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El musolari errante

Las fortalezas - La conquista del Risco (1a parte)

Las fortalezas - La conquista del Risco (1a parte)

Solo en el salón de su castillo, retirados por esta noche casi todos sus caballeros y contertulios, el Señor recuerda. No hay sonrisa en su rostro ni alegría en su alma cuando aparta conscientemente los pensamientos triviales, que hoy ocultan más que ocupan, para quedarse frente a frente con una de sus memorias favoritas: la del Risco. Quizá la más deseada de sus conquistas, también quizá el más amargo de sus éxitos, la más solitaria y oscura de sus expediciones.

 

Mira la sala donde el fuego ya se retira en su cama de ceniza, y la imagen de ese mismo lugar, años atrás, con fondo de música y felicidad, es tan vívida como la soledad que ahora le rodea. Había damas bailando, y caballeros riendo, e incluso una tenue sonrisa asomaba en el rostro pétreo y duro de su hechicero, Lardeus. Sin embargo, cuando más caótica era la barahúnda, se alzó una voz poderosa que más que pedir silencio lo ordenó; era Treis, el más excepcional de los trovadores, el amor de todas y el amigo de todos. Uno de los pocos que realmente tenía el Señor, aunque miles dijeran honrarse con su amistad.

 

Cuando por fin ni una voz se atrevía a combatir con la suya, el rubio Adonis contó una larga historia. Comenzaba como un cuento de hadas, un caballero imbatible, una hermosa dama, llamas en los pechos y temblor en los dedos. Y había promesas, juramentos de conquista, ganaré para ti el más hermoso e inaccesible de los Rostkeis, amor mío, ese que da la sabiduría, el que esconden los muros que se alzan en lo más alto del Risco. Y espoleado por esa locura partió una noche a enfrentarse con el terror de lo desconocido, aunque la sombra de un terrible presagio anidaba en su corazón. Nunca más se le volvió a ver, pero los lugareños cuentan que en las noches de tormenta aún se escuchan alaridos en los acantilados con una desesperación que vibra más allá del dolor humano, y que los miembros mutilados del caballero adornan ahora la puerta del Leknome en el que murió su esperanza y comenzó su infierno.

 

El Señor había escuchado cientos de leyendas de este tipo, góticas y tenebrosas, pero aun a pesar suyo se sentía subyugado por el poder evocativo de su amigo. Recuerda haber repasado en su lecho, insomne, hasta la última palabra del trovador, y amanecer con la obsesión que ya no le abandonaría: la conquista del Leknome del Risco. Cuando la emoción le abandonó y se sintió un poco más despejado, reparó en un detalle que se le había escapado: las descripciones de Treis, en ciertos momentos, habían sido demasiado precisas y minuciosas para estar refiriéndose a un lugar ficticio. Sería una leyenda, pero quería saber de dónde procedía. Dónde estaba ese Risco.

 

- Lo ignoro, Señor – respondió el trovador al día siguiente, sorprendido porque a su amigo aún le importara este asunto. –Esta historia me la contó un marinero ciego que conocí en uno de mis viajes. Al hombre no le quedaba mucho tiempo de vida, pero conservaba una extraña lucidez, y me narró el cuento como hecho cierto.

 

- ¿Te describió la fortaleza?

 

- Sï, Señor, y sus cuencas vacías aún recuperaban su viejo brillo cuando hablaban de ello. Sin embargo, sólo recuerdo vagamente qué me contó: el castillo en la cumbre de un picacho inaccesible, mar brava a sus pies, un puente de piedra como único acceso... y sí buitres, buitres por todas partes. Lo había olvidado, pero se refería a ellos hasta en sueños.

 

Cuando se despidió del trovador, el brillo de demencia del que hablara éste asomaba inconfundible a los ojos del Señor. Si ese Risco existía, pronto volaría sobre él el más ambicioso de los buitres.

  

 Continuará...

 

2 comentarios

Javier -

uy, uy la que se prepara... ;-))

Míriam -

Me alegra ser la primera en leerlo, nunca mejor dicho...