en un primer momento- de que quiere decir exactamente lo contrario de lo que dice. Porque normalmente, cuando alguien dice que va a dimitir (y se usa casi siempre como la expresión cuasi-análoga “amenaza con dimitir”) es una medida de presión para que no ocurra lo otro que se cita en la proposición. En este caso, una interpretación razonable a primera vista de la frase sería “Como no vuelva Zelaya, dimito”. Lo divertido es que en este caso, lo positivo –casi percibido como tal por el propio Micheletti- es la dimisión, y lo que provoca la dimisión es exactamente la no-realización de la acción que condiciona. Pero está claro que, si no estás bien informado del asunto, la frase mueve a confusión. ¿Algún lingüista en la sala que nombre esta figura?

PD: Cirugía LASEK me impedirá conectarme a Internet en los próximos días. Espero al menos saludar pasados ellos para dar algunos detalles escabrosos de la operación. Abrazos

Enjambre

En el tren del olvido

Roto el raíl, la ventana estallando,

Caminando entre cuerpos desvencijados que sonríen a la muerte húmeda

Vaga mi alma, pobre receptáculo

Inmenso y desolado baúl de sentimientos, gris profundidad,

Donde las flores sangran la puñalada del otoño,

Y su savia,

Su sangre borboteante,

Emborracha a las abejas de la avaricia, al zángano de la desidia

Y a una avispa sensible y silenciosa

Que no logra sonreír en la orgía multitudinaria,

Y que ebria

Me dedica una sonrisa atravesada

Antes de clavarse el aguijón

Gritar y morir,

Por dentro y por fuera.

Solitudine

Es curioso venir últimamente a la Facultad, es quizá lo más parecido a lo que el etnólogo Marc Augé llamó un no-lugar. Sales y lo encuentras todo desierto; limpio, pulcro y cristalino, pero desierto. Dan ganas, quizá ya a estas horas tardías en que el efecto ausencia se deja sentir con mayor profundidad, de salir desnudo, gritar sin vacilación o, rozando el colmo de lo inaceptable, pintar en alguna pared que hay alguien aquí que sigue latiendo, que pugna por hacer avanzar, sea mínimamente, quizá en un pequeño corner de las mates tan irrelevante como lo ininteligible, el conocimiento humano. Qué paradoja –o qué buena palmadita en la espalda para mi sociabilidad- haber hablado con tres personas nada más entrar en la facultad: la que quizá se alegró de verme (un agradable compañero red-headed), la de la indiferencia (lleva la sucursal del banco de Santander y nos tomó por alumnos al intentar ofrecernos propaganda) y finalmente, el que me sufrió un rato después en un examen individual tornado en crucifixión por su poco conocimiento de las cadenas de Markov. Todo se guarda en la memoria, y es todo paradójico, un negativo del nadie que habita – y es sólo el primer día de Julio- el Edificio Miguel de Unamuno. La soledad. No sé si celebrarlo o angustiarme.

 

 

Vacío motociclista

Menudo temazo brutal! Gracias Luis por descubrirme este grupo, a long long time ago...

Una adivinanza

Una adivinanza

Venga, que ya hace tiempo. Quién es el tipo de la foto?

Finde intenso

Aunque aparentemente haya resultado más o menos tranquilo, no puede decirse que haya desaprovechado el fin de semana. Ahí van las worthwile experiences, presuntamente intelectuales, aunque no todas:


-Finalización de la trilogía Millenium. Sin lugar a dudas el señor Stieg Larsson, DEP, conocía la fórmula de la heroína mental que añora todo escritor, culto o bestselleriano. Creo que no he tardado ni cuatro días en proceder a la fumigación de las más de dos mil páginas que narran las aventuras de Micke y Sally, también conocidos como Watson y Calzaslargas. Sí, estilo anónimo, maniqueísmo en los personajes y todo lo que uno quiera, pero también tres novelas muy distintas –whodunit, intriga psicológica, novela de espías- que gozan de una extraña unidad, ritmo sin desmayo, la sociedad de Suecia como cobaya de un acre análisis de las instituciones occidentales, y todos las posibles occurrences de la desigualdad sexual y la violencia de género, que permean la obra como los cuchillos de un colchón de fakir. Gran noticia que un trabajo como éste goce de la difusión que ha experimentado en todo el continente.

-Lectura de “Honor entre punks” e “Hijos de la noche“, novelas gráficas interconectadas que presentan una curiosa amalgama de temas victorianos y estética ochentera, para un nada camuflado homenaje al mundo de Conan Doyle a través de guiones más bien crípticos y un dibujo que privilegia la brillantez sobre la claridad. Buen dibujo de unos personajes centrales que bordean el tópico sin caer en él, valentía en el curioso cruce entre la intriga trillada y el roce de posmodernidad, y un retrato de bajos fondos cuya dureza siempre se ve atemperada por el cariño que los autores muestran hacia sus criaturas. Interesante, siempre que uno consiga olvidarse que donde estos comics rasguñan, From Hell apuñala.

- Visionado de los cinco capítulos finales de Generation Kill (lo cual quiere decir, casi toda la obra). Estupenda reflexión sobre la guerra del siglo XXI, mostrada sin tapujos a la vez que sin concesiones, un sutil alegato antibélico fundamentado en la novela homónima del periodista de Rolling Stone Evan Wright, asimismo personaje de la serie. Como es marca de la casa, sus creadores Simon y Burns desprecian las convenciones narrativas, exigiendo un notable esfuerzo al espectador para la distinción en interiorización de los diferentes caracteres. La recompensa para éste es grande, una vez que se ve atrapado en un ambiente absurdo y surrealista, donde los personajes se saben marionetas de un Master of Puppets –genial Padrino- que se llena la boca con palabras grandilocuentes mientras trata a sus soldados como carne de matadero, y donde la situación, siempre tragicómica, llevaría a risa si no estuviera siempre salpicada por sangre y vísceras, edificios volados y familias destrozadas. Muy recomendada, especialmente para los que aún crean que la invasión de Irak fue acertada.

-Fiesta en la Dehesa de la Villa. Me alertó un compañero de ellas, y allá que fuimos Rosa y yo, a airear la cabeza y mover el esqueleto. Más o menos lo previsible, lo cual quiere decir que lo pasamos de maravilla, aunque al final decidiéramos declinar el asunto coches de choque. Una calle larga llena de puestecitos, con un par de atracciones a un lado y una orquesta tocando en el otro, y césped rodeando donde el personal se tomaba con tranquilidad una noche algo más fría de lo esperado. Funcionó de maravilla la dicotomía macetas de vodka con naranja – bocatas de morcilla (hasta tres cayeron de cada tipo) y bailamos como está mandado al son de un repertorio rockero –Los Suaves, Medina Azahara, Platero, AC/DC- bastante más potable de lo que apuntaba la situación inicial. El único pero, que terminó todo demasiado pronto. Volvible.

 

Visiones matinales

Un brasileño ya entrado en años, fibroso y atractivo, bebía de un termo una bebida que quise imaginar como cachaça, aun a pesar de lo temprano de la hora, y precisamente quizá a causa de eso. Miraba con unos ojos verdes sin pupilas que juraban traspasar cualquier muro triple, y me produjeron una impresión ambivalente.

Un zapato de mujer, rojo sangre, abandonado en un banco. Traté de imaginar a la dueña, si depositaría el zapato tan drogada como lejos de este mundo, si lo perdería en una clase de movimiento inimaginable, o quizá pudiese encontrar, buscando bien, los restos de la dama (su cabeza, sus manos cortadas, detalles de sus pulseras o un aroma a putrefacción) en sitios bien elegidos de las tripas del metro, que compondrían en el mapa la silueta de un cuchillo.

 Una melodía sutil y electrizante, que ya me había intimidado y llevado al pozo negro antes de reconocerla: la danza macabra de Saint Saëns. Casi apostaría a que el acordeonista que lo intentaba no conocía el signficado de esas notas, ni mucho menos la posibilidad de que sugirieran a alguien, inmediatamente, imágenes de esqueletos negros entre víctimas vociferantes recorriendo el aire madrileño de la tranquila mañana.

 Un grupo de teatro que promocionaba algo, elevando su voz para luchar contra la indiferencia supina del personal que los evitaba sin verlos y los ignoraba sin la más mínima concesión a la piedad. Yo no los ignoré, sino que por un momento los vi atados a la escalera mecánica que tenían a su costado, perfectamente conscientes de lo que les aguardaba al llegar arriba.

 Y había un recuerdo más, algo relacionado con la escayola, pero se lo llevó el ruido blanco. La nada atronadora.

 

La joya que hemos perdido

La joya que hemos perdido

No se puede decir que no lo esperase, porque todos habríamos apostado hace tiempo que tan mal como estaba no podía durar mucho más, pero mentiría si dijese que la noticia del deceso de Antonio Vega no me ha conmovido. No fue uno de mis primeros descubrimientos, pero sí podría decir que llegó en el momento justo, ese Básico con canciones como “Seda y hierro” (siempre debe tener un poco de cada esa mujer a la que entregas tu vida, como es mi caso), ese “A trabajos forzados” –no suyo, pero como si lo fuera, tal era su capacidad de llevar cualquier sentimiento de fondo a su terreno- que logra tornar atractivo el frío de las cadenas, “La décima de segundo” que resume nuestra vida, “Lucha de gigantes” una pasión desenfrenada interpretada como combate esencial y telúrico, o en fin, “San Antonio” que elegí no hace demasiado en una exigua lista de canciones que me definen, y que incluso reproduje, hace ya tiempo, en este blog.

 

Se entregó a la heroína como el legionario a la Muerte en la mítica canción militar, y fue, durante más de veinte años, su amante infiel. La yegua ardiente engulló su delicada carne y afiló hasta la invisibilidad un rostro ya de por sí anguloso, pero quizá en justa devolución de la fidelidad recibida, no se atrevió a rozar ni la inteligencia ni los abismos de sensibilidad del compositor, lúcido y brillante hasta el final. Un contraste a la vez deprimente y esperanzador, que pude comprobar in situ en el único concierto de Antonio que presencié en directo, hace tres años, en Clamores. Tras el retraso habitual, compareció la humanidad desvaída del músico, todo piel y huesos para enmarcar la mirada extraviada y la lejanía sentimental. Todo en él movía a la conmiseración, hasta que comenzaron a funcionar su voz y las yemas de sus dedos, creando un embrujo irrechazable que nos transportó, una vez más, a ese lugar perdido de nostalgias, medias sonrisas y amarga comprensión de cuya puerta fue siempre el guardián.

No quiero acabar esta improvisada y pobre necrológica sin mencionar quizá el aspecto de la vida de Antonio que más me impresiona. A principios de siglo parecía un hombre acabado, pasadas las glorias efímeras de Nacha Pop y la locura de los ochenta, más enganchado que nunca, y preso de la turbia amargura que da el conocimiento. Fue en este terrible estado cuando comenzó a salir con su querida Marga, y el comienzo de esta relación le devolvió la fuerza, la vitalidad y la alegría de vivir. Más allá de que la historia no tuviera final feliz –la chica murió, y el sentimiento de Antonio está recogido en el estremecedor 3.000 noches con Marga- me abruma que una persona la  situación del músico y con tanto bagaje vital a sus espaldas reuniera aún dentro de sí tanta ingenuidad e inocencia para recuperar la felicidad a través del amor. Más que sus canciones , más que su figura de poeta maldito o que su genialidad sin par, es esto lo que me hace creer que muy dentro, tanto que no fue capaz de enseñárnoslo del todo, Antonio Vega cobijaba un don tan precioso como oculto. Y esa, precisamente, es la joya que hemos perdido.

 

Pase en largo

Llevo unos cuantos días sin dejar nada por aquí, y la verdad es que no hay más motivos que los de intendencia. Tras la intensidad de la Semana Santa Oporto+Galicia, la vuelta a la unitrullo ha resultado un poco más agobiante de lo esperado, mayormente por la acumulación de clases y, en menor medida, por la preparación de una presentación que haremos en Berlín next week. El poco tiempo bloguero que he tenido júrtimamente lo he dedicado a diarios de júrgol, ya que la actualidad balompédica se vuelve casi incontrolable en abril y mayo. Bueno, pues eso, que la ventanilla sigue abierta y que pronto estaré de nuevo aquí con regularidad, especialmente a partir de ese mágico 15 de mayo en que las clases dicen over. En el futuro inmediato, un puente de destino completamente desconocido, aunque aquí en Madrid. I will follow.

 

 

One way to paradise

One way to paradise

Gracias al Mesón la Lamprea, Arbo, Pontevedra.

From wikipedia:

Ingredientes para 4 personas: 1 lamprea de 1 - 1,5 kg, 200 g de pan, 1 cebolla, 1 diente de ajo, 1 hoja de laurel, 10 cl de aceite, 25 cl de vino tinto, perejil, oregano y sal


Preparación: en una olla con agua muy caliente
introducir la lamprea y sacarla rápidamente una vez que cambie de color
para raspar con el canto de un cuchillo esta primera piel de color
blanquecino que es de aspecto limoso. Cortar la lamprea manteniendo
unidos los trozos y recoger su sangre, que se utilizará para cocinarla,
quitarle mientras se corta el tubo digestivo, el hígado y la hiel
teniendo cuidado en que no se rompa. Después de trocear las lampreas
procurando que los trozos se mantengan unidos por la piel se añaden
éstos sobre el sofrito con toda su sangre.


Poner el aceite en una cazuela y agregar el diente de ajo y la
cebolla, picados bien finos, con la hoja de laurel y el perejil. Pochar
o dejar cocer lentamente el picadillo como un sofrito dejando que se
rehoguen lentamente sin tomar color. Incorporar la lamprea limpia,
hervir durante cinco minutos y añadir el vino hasta que cubra la pieza,
dejar cocer a fuego lento 30 - 45 minutos aproximadamente según tamaño,
espesar con el pan (frito y triturado), si fuese necesario y dejar
reducir unos cinco minutos. Agregar las especies y la sal.


Presentación: Servir en una cazuela de barro con costrones de pan frito y arroz blanco aparte.


The Wire, por Stephen King

The Wire, por Stephen King

Viciado hasta el extremo por The Wire, y deslumbrado por la genialidad que destila, he estado surfeando por Internet y he encontrado un texto sobre la serie de un tal Stephen King, que si bien es literariamente discutible, algo sabe de narrativa. Para gozo de la comunidad castellanohablante, he traducido el texto, tomándome sólo un par de licencias personales sin demasiada importancia. Aquí os lo dejo, firmando hasta la última coma de lo que dice. Por si alguien pregunta, Muhammad y Malvo fueron dos francotiradores que mataron a diez personas en el 2002, mientras que Simon Cowell es un directivo de Sony que se ha hecho famoso en América como jurado de "American Idol", el germen de Operación Triunfo. De propina, un enlace a un video sin desperdicio.


En la version de David Simon del Infierno de Dante, el papel del Infierno es para Baltimore, y los siete pecados capitales siguen bien, gracias. Los traficantes de nivel medio dan la bienvenida al otoño comprando ropa nueva a sus repartidores- un regalito para mantenerlos felices en su mercadeo al por menor. Cosas parecidas hacen los peces gordos con los políticos, una forma como otra de asegurarse de que las influencias sigan fluyendo; la única diferencia es cuánto cambia de manos. Y Lester Freamon, un detective a quien Sherlock Holmes saludaría como camarada, tiene su momento de revelación mientras contempla una casa –una de las miles en hilera en el corazón de esta decadente ciudad- en  un fresco mediodía de invierno. “Esto es una tumba”, dice.


Bienvenidos al Infierno… y al mundo de The Wire, temporada 4.
Lester tiene razón, por cierto. Hay un cadáver en la casa que señala, y dos docenas o más en otras. Son las víctimas de una silenciosa guerra de bandas iniciada por el sucesor de Avon Barksdale, el guapo Marlo Stanfield, ojos de muerto. Pero no es Marlo quien me mantiene fascinado, metiendo uno tras otro mis defectuosos discos en el DVD a la vez que mi pavor aumenta: ese honor corresponde al equipo a sueldo de Marl que forman Chris y Snoop. La segunda es quizá el personaje femenino más terrorífico que ha aparecido jamás es una pantalla de televisión. Cuando piensas en estos dos, piensas en gente como John Allen Muhammad y Lee Boyd Malvo, pero en versión inteligente.


Y con una pistola que lanza clavos.


The Wire también es inteligente, pero nunca se pasa de lista. Hay suficiente en la descripción de la decadencia del entorno urbano para removerte las entrañas, de modo que no hay necesidad alguna de orador que te lo explique. Ni siquiera Tommy Carcetti, el hombre blanco que acabará de alcalde en una ciudad negra, necesita discursos; sólo corre, incansable y veloz, en cuanto ve la oportunidad de ganar –pálida, pero real- aparecer en la campaña electoral.


La temporada 4 de The Wire es un deslumbrante circo de tres pistas de intrigas entrelazadas, y su visión del narcotráfico en América hace parecer a Miami Vice un dibujo animado para niños; sin embargo,  quiero volver al detective Freamon, que mira las casas que se caen en pedazos mientras clama “Esto es una tumba”. Simon y sus dotadísimos compinches (novelistas como Richard Price, Georg Pelecanos o Dennis Lehane) no temen extender la metáfora a todo Baltimore… o sugerir que el espectador conecte la frase con su propia realidad urbana.


Roland ’’Prez’’ Pryzbylewski ha dejado el Departamento de Policía de Baltimore para convertirse en profesor de matemáticas de secundaria, y ha descubierto que en la época den que oficialmente “Ningún Niño Queda Atrás” está trabajando en otra parte del mismo cementerio. Despega los chicles de los pupitres, controla la asistencia, sólo puede facilitar libros viejos (mientras computadores nuevas y relucientes se pudren en sus cajas por problemas burocráticos) y preparar a sus estudiantes, única y solamente, para aprobar los exámenes estatales. Se ve a sí mismo de nuevo falseando estadísticas para complacer a sus superiores, sólo que ahora lo hace en su cuaderno de notas en lugar de en los informes policiales. Y mientras limpia la sangre que manchó el piso cuando una de sus alumnas le cortó la cara a otra, Prez recibe una buena noticia (hasta en el Infierno las hay): la niña no era seropositiva. Así que no hay problema, tronco.


Cuando comienza el primero de los 13 episodios, la escucha original –todo un entramado electrónico preparado para encontrar pruebas y construir casos sólidos contra barones de la droga como Marlo- se desmantela, principalmente ante  la necesidad constante de los policías de hacer arrestos en la calle y engordar las estadísticas. Pero en la escuela donde Prez realmente progresa con sus alumnos, otra clase de escucha ha sido desarrollada; una clase única formada por chicos y chicas conflictivos, los Marlos del futuro, diseñada por otro policía quemado de Baltimore que los fans de otras temporadas reconocerán: Howard “Bunny” Colvin, ahora retirado. Es una clase donde hay alguna esperanza de cambio, y también un lugar donde los adultos pueden mirar y escuchar el lenguaje de un mundo que de otro modo les está vedado.


En una serie de television normal, habríamos llegado al momento de la moraleja. No es así en el Baltimore de Simon, donde una moraleja es ciertamente posible, pero donde también sufrimos una conmoción cuando un personaje que nos era simpático descerraja a un amigo un disparo a sangre fría, y lo asesina. Conmocionados, pero no sorprendidos. Porque el mundo de The Wire es una tumba llena de muertos vivientes. Unos pocos, tras dura lucha, encuentran la salida, pero no antes de sufrir las calles y el vasto motor de muerte que supone la burocracia más intrincada.

Incluso el Ayuntamiento es una tumba, como aprende el propio Tommy Carcetti: “Te sientas a comerte mierdas, todo el día, día tras día, año tras año”, le dice el alcalde saliente. Para un político en el Baltimore de David Simon, sólo hay algo peor que perder, y probablemente no necesito decirte lo que es.


The Wire sigue mejorando, y en mi mente ya ha dado el salto final de la gran televisión a la televisión clásica, el lugar donde, por ejemplo, están Los Soprano. Es la clase de ciclo dramático sobre el que la gente hablará y escribirá dentro de 25 años, y dado el estado actual de la nación, es una buena cosa esto. “Eso es” –dirán nuestros nietos- “No era todo Simon Cowell.”


No. También estuvieron Chris y Snoop. Su terrible pistola de clavos. Y las casas vacías convertidas en tumbas, permaneciendo como símbolos silenciosos de aquello en lo que nuestras ciudades se han convertido. The Wire es un logro asombroso.