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El musolari errante

The Wire, por Stephen King

The Wire, por Stephen King

Viciado hasta el extremo por The Wire, y deslumbrado por la genialidad que destila, he estado surfeando por Internet y he encontrado un texto sobre la serie de un tal Stephen King, que si bien es literariamente discutible, algo sabe de narrativa. Para gozo de la comunidad castellanohablante, he traducido el texto, tomándome sólo un par de licencias personales sin demasiada importancia. Aquí os lo dejo, firmando hasta la última coma de lo que dice. Por si alguien pregunta, Muhammad y Malvo fueron dos francotiradores que mataron a diez personas en el 2002, mientras que Simon Cowell es un directivo de Sony que se ha hecho famoso en América como jurado de "American Idol", el germen de Operación Triunfo. De propina, un enlace a un video sin desperdicio.


En la version de David Simon del Infierno de Dante, el papel del Infierno es para Baltimore, y los siete pecados capitales siguen bien, gracias. Los traficantes de nivel medio dan la bienvenida al otoño comprando ropa nueva a sus repartidores- un regalito para mantenerlos felices en su mercadeo al por menor. Cosas parecidas hacen los peces gordos con los políticos, una forma como otra de asegurarse de que las influencias sigan fluyendo; la única diferencia es cuánto cambia de manos. Y Lester Freamon, un detective a quien Sherlock Holmes saludaría como camarada, tiene su momento de revelación mientras contempla una casa –una de las miles en hilera en el corazón de esta decadente ciudad- en  un fresco mediodía de invierno. “Esto es una tumba”, dice.


Bienvenidos al Infierno… y al mundo de The Wire, temporada 4.
Lester tiene razón, por cierto. Hay un cadáver en la casa que señala, y dos docenas o más en otras. Son las víctimas de una silenciosa guerra de bandas iniciada por el sucesor de Avon Barksdale, el guapo Marlo Stanfield, ojos de muerto. Pero no es Marlo quien me mantiene fascinado, metiendo uno tras otro mis defectuosos discos en el DVD a la vez que mi pavor aumenta: ese honor corresponde al equipo a sueldo de Marl que forman Chris y Snoop. La segunda es quizá el personaje femenino más terrorífico que ha aparecido jamás es una pantalla de televisión. Cuando piensas en estos dos, piensas en gente como John Allen Muhammad y Lee Boyd Malvo, pero en versión inteligente.


Y con una pistola que lanza clavos.


The Wire también es inteligente, pero nunca se pasa de lista. Hay suficiente en la descripción de la decadencia del entorno urbano para removerte las entrañas, de modo que no hay necesidad alguna de orador que te lo explique. Ni siquiera Tommy Carcetti, el hombre blanco que acabará de alcalde en una ciudad negra, necesita discursos; sólo corre, incansable y veloz, en cuanto ve la oportunidad de ganar –pálida, pero real- aparecer en la campaña electoral.


La temporada 4 de The Wire es un deslumbrante circo de tres pistas de intrigas entrelazadas, y su visión del narcotráfico en América hace parecer a Miami Vice un dibujo animado para niños; sin embargo,  quiero volver al detective Freamon, que mira las casas que se caen en pedazos mientras clama “Esto es una tumba”. Simon y sus dotadísimos compinches (novelistas como Richard Price, Georg Pelecanos o Dennis Lehane) no temen extender la metáfora a todo Baltimore… o sugerir que el espectador conecte la frase con su propia realidad urbana.


Roland ’’Prez’’ Pryzbylewski ha dejado el Departamento de Policía de Baltimore para convertirse en profesor de matemáticas de secundaria, y ha descubierto que en la época den que oficialmente “Ningún Niño Queda Atrás” está trabajando en otra parte del mismo cementerio. Despega los chicles de los pupitres, controla la asistencia, sólo puede facilitar libros viejos (mientras computadores nuevas y relucientes se pudren en sus cajas por problemas burocráticos) y preparar a sus estudiantes, única y solamente, para aprobar los exámenes estatales. Se ve a sí mismo de nuevo falseando estadísticas para complacer a sus superiores, sólo que ahora lo hace en su cuaderno de notas en lugar de en los informes policiales. Y mientras limpia la sangre que manchó el piso cuando una de sus alumnas le cortó la cara a otra, Prez recibe una buena noticia (hasta en el Infierno las hay): la niña no era seropositiva. Así que no hay problema, tronco.


Cuando comienza el primero de los 13 episodios, la escucha original –todo un entramado electrónico preparado para encontrar pruebas y construir casos sólidos contra barones de la droga como Marlo- se desmantela, principalmente ante  la necesidad constante de los policías de hacer arrestos en la calle y engordar las estadísticas. Pero en la escuela donde Prez realmente progresa con sus alumnos, otra clase de escucha ha sido desarrollada; una clase única formada por chicos y chicas conflictivos, los Marlos del futuro, diseñada por otro policía quemado de Baltimore que los fans de otras temporadas reconocerán: Howard “Bunny” Colvin, ahora retirado. Es una clase donde hay alguna esperanza de cambio, y también un lugar donde los adultos pueden mirar y escuchar el lenguaje de un mundo que de otro modo les está vedado.


En una serie de television normal, habríamos llegado al momento de la moraleja. No es así en el Baltimore de Simon, donde una moraleja es ciertamente posible, pero donde también sufrimos una conmoción cuando un personaje que nos era simpático descerraja a un amigo un disparo a sangre fría, y lo asesina. Conmocionados, pero no sorprendidos. Porque el mundo de The Wire es una tumba llena de muertos vivientes. Unos pocos, tras dura lucha, encuentran la salida, pero no antes de sufrir las calles y el vasto motor de muerte que supone la burocracia más intrincada.

Incluso el Ayuntamiento es una tumba, como aprende el propio Tommy Carcetti: “Te sientas a comerte mierdas, todo el día, día tras día, año tras año”, le dice el alcalde saliente. Para un político en el Baltimore de David Simon, sólo hay algo peor que perder, y probablemente no necesito decirte lo que es.


The Wire sigue mejorando, y en mi mente ya ha dado el salto final de la gran televisión a la televisión clásica, el lugar donde, por ejemplo, están Los Soprano. Es la clase de ciclo dramático sobre el que la gente hablará y escribirá dentro de 25 años, y dado el estado actual de la nación, es una buena cosa esto. “Eso es” –dirán nuestros nietos- “No era todo Simon Cowell.”


No. También estuvieron Chris y Snoop. Su terrible pistola de clavos. Y las casas vacías convertidas en tumbas, permaneciendo como símbolos silenciosos de aquello en lo que nuestras ciudades se han convertido. The Wire es un logro asombroso.

 

4 comentarios

Cluje -

Yo también me quedé con ganas de la sexta, me dio la impresión de que me sacaban de un mundo del que no quería salir...

Como curiosidad, parece ser que David Simon decía que para que su descripción de Baltimore estuviera completa le faltaba una temporada sobre los hispanos, pero que no la había hecho porque no tenía conocimientos suficientes.

Por cierto, el protagonista de la última temporada no te recuerda a un periodista que conocemos??

JL -

Hecho! Parafraseando a Neo: "Ya sé The Wire". Y es verdad: va de más a muuucho más. Cada temporada es una nueva vuelta de tuerca, de guión, de personajes, de matices, ... Me quedo con ganas de una sexta. Gracias, Ra, por la recomendación.

Cluje -

Qué suerte, te queda lo mejor!!! :D Mañana comentamos.

JL -

Qué joío eres, Ray. Me estoy chupando la segunda temporada ya de The Wire, por tu culpa. Y las que me quedan...