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El musolari errante

Una noche de sábado

Una noche de sábado

A pesar de lo que indica la hora de colgada del post (blogia es una mierda y ahora mismo no funciona, voy a emigrar a blogspot ya mismo) ahora mismo son las cinco menos diez de la mañana del sábado. Acabo de dejar encima de la cama, las vestiduras negras, y estoy con una camiseta de Ulises 31 que a alguien que lea esto le sonará, unos pantalones de un pijama que creo que es de Rosa, y bebiéndome un vaso de leche en plan Abuelo Cebolleta. He llegado hace un rato, y mi doble noctámbulo no me permite acostarme todavía.

 

Una noche de nivel medio alto. He conocido por fin un garito del que hace tiempo que había oído hablar, pero en el que jamás había estado hasta ahora, el Honky Tonk (supongo que homenaje a la famosa canción de los Rolling que, como muchas de Mick y sus amigos, no han cambiado precisamente mi vida). Se trata de un sitio muy apañado, con dos plantas, una superior de disco-pub, que no exploré completamente, y una inferior donde hacen los conciertos, con un pequeño escenario y un aforo bastante respetable. Tres características hacen este lugar bastante apetecible para mí, y un posible retorno más que probable. En primer lugar, hacen conciertos, alrededor de las 0:30, TODOS los días de la semana. Los grupos no son conocidos, pero como opción es harto elegible y respetable. Segundo, la entrada es gratuita, y las copas no son excesivamente caras. Y finalmente, siendo esto lo más personal de todo, el hecho de su ubicación junto a Santa Engracia (una de esas calles de Madrid que en cualquier otra ciudad merecería la calificación de avenida) me permite trincar, caso necesario, un autobús nocturno que pasa con frecuencia digna y me deja en la puerta de mi domi.  Hoy no ha sido así, porque cuando dudaba si volver a casa –los chicos con los que iba se retiraban a Móstoles- o tirar de agenda movilesca para localizar a algún otro crápula amical que estuviera quemando la noche madrileña, he recibido un regalo del Altísimo en forma de taxi. A esa hora, y en una zona tan concurrida como Alonso Martínez, despreciar tal obsequio se halla en el rango de la blasfemia, y no me sentía yo tan fuerte para tenérmelas tiesas, a esas horas y solo, con el que parpadea dentro del triángulo.

 

El concierto, al que fui como breve excusa para reencontrar a E. y conocer a sus amiguit@s llegados ex-profeso para el puente, se erigió pronto en icono central de la noche. El nombre se me ha olvidado, pero no creo que a quien desee conocerlo le suponga demasiado pinchar en la página de la Guía del Ocio y buscar cuál era hoy la programaciao de la sala. Lo componían el vocalista, que era el que llevaba la voz cantante –nótese el ingenioso juego de palabras- con un histrionismo que resultaba a veces cargante y otras divertido. De negro riguroso, camiseta cutre y una pinta de mexicano –sin serlo- que uno esperaba que en cualquier momento se arrancara con Cielito lindo o similar. No lo hizo, pero en algún momento aludió a la Rosita estándar. Lead guitar para un tal Rafa, alto y desgarbado, todo nariz, y un poco apartado de los demás, en un rincón donde le adoraban un par de groupies que estaban claramente por debajo de cualquier listón. En el bajo otro tipo crecidito, hierático como un dios egipcio (concretamente como las representaciones de Ra, porque era calvo como una pelota), y que según confesión del cantante tenía hoy una mala noche. El baquetas aparentaba 55 años más de los 55 que al parecer tiene, y según frase del vocalista en un momento divertido (siento citarlo tanto, pero es que no paró de hablar en dos horas), tenía tipo pasarela Cibeles. En otro momento dijo que Manolo Jiménez –su nombre- era el rocanrol. En fin. Cerrando el quinteto a lo loco, se sentaba el teclista a la izquierda; joven y eficaz en un aparente desinterés que a veces rozaba lo preocupante: un par de veces temí que cayese dormido sobre el teclado con sus greñas cerdas y su barbita. Pero no, seguía a lo suyo, y a veces tomaba el mando con autoridad.

Del repertorio que soltaron los chavales, lo primero que conocía fue una versión de Born to be wild bastante cañera para los medios de los que disponía. Aunque la hubiera disfrutado más sin el sufrimiento inherente a no recordar el nombre del grupo autor de la canción. Tras encuestar infructuosamente a mis compañeros, amagué con enviar un mensaje a J. que seguro que me hubiera contestado al momento, caso de estar despierto (era la 1:30 de la mañana). Recién dada la tecla de “Send”, acompañé la emigración de mis amiguetes a la barra confirmando que los acordes que escuchaba era la enésima versión de Knockin’ que pasa por mi cabeza. A la vuelta, recuerdo a la vez el nombre de la banda que me torturaba –Steppenwolf- como el hecho de que por estar en un subterráneo era difícil que mi mensaje hubiera llegado a ningún lado.

 

 Ubicados ahora en mejor posición, disfruté tanto del Proud Mary de los Creedence como de la parrafada inicial de Pancho Villa, presentádola como un ejemplo de soul (?). 

Por ahí hubo un Sweet Home Alabama que yo canté, como no podía ser de otra manera, en español con acento gallego, y un poco de pachangueo que incluía las famosas notas de Here comes the hotstepper, que inicialmente son de una canción que no conozco y que riffearon a dos guitarras. Después presentación de los músicos y primera confirmación de que el tipo era fan de Springsteen, por cuanto que ese Master of the Universe dedicado al batería está ya demasiado registrado como marca de fábrica del Big Man a partir de los conciertos jeferos de los middle seventies. La segunda fue un Hungry heart casi sin solución de continuidad, con una pronunciación en inglés ciertamente discutible, pero a la que hice los honores merecidos. Siguieron un par de temas propios: un loquillo-like llamado “Andando en el alambre” o algo así, que da cumplida y tópica fe de por qué esta banda se gana las habichuelas tocando temas ajenos, y una balada con cierto gancho comercial, “Tiritando de frío”. La cosa se cerró con una versión eterna del “I still haven’t found” que hizo que todos nos marcháramos de allí con buen sabor de boca. No hubo bises. Y volveré a ese sitio.

  

6 comentarios

Cluje -

Tampoco tanta vida social, me defiendo como puedo...

Melo, me hizo gracia sobre todo porque la versión que hicieron fue Creedence pura.
El espíritu de Fogarty sobrevolando el Honky Tonk...

Y gracias Pepe, a ver si pillo la canción. Siempre que oigo hablar de Wilson Pickett, me acuerdo de la peli de los commitments, donde su personaje es tratado con enorme cariño.


Javier -

... eso, eso, vida social... que no me salía la palabra. Gracias Lola!

ppstevez -

El riff vocal de "Here comes the hotstepper" (de Ini Kamoze)(?) es de "Land of 1000 dances", de Wilson Picket.
Saludos bailarines.

melo -

Sí señor, el Honky Tonk está muy bien! Alguna vez he estado viendo algún concierto y tomándo algunas copichuelas.
En cuanto al comentario acerca de 'Proud Mary', supongo que se referiría a la versión de Ike & Tina Turner, que es mu recomendable.

Lola -

y una gran... vida social!

Javier -

... en cuanto a lo de los bises... todo es ponerse!!