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El musolari errante

La joya que hemos perdido

La joya que hemos perdido

No se puede decir que no lo esperase, porque todos habríamos apostado hace tiempo que tan mal como estaba no podía durar mucho más, pero mentiría si dijese que la noticia del deceso de Antonio Vega no me ha conmovido. No fue uno de mis primeros descubrimientos, pero sí podría decir que llegó en el momento justo, ese Básico con canciones como “Seda y hierro” (siempre debe tener un poco de cada esa mujer a la que entregas tu vida, como es mi caso), ese “A trabajos forzados” –no suyo, pero como si lo fuera, tal era su capacidad de llevar cualquier sentimiento de fondo a su terreno- que logra tornar atractivo el frío de las cadenas, “La décima de segundo” que resume nuestra vida, “Lucha de gigantes” una pasión desenfrenada interpretada como combate esencial y telúrico, o en fin, “San Antonio” que elegí no hace demasiado en una exigua lista de canciones que me definen, y que incluso reproduje, hace ya tiempo, en este blog.

 

Se entregó a la heroína como el legionario a la Muerte en la mítica canción militar, y fue, durante más de veinte años, su amante infiel. La yegua ardiente engulló su delicada carne y afiló hasta la invisibilidad un rostro ya de por sí anguloso, pero quizá en justa devolución de la fidelidad recibida, no se atrevió a rozar ni la inteligencia ni los abismos de sensibilidad del compositor, lúcido y brillante hasta el final. Un contraste a la vez deprimente y esperanzador, que pude comprobar in situ en el único concierto de Antonio que presencié en directo, hace tres años, en Clamores. Tras el retraso habitual, compareció la humanidad desvaída del músico, todo piel y huesos para enmarcar la mirada extraviada y la lejanía sentimental. Todo en él movía a la conmiseración, hasta que comenzaron a funcionar su voz y las yemas de sus dedos, creando un embrujo irrechazable que nos transportó, una vez más, a ese lugar perdido de nostalgias, medias sonrisas y amarga comprensión de cuya puerta fue siempre el guardián.

No quiero acabar esta improvisada y pobre necrológica sin mencionar quizá el aspecto de la vida de Antonio que más me impresiona. A principios de siglo parecía un hombre acabado, pasadas las glorias efímeras de Nacha Pop y la locura de los ochenta, más enganchado que nunca, y preso de la turbia amargura que da el conocimiento. Fue en este terrible estado cuando comenzó a salir con su querida Marga, y el comienzo de esta relación le devolvió la fuerza, la vitalidad y la alegría de vivir. Más allá de que la historia no tuviera final feliz –la chica murió, y el sentimiento de Antonio está recogido en el estremecedor 3.000 noches con Marga- me abruma que una persona la  situación del músico y con tanto bagaje vital a sus espaldas reuniera aún dentro de sí tanta ingenuidad e inocencia para recuperar la felicidad a través del amor. Más que sus canciones , más que su figura de poeta maldito o que su genialidad sin par, es esto lo que me hace creer que muy dentro, tanto que no fue capaz de enseñárnoslo del todo, Antonio Vega cobijaba un don tan precioso como oculto. Y esa, precisamente, es la joya que hemos perdido.

 

2 comentarios

juani -

¿Cuántas veces habremos escuchado La chica de ayer? Y nunca te cansas de escucharla.

Yo no lo he seguido tanto como tú pero me gustaba.
Le eché de menos cantando Ojos de gata con Los secretos en su 30º aniversario.

Pero como bien decías, esto era crónica de una muerte anunciada por culpa de una adicción inútil que lejos de evadirte de la vida te la quita.

Nos quedan sus canciones como legado.

Un beso.

blancohumano -

Se veía venir desde hace tiempo, pero aunque esperada la noticia no ha dejado de ser amarga. Es uno de los pocos autores españoles a los que han versionado en ingles y tiene varias letras para enmarcar.
Descanse en Paz